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El suelo es el elemento fundamental en la producción de alimentos que llevan a cabo los agricultores. Todas las decisiones tienen un efecto sobre el suelo, y es fundamental que se conozcan y se valoren de manera correcta.
La superficie agraria se puede dividir en tres grandes grupos: los pastos permanentes, los cultivos leñosos y la superficie de cultivos extensivos.
De los cerca de 10 millones de hectáreas de cultivos extensivos de secano que encontramos en el conjunto de España, en Andalucía hay algo más de 1,2 millones de tierras de cultivo en secano, principalmente de trigos, girasoles, cebadas o barbechos.
La visión integral de los suelos es igual de importante en todos los suelos agrícolas, y en algunos sectores de manera tradicional se ha trabajado más.
El proyecto Mosoex, coordinado por la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos, ha puesto el foco en aquellas superficies que están dedicadas a cultivos extensivos de secano.
El conjunto de las labores realizadas durante varias décadas, junto con las condiciones meteorológicas que caracterizan a la Península Ibérica han dado lugar a un escenario preocupante. El manejo del suelo en zonas agrícolas de zonas áridas y semiáridas está promoviendo una disminución del carbono en el suelo tanto por la mineralización de la materia orgánica como por la erosión, lo que supone un flujo neto hacia la atmósfera en suelos con niveles ya de por sí bajos o muy bajos.
Este hecho influye muy negativamente en la fertilidad del suelo y en propiedades físicas como la estabilidad estructural, lo que a su vez aumenta los riesgos de degradación y de erosión, y en consecuencia mayor pérdida de suelo.
La buena noticia es que estamos a tiempo de revertir esta situación. Los suelos agrícolas de estas zonas tienen un elevado potencial para modificar los flujos de carbono y conseguir que aumente su contenido en los mismos, ya que están muy alejados de su potencial de saturación.
En los últimos años se ha llevado a cabo una ingente cantidad de proyectos de investigación, que han aportado información muy interesante sobre las medidas que pueden ayudar a los agricultores en la mejora de los suelos.
La Península Ibérica tiene una gran variabilidad de tipos de suelos y de condiciones climatológicas, lo que supone un reto a la hora de realizar un asesoramiento concreto a cada uno de los gestores de las más de 200.000 explotaciones que se dedican a estos tipos de cultivos.
No hay una única solución al problema, nos enfrentamos a un problema complejo y las soluciones no serán sencillas. El proyecto Mosoex pretende hacer un trabajo de selección de posibles mejoras y ponerlas a disposición de los agricultores.
Una correcta gestión de los suelos tiene múltiples beneficios tanto desde el punto de vista productivo como medioambiental. El principal objetivo del agricultor tiene que ser el aumento de la materia orgánica. Por desgracia la mayor parte de los suelos de la Península Ibérica presentan un pobre nivel, por debajo del 1%. En este sentido, el contenido de materia orgánica en los suelos andaluces presenta valores medios algo más altos que el resto de zonas de cultivos extensivos. Pero esto no quiere decir que no se pueda hacer nada, hay que buscar el potencial del suelo, y hacer todo lo posible por alcanzarlo.
Los suelos agrícolas son ya un claro sumidero de carbono. Si atendemos a los datos del inventario nacional de emisiones de gases de infecto invernadero, en estos momentos los suelos agrícolas almacenan 3,5 millones de toneladas de CO2 equivalente, lo que supone casi el 10% del total de las emisiones generadas por el sector agrario. El objetivo sería multiplicar este valor por 10 y de esta manera convertir al sector agrícola en neutro desde el punto de vista de emisiones.
Un mayor contenido de materia orgánica va a generar un efecto cascada en el resto de parámetros del suelo. En primer lugar, tendremos un suelo más vivo, con mayor cantidad de microorganismos que van a facilitar las labores básicas del mismo, como puede ser una menor presencia de patógenos.
Pero además tendremos una estructura más estable, que aumentará la capacidad de retención del agua, reduciendo la erosión y escorrentías superficiales, con el beneficio que esto presenta frente a colmatación de pantanos y posible contaminación de aguas superficiales.
Para alcanzar estos objetivos, el agricultor debe analizar todas y cada una de sus labores agrícolas. Por un lado, es necesario saber que las labores de volteo del suelo son perjudiciales para alcanzar este objetivo, pero además hay otros muchos aspectos que deben tenerse en cuenta, como el aporte externo de materia orgánica, una correcta rotación de cultivos que tenga en cuenta la introducción de cultivos mejorantes del suelo, una fertilización adecuada basada en la situación inicial del suelo y las necesidades del cultivo existente, o la puesta en marcha de medidas de agricultura ecológica en aquellos ambientes más adecuados.
En estos momentos estamos en el proceso de elaboración del plan estratégico que definirá la PAC en el próximo período 2021-2027. Será necesario poner en marcha medidas que aseguren la renta de los agricultores, a la vez que aporten beneficios medioambientales.
La gestión de suelos presenta beneficios en ambos sentidos, y no podemos perder la oportunidad de establecer políticas que tengan en cuenta una visión amplia del problema y de las posibles soluciones. Estamos en el momento adecuado para tomar decisiones que estén basadas en la base científica acumulada en las últimas décadas.
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