Tortura y muerte en Los Gallos

La Policía Nacional detiene a una toxicómana que mató a su camello después de cortarle un dedo del pie, apuñalarlo, estrangularlo y pisarle el cuello, y además le prendió fuego al cadáver.

Fernando Pérez Ávila

10 de noviembre 2016 - 14:18

Sevilla/Los Gallos fue, en su día, uno de los bares más populares de Los Pajaritos. Tenía un gran patio interior que las noches de verano solía llenarse de gente. Entre su especialidad destacaban los pollos asados, que servían acompañados de arroz. Desde fuera, desde la acera de la calle Candelería, se veían, pintados en las paredes en tonos rojos y azules, los dibujos de las aves que daban nombre al negocio. El bar no resistió la crisis. Llevaba años cerrado. El local se había convertido en un refugio de indigentes y en un chutadero para los yonquis del barrio, los pocos que sobrevivieron a la heroína y que desde los años 80 deambulan como zombies por sus calles. En septiembre se convirtió también en el escenario de uno de los crímenes más sórdidos y horrendos de la historia criminal reciente de Sevilla.

El 24 de septiembre, el local salió ardiendo. Los Bomberos sofocaron el fuego y descubrieron, en su interior, el cadáver parcialmente calcinado de un hombre de 54 años. El cuerpo estaba tumbado en el suelo, entre los restos quemados de unas mantas. La Policía Nacional abrió una investigación sobre el suceso y barajó como primera hipótesis que se tratara de un incendio fortuito y que la víctima fuera un indigente que estuviera durmiendo en el inmueble. El informe forense tumbó esa línea de investigación.

La autopsia reveló que el hombre había muerto por asfixia y que el cadáver presentaba una serie de heridas que indicaban que había sido torturado antes de la muerte. Durante la inspección ocular, los investigadores habían encontrado en el local una serie de herramientas que podían haber sido utilizadas para la tortura. Había unas tijeras, una cizalla, un martillo, un cuchillo jamonero y unos alicates.

El Grupo de Homicidios, que se encargó del caso, comenzó a investigar el entorno de la víctima, que era natural de Osuna y tenía un hermano. A través de este y otros testigos, los agentes conocieron que el hombre había mantenido una disputa con una mujer a la que había vendido unos fármacos y se había sentido estafada. Tanto la víctima como esta mujer, de 42 años e identificada como María Elena G. L., eran toxicómanos. Los dos tenían más de veinte antecedentes delictivos, la mayoría relacionados con pequeños hurtos y delitos contra el patrimonio. La víctima le había suministrado a la mujer una serie de medicamentos, como tranquilizantes y ansiolíticos, con los que ésta solía colocarse. Pero ella consideró que su camello la había engañado.

Ambos compartían techo en el local abandonado de Los Gallos. La noche del 21 de septiembre, tres días antes del incendio, María Elena le dijo al hombre que le había vendido las pastillas que se sentara en una silla porque "iban a jugar a un juego". El camello la creyó y le hizo caso. La mujer lo ató a la silla con un cable de una bicicleta. Y el juego pasó a tortura. Primero le cortó un dedo del pie con la cizalla. Luego le clavó las tijeras varias veces en el pecho. Después le asestó varias cuchilladas en el cuello y en los brazos. A continuación le inyectó aire por vía intravenosa con una jeringuilla vacía. Le suministró un antipsicótico cuyo nombre comercial es Haloperidol. Y le introdujo en la boca un bote de agua oxigenada, primero, y otro de povidona yodada, Betadine, después.

A pesar de todo ese castigo, el hombre seguía con vida. Sangraba abundantemente, eso sí. La mujer cogió un pañuelo de tela de grandes dimensiones, un chal, y se lo enrolló al cuello, intentando estrangularlo varias veces. Como seguía respirando, lo tiró al suelo y le pisó el cuello y la boca en repetidas ocasiones, hasta que, esta vez sí, consiguió matarlo.

Una vez muerto, la mujer no supo bien qué hacer para deshacerse del cadáver. Así que se pasó tres días viviendo con él en el interior del antiguo bar. Para quitarlo de la vista lo cubrió con mantas. Pero el cuerpo, a los tres días, empezó a oler. Así que María Elena le prendió fuego. Sólo quería quemar el cadáver, pero el fuego se traspasó a las mantas y terminó propagándose por todo el inmueble, que quedó completamente calcinado.

Dos testigos vieron salir a la presunta autora del crimen poco antes de que el local saliera ardiendo. La identificaron como una drogadicta que merodeaba habitualmente por el barrio. La Policía la localizó la semana pasada. La mujer fue detenida y confesó el crimen y las torturas con todo detalle. Antes de admitir la autoría del asesinato ante los agentes del Grupo de Homicidios, se lo dijo a un amigo suyo del barrio, Roberto C. R. J., de 32 años, de quien la presunta asesina aseguró que estaba enamorada. Quizás dijo esto para exculparle, pero quedó demostrado que no eran pareja. El amigo fue detenido por encubrimiento, ya que no contó a la Policía que la mujer le había confesado el crimen, en el que él no participó. Los dos se encuentran ya en prisión preventiva.

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