La tribuna
Javier González-Cotta
El Grinch y el Niño Dios
La tribuna
Por varias vías me llega la información de que una Asociación en Defensa del Andaluz, promovida por Laura Morales y Ángel Velasco, ha "decidido dar un paso adelante para la constitución de una Academia Andaluza de la Lengua". Es más, en el titular de un medio se da ya por cosa hecha: "Crean la Academia Andaluza de la Lengua". Al ser sus objetivos declarados "el estudio, defensa y dignificación de las hablas andaluzas", cabría deducir que en éstas se quiere concretar el sustantivo Lengua, que queda en el aire, sin determinar, por más que el adjetivo andaluza se aplique a Academia.
Dejemos aparte el estudio, pues las hablas andaluzas se encuentran entre las más estudiadas de las modalidades del español, sobre todo tras la aparición (entre 1961 y 1973) del Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía (ALEA), dirigido por Manuel Alvar. Pertenezco desde hace muchos años al Grupo de Investigación de la Universidad de Sevilla El español hablado en Andalucía, título también de un libro del que ya se han hecho varias ediciones. Y, desde que en 1997 se celebró en Sevilla el Congreso del Habla Andaluza, han sido muchas las reuniones científicas que hemos organizado, y cuyos resultados se han ido recogiendo en volúmenes como los tres de las Jornadas sobre el Habla Andaluza de Estepa -Sevilla- (2000, 2002 y 2005), La identidad lingüística de Andalucía (2009), Conciencia y valoración del habla andaluza (2013), etc. Las hablas andaluzas (2000) se redactó por encargo de la propia Junta para nuestros escolares. Del andaluz se ocupan también otros equipos e investigadores de varias Universidades (Granada, Almería, Málaga, Jaén…), también de fuera de la comunidad andaluza. Más de dos mil publicaciones son el fruto de ese ingente esfuerzo.
Los otros dos objetivos, la defensa y la dignificación del andaluz, poco tienen de novedad, son recurrentes, pese a que ninguna investigación rigurosa ha determinado el alcance del victimismo o del denominado "complejo de inferioridad" que se suele asociar a los andaluces, algo que, por otro lado, resulta difícil de casar con el orgullo de muchos de ellos por expresarse como lo hacen. Además del distinto grado de competencia idiomática que llega a alcanzar cada uno, los parámetros geográficos, socioculturales y situaciones son tantos y tan variados, que lo destacable es la heterogeneidad de las hablas andaluzas. Los rasgos que sirven para su identificación y caracterización no son compartidos por todos los andaluces y sí con otras modalidades del español. En la comunidad autónoma andaluza unos pronuncian de igual modo sesión y cesión, bien porque cecean (en todos los casos dicen ceción), bien porque sesean, eso sí, con muy diversas eses y zetas, pero otros muchos distinguen. Sesear, es lo que hacen sistemáticamente casi todos los canarios e hispanoamericanos. Es habitual que la -s final de sílaba o de palabra (los cascos históricos de las ciudades andaluzas) no se oiga o se resuelva de formas muy diferentes. Pero pronunciar es una cosa y otra bien distinta hablar (de la escritura poco o nada hay que decir), por lo que habría que precisar a qué andaluz nos referimos, al hablado por quiénes, dónde y en qué situaciones comunicativas. Unos mismos usuarios no se expresan (ni siquiera pronuncian) de igual modo cuando participan en una conversación familiar (en que la confianza es máxima y la connivencia y complicidad totales), que cuando lo hacen en actuaciones interlocutivas en que se requiere (o conviene) cierto grado de formalidad, sobre todo, si se trata de una intervención pública. E incluso habría que tener en cuenta de qué, para (y por) qué se habla. No puede sorprender, pues, que sean tan distantes las actitudes y las opiniones. Ni todos los andaluces sienten la misma necesidad de defenderse ni coinciden en lo que hay que dignificar o debe ser reivindicado. Tampoco a la hora de atribuir (si admiten que lo hay) el desprestigio a factores externos o/e internos.
Queda mucho por investigar de las hablas andaluzas. Pero es urgente que lo que se sabe llegue a la sociedad. Ninguna instancia u organismo regulador va a contribuir a la mejora de la competencia lingüística y comunicativa de los ciudadanos. Además, ni puede, ni debe, coercer los hábitos articulatorios o, menos aún, la prosodia, los dos ámbitos en que se reconoce de manera inmediata a los andaluces. El proceso de nivelación en marcha es y será fruto de la generalización de la educación, parte esencial de la cual es el progreso en la instrucción idiomática. En la medida en que se instale en la conciencia de los andaluces la idea de que el descrédito de ciertas peculiaridades (por ejemplo, la extrema relajación articulatoria que lleva a la deformación o eliminación de ciertos sonidos) no emana de ninguna campaña de persecución foránea, la autorregulación ganará terreno, sin que ello suponga pérdida alguna de identidad. En la lengua, hecho social por antonomasia, la tensión entre norma y libertad acaba resolviéndose siempre gracias a la voluntad (universal e irrenunciable) de alcanzar la máxima eficiencia comunicativa, que implica un equilibrio entre inteligibilidad y reconocimiento del prestigio de los usos. Nadie impone nada en un comportamiento en el que todos participamos.
Los obstáculos con que tropieza la labor de difundir y divulgar el conocimiento de las hablas andaluzas pueden superarse, y en ello estamos. Los medios de comunicación audiovisuales y escritos pueden y deben tener un papel clarificador decisivo.
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