La tribuna
Infancia y emergencias
La tribuna
Si hasta hace unas décadas seguía siendo cierta la afirmación, más de cien años mantenida, de que un fantasma recorría el mundo: el comunismo, ahora es el nacionalismo el fantasma al que es necesario demonizar. Bien entendido que siempre la referencia es al nacionalismo de "los otros" porque la mayoría de los demonizadores afirman, como una verdad incuestionable, que ellos no son nacionalistas. Si los peces tuvieran capacidad de conciencia, de lo último que serían conscientes es de la existencia del agua. Sólo sabrían de ésta cuando son pescados, es decir, desplazados de su medio natural. Tan natural que ni siquiera lo habrían percibido antes. Pues algo similar le ocurre a la mayoría de la gente que es educada monoculturalmente y bajo la presión de un nacionalismo de Estado que naturaliza una lengua, una supuesta historia común (supuestamente común), una religión, unos referentes… de los que siempre es obligado sentirse orgullosos y, llegado el caso, defender por ser "naturalmente" superiores a otras lenguas, otras historias (no sólo externas, sino también alternativas a la oficial) y otros referentes que son definidos como fuera del nosotros colectivo: como salvajes, bárbaros, impíos, herejes, irracionales o antidemocráticos.
Si creemos que lo natural es hablar como hablamos, actuar como actuamos y pensar como pensamos, no se nos ocurrirá plantearnos que todo ello sea el resultado de la específica endoculturación y socialización por la que cada ser humano pasa, dependiendo, en cuanto a su contenido, de en qué grupo etno-nacional haya nacido y vivido y, dentro de éste, de la pertenencia a un género y una clase social. El poder de los mecanismos del Estado, incluidos el jurídico, el escolar y hoy el mediático, trata de imponernos siempre, como "natural", un modelo de pensamiento, comportamiento y valores culturales que sería, naturalmente, el propio del nosotros. Un nosotros que se encarna en la Patria. Entonces, el nacionalismo puede convertirse en patriotismo: una obligación ética para todo ciudadano/a, una alta virtud. Incluso se llega a afirmar, para no reconocerse como nacionalista, que el patriotismo es lo contrario del nacionalismo, como ha hecho recientemente el presidente francés Macron. Y no digamos cuando nuestro patriota Casado afirma que la expansión española (castellana) en América no fue una colonización sino que tuvo como objetivo hacer más amplia España. Le faltó decir que llevamos a los indígenas de Abya Yala la lengua (como si antes fueran mudos) y la posibilidad de vida eterna (porque antes estaban predestinados al infierno). ¡Y jurarán que no son nacionalistas sino patriotas!
Aunque la cuestión es, sin duda, compleja, para no contribuir a la ceremonia de la confusión se hace necesario, al menos, distinguir entre dos tipos de nacionalismo: los que son supremacistas, opresores, agresivos y pretenden imponer por la violencia física, jurídica y simbólica los intereses, la cultura y, a veces, incluso la religión sobre otros pueblos, además de sobre el conjunto de clases y sectores de su nosotros estatal-nacional, y los nacionalismos emancipatorios o de liberación -"periféricos" suelen llamarlos- que expresan la resistencia de los pueblos-naciones convertidos en colonias externas o internas de los estados-nación (o supuestos estados-nación) imperialistas. En el primer caso, el contenido de la ideología nacionalista -el énfasis en la defensa y exaltación de lo propio- es necesariamente xenófobo, etnocida y puede llegar fácilmente a ser genocida. Es el nacionalismo, casi siempre inconfesado, generado desde el poder de los estados y que suele parapetarse en la retórica de las palabras: antes, en la evangelización, luego en la civilización, ahora en el desarrollo, la intervención humanitaria o la preservación de la democracia. El segundo caso es cualitativamente diferente: el nacionalismo es, entonces, el medio de resistencia frente al expolio económico, la subordinación política y la planificación desidentificadora que practican las metrópolis sobre sus colonias o el Estado nacionalista (con su ideología opresora y alienante) respecto a los pueblos-naciones que en su interior se afirman como sujetos políticos con pleno derecho a decidir por sí mismos su forma de autogobierno para enfrentarse a esa triple dominación. Se trata entonces de un nacionalismo de liberación o emancipatorio, tanto a nivel colectivo como personal (aunque para que no se convierta en su opuesto haya que estar en guardia frente a la tentación de no reconocer adecuadamente la diversidad interna o de adoptar elementos del chovinismo supremacista).
Sin duda, esta distinción no interesa a los "patriotas" del nacionalismo inconfesado, porque los desenmascara, y tampoco es considerada por muchos "izquierdistas" de manual que practican el que en otro tiempo era denominado "marxismo vulgar". Para Blas Infante sí era evidente y por eso se definía como nacionalista-universalista e incluso como "antinacionalista" (para expresar su oposición frontal al nacionalismo de los estados opresores).
También te puede interesar
Lo último