La tribuna
La vivienda, un derecho o una utopía
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Las guerras de la Edad Contemporánea, o la Era Global, no son como las del Medievo. Entonces existían atalayas para otear el horizonte y advertir con tiempo suficiente la llegada del enemigo, que era fácilmente identificable al galope de su brioso caballo. Pero hoy el adversario entra en el país elegido de forma invisible y soterrada, exhibiendo una sonrisa de buenrollismo tras la que oculta objetivos maquiavélicos difíciles de apreciar. Los antiguos guerreros con sus cotas de malla, yelmos, escudos y adargas han sido sustituidos por burócratas y activistas sociales que con la palabra democracia en la boca pretenden hacer pasar la verdadera libertad por un totalitarismo de libro.
Los generales globales ya no visten pesadas armaduras de hierro sino trajes firmados por el último sastre de moda y adquiridos en la Quinta Avenida de Nueva York, la Causeway Bay de Hong Kong o en la londinense New Bond Street. Sus cuellos blancos combinan a la perfección con sus robos épicos. Sus arcos, antes de madera, son ahora muros de Facebook o cuentas en Twitter desde donde disparan frases, en vez de flechas, cargadas de elegantes mentiras, amoralidades y un secreto interés político-económico, provocando un cambio mental en determinadas personas. Éstas, que antes vivían felices sin saber que estaban oprimidas, sienten ahora adoración por los dioses que vinieron a liberarlas.
La planificación para atacar un país ya no se traza entre los muros de un castillo sino en los laboratorios de prestigiosas universidades de élite, en think tanks, ONG y despachos donde los espías se codean con altos financieros, políticos sin ideales y estrategas militares. Diseñan planes a miles de kilómetros de distancia, en los que la injerencia en la educación, la prensa, el ocio, el cine y el arte son los pilares básicos que los conducirán al éxito. Las llaman "armas silenciosas para guerras tranquilas" e inciden en la cultura propia para aniquilar cualquier atisbo de resistencia en el pueblo atacado.
Y es que las batallas actuales son sumamente sofisticadas y se enmarcan en un amplio proyecto de programación social que desarrollo en mi libro Perdidos. Es la Tercera Guerra Mundial y la tenemos ahora en España, donde el enemigo se coló con la crisis de 2008 a través del movimiento, aparentemente espontáneo, del 15M. Su modus operandi comparte similitudes con las primaveras árabes, la guerra de Kosovo y lo sucedido en la plaza Maidan de Ucrania. Aquí el contrincante se ha hecho fuerte en Cataluña, a la que pretende desmembrar de España para integrarla en un nuevo sistema político gobernado por globócratas.
Este sofisticado modelo de guerra ha sido declarado a todos los países europeos, aplicando tácticas distintas dependiendo de la fase de penetración de su plan. Jefes y ministros de Gobierno de naciones como Chequia, Italia, Polonia y Hungría se están pronunciando en contra de ONG financiadas por Estados Unidos. Pero nadie ha ido tan lejos como el joven presidente austriaco recién elegido, Sebastian Kurz, quien le ha dado veintiocho días a la Open Society de George Soros para que abandone el país. En España, la ONG del filántropo ha financiado parte del procés català pagando al Diplocat, al Cidob, el think tank independentista, y la iniciativa #parlem #hablemos. Como afirma Reig: "La obligación de todo poder es ser poder todo el tiempo que pueda y, para ello, precisa de estrategias comunicacionales mediáticas concretas".
Lo que se está tratando en Cataluña no es la independencia sino la destrucción de un Estado-nación histórico. Para la élite mundial, la demolición de todo el mapa político español es un proceso necesario para implantar la nueva fase del nuevo orden mundial, cuyo fin último es crear un gobierno global.
Lo que aprendió la élite de las dos guerras mundiales es que la ingeniería cultural es mucho más barata y eficaz que las armas convencionales. Éstas deben dejarse para la última fase de la batalla. Si no ha ocurrido un Maidan en Cataluña es porque, contrariamente a lo que le dictan sus fórmulas mágicas de big data, la conciencia no puede destruirse y el instinto de supervivencia no puede aniquilarse. La clase media española se ha echado a la calle con una única arma: el amor. El amor a su historia, a sus leyes, a sus hijos y nietos, a su patria, que no es otra cosa que la casa de sus ancestros, la tierra que conquistaron sus abuelos; guerreros con yelmos, pesadas mallas y corazas de acero. Los trileros de cuello blanco aún no han encontrado la fórmula secreta para aniquilar el arma más poderosa.
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