La tribuna
Muface no tiene quien le escriba
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Charlo con el librero sobre la obra de Carl Schmitt que acabo de encargarle. A mi lado, un hombre de unos sesenta años y vestimenta cuidadosamente informal se vuelve un poco y murmura como si no hablase con nadie: "Un nazi". Pues sí; pero como no conozco de nada ha dicho señor sigo hablando con el librero.
Ahora charlamos de Jünger y su correspondencia aún no traducida al español; de modo que mi vecino vuelve a mirarme y suelta "¿Jünger? Otro nazi". Esta vez le contesto: "¿Ha leído usted algo de él?". "No -replica- pero estoy bien informado". Por supuesto desconoce que cuando Jünger cumplió cien años, en plena juventud y lucidez, recibió por toda Europa homenajes universitarios, Mitterrand lo invitó a cenar en el Elíseo y Felipe González, por entonces presidente del Gobierno, lo visitó en su casa. Todos nazis. Y es que desaparecida la izquierda ilustrada de España y ocupado su lugar por la progresía, la ignorancia de los autocalificados progresistas es seña identitaria de quienes quedaron anclado en la adolescencia.
El adolescente es por definición un inmaduro que cree conocerlo todo no sabiendo apenas nada, y el progre de nuestros días es un adolescente que con setenta años sigue pensando lo mismo que cuando tenía catorce. Nada que ver con la antigua izquierda democrática, tan realista. Gracias a su presencia en los medios, donde se incrustaron desde antes de morir Franco, estos adolescentes eternos han logrado convencer a la opinión de que son pozos de sabiduría, exquisitos degustadores de arte, informados politólogos, filósofos de altura y, sobre todo, honestos intelectuales con derecho a fijar la moral de la ciudad.
A los quinceañeros les encanta despreciar a los adultos: "El Sistema"; de aquí sus esfuerzos por hacerse una imagen como rupturistas y provocadores sin apercibirse de que desde hace mucho no hay nada tan apreciado por el pensamiento establecido como epater le bourgeois, los gestos de ruptura, las supuestas vanguardias y la blasfemia. A veces, exageraciones propias de la juventud, la progresía cae en el ridículo. Hace algún tiempo, la señora Luce Irigaray (psicoanalista, lingüista y filósofa) expuso sin ruborizarse que "las opciones científicas vienen condicionadas por el sexo de los estudiosos", y que la famosa ecuación de Einstein sobre la velocidad de la luz "es una fórmula masculina por haber privilegiado a lo que va más aprisa". Ya digo, sin un sonrojo.
El pasado verano ha sido pródigo en demostraciones de ignorancia. Una altísima autoridad eclesiástica (también entre los clérigos es posible la inmadurez) sostuvo ante el mundo entero que son los fabricantes de armas quienes provocan las guerras; era lo que nos contaba, allá por 1970, el semanario Triunfo. A cierto concejal de una capital castellana, se le ocurrió escribir un artículo de prensa calificando de "religión malvada" al islam; de inmediato, la progresía local pidió a la alcaldesa su destitución y que fuese detenido por "incitación al odio". Y asimismo este verano un grupo de universitarias exigía el cierre de la revista Arbor, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, por un artículo que llevaba de título ¿Hay mujeres más allá del feminismo?. Supuestas intelectuales pidiendo la vuelta de la censura en los ámbitos científicos. Muestras de la ignorancia de aquellos que dictan el lenguaje obligatorio y lo que debemos pensar. En cuanto a la política, ya está dicho y visto: partidos del progrerío sustitutos de la izquierda clásica. Una coyuntura de alto riesgo. Porque en estos días tristes de España, cuando acaba de tener lugar un golpe de Estado del que nadie se atreve a decir su nombre, se levanta la figura del adolescente ignorante presentándose como salvador.
Pablo Iglesias no gobernará nunca, pero Pedro Sánchez puede llegar a La Moncloa: un inmaduro que desconoce el significado de conceptos políticos capitales como Estado, federalismo, confederación, anfictionía, nación, etnia, mito, historicidad y convencido de que todos los problemas se resuelven "con mucho diálogo y mucho amor". Nada cabe esperar de este personaje lleno de odio y rencor, cuyo discurso en la noche del domingo pone los pelos de punta. Haríamos bien en no creer ni una palabra de cuanto dice; pues con el voto, precisamente, de los separatistas catalanes podremos verlo pronto convertido en presidente de Gobierno. Entonces será el momento de recordar un viejo adagio: Desgraciado el pueblo que tiene por jefe a un niño.
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