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Al atardecer del martes 17 de mayo de 2011 se presentaba en el Salón Príncipe del Casino de Madrid el libro Memorias de Cuatro Españas, de Carlos Robles Piquer, en una jornada en que la cuarta de ellas, constituída en "democracia formal", se tambaleaba perpleja ante la "democracia real" que plantaba sus reales a dos pasos, en la Puerta del Sol, frente al antiguo Palacio de Gobernación. Es dudoso que cualquiera de los "desempleados y los inempleables" (Marcuse dixit) que montaban su baratillo a pocos metros del Casino se hubiera acercado a éste, entre otras cosas porque en la invitación que se cursó se avisaba que "Se exige atuendo adecuado. Caballeros: chaqueta y corbata. No se permitirá el acceso al Casino sin el cumplimiento de esta norma". Con unos versos del poeta y diplomático Diego Hurtado de Mendoza ( Vendrá un embajador de gran linaje…) dio el tono del acto uno de los oradores, el embajador Ochoa Brun, aunque los que le siguieron en el uso de la palabra prefirieron centrarse en la "democracia formal" que estaba en juego y en el mal uso que últimamente se venía haciendo de ella.
Las "cuatro Españas" a que se refería en su libro el presente "embajador de gran linaje" son cuatro Españas sucesivas, a saber, la España de la II República, la de la Guerra Civil, la del Franquismo y la de la Democracia. Niño en la primera, adolescente en la segunda, inicia su carrera al servicio del Estado en la tercera para rematarla en la cuarta. Fue en los primeros pasos de ésta cuando yo lo conocí, cuando ya tenía a sus espaldas su primera embajada, la de Libia, en la que presenció en primera fila de barreras el destronamiento del rey Idris por el coronel Gadafi. Era ahora ministro de Educación en el primer Gobierno de la Monarquía, presidido por Arias Navarro, último presidente del Consejo designado por el mismo que había designado rey a don Juan Carlos. Yo acababa de volver de Roma y no daba crédito a mi suerte cuando se me encomendó escribir un libro sobre el Coto de Doñana. Y fue en el Coto donde conocí tanto al ministro como al secretario general técnico del ministerio, el economista Juan Velarde, otro de los presentadores de las Memorias de cuatro Españas. Pronto cesarían ambos en sus cargos, al ser sustituido Arias Navarro por Adolfo Suárez, aunque no por eso dejaron de seguir sirviendo a la nación, uno en su cátedra y en el Instituto Social de la Marina; otro en su condición de embajador, esta vez en Roma, donde se estrechó nuestra amistad. También en Roma conocí al otro presentador del acto, a Ochoa Brun, agregado cultural en la Embajada, de quien ya sabía por un trabajo suyo sobre la Fundación leonesa Sierra Pambley. Luego nos volveríamos a encontrar, siendo ya él embajador en Viena.
Uno de los servicios prestados bajo el "régimen anterior" fue el de la "orientación bibliográfica" que venía a sustituir a la censura pura y dura de etapas anteriores, una censura por cierto que ni siquiera entonces se caracterizó por su dureza ni por su pureza. Si hubo dureza en los años en que a mí me afectó, fue en el gremio al que yo pertenecía como mero alevín, el de la pluma y la brocha, cuyas cabezas visibles ejercían lo que ya entonces yo conceptuaba como "contradictadura cultural". Los episodios que cuenta Robles vienen a confirmar lo antedicho, y eso que él, hombre sin resentimientos, se limita a contar sus negociaciones en torno a una mesa bien servida con autores del porte de Vargas Llosa, García Márquez o Carlos Fuentes. Alguno de ellos le dispararía alguna que otra flecha de parto, de ésas tan alevosas del jinete en fuga. Alguna de ellas lo sería en mi obsequio, por así decir, para molestarme en cuanto amigo de Carlos, como la de un poeta, el difunto José Hierro, que por cierto colaboró con él de manera destacada en los fastos de los XXV años de paz.
De todos los afanes de Carlos Robles Piquer, a quien entre otras cosas valiosas debo mi libro sobre Doñana, yo me quedo con los consagrados a Hispanoamérica desde el Instituto de Cultura Hispánica, unos afanes cuyo sentido podría cifrarse en unas palabras suyas que evocaba el Presidente del Casino, don Mariano Turiel de Castro: España no pertenece al continente americano; España pertenece a su contenido. Esas palabras deberían ser el lema de todos los "españoles de ambos hemisferios", como decían en 1812 los constituyentes gaditanos.
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