Manifesté hace unos días y en esta misma parcela periodística la conveniencia de continuar confiando en Gustavo Poyet como entrenador del Betis. Argumentaba que esa trituradora de entrenadores que es el Real Betis Balompié desde tiempo inmemorial no permitía que cuajase proyecto alguno. Añadía que un club que va poniéndose a la par con el resto de congéneres no podía desechar su proyecto tan al poco de echar a andar.

Bueno, pues me desdigo de aquello, mi confianza en los métodos del charrúa se ha apagado y ahora me horroriza que haya que esperar a caer en descenso para que el finiquito no sea un obús en la línea de flotación del Real Betis Balompié. Me declaro objetor por principios del cese por el cese, por eso de probar a ver si cambia el aire sin base lógica. Ya pasó cuando el penúltimo cese de Mel con la contratación de un tal Garrido que mejor que no hubiese venido nunca.

¿Y por qué ahora opto por el cese de Poyet? Aparte de porque no gana, por el cúmulo de sensaciones negativas que desprende su tarea. Aparte también de la incógnita que representa saber a qué juega el equipo, por diversas razones que entran de lleno en lo parafutbolístico. Y entre ellas está en primerísimo lugar la devaluación de Dani Ceballos, uno de los pocos activos que el Betis podría rentabilizar tras haberle firmado un contrato que está muy por encima de la media salarial.

Es como la perentoria renovación de Rubén para que, como por ensalmo, se caiga de la estantería con la ayuda del propio Poyet. Además, la fragilidad de un equipo que a la primera que le llega al mentón se va a la lona sin posibilidad de levantarse. Se comprobó ante el Espanyol y en Villarreal y procede por vía de urgencia una corrección en el rumbo a la par que la toma de medidas necesarias para que suba el nivel de responsabilidad de la tropa y, con ello, su rendimiento.