¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Vivimos tiempos muy extraños. Si hace un año se hubiera estrenado una película de Álex de la Iglesia, o de cualquier otro discípulo disparatado de Berlanga, contando la historia de un autobús que va recorriendo el país con un lema que dice: "Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva. No te dejes engañar", nadie habría ido a verla porque todo el mundo lo habría considerado un disparate sin pies ni cabeza. Pues bien, este disparate ha creado una polémica de tal magnitud que ha culminado con la intervención de la Policía, además de un pronunciamiento por parte del Ayuntamiento de Madrid y otro del fiscal jefe de la comunidad, que está planteándose denunciar la campaña del autobús "por un delito de odio hacia los transexuales". Un caso así sólo parece digno de ser investigado por el clarividente inspector Clouseau, pero aquí todo el mundo está hablando de él -yo el primero- y gritando a favor o en contra del autobús, o bien discutiendo hasta dónde llegan los límites de la libertad de expresión. Y lo mejor del caso es que esta polémica ha surgido por un tema -el de la transexualidad infantil- que afecta a un sector ínfimo de la población y que encima es muy complejo y no se puede despachar a base de eslóganes ideológicos. Pero da igual. Todo se reduce al griterío y nadie piensa en la reflexión ni en el debate serio.
¿Realmente importan a alguien estas cuestiones que abren los telediarios y que copan las tertulias radiofónicas y televisivas? ¿Nos enseñan algo? ¿Sirven para algo? La semana pasada pasé unos días en un hospital público y no hay nada más ridículo que pensar en las cosas que se dicen fuera cuando uno está metido allá dentro. Vivimos tiempos muy complejos -en realidad todos lo han sido-, pero estos tiempos lo son más porque hay mucha gente incapaz de entender que existe la idea misma de complejidad. Para mucha gente, todo se puede arreglar redactando una nueva ley o cambiando la Constitución o levantando un muro o expulsando a todos los ilegales. Para mucha gente, los problemas se resuelven a base de propaganda y gestos teatrales. Para mucha gente, el odio y las simplificaciones más vergonzosas son la única forma posible de entender las cosas. Nadie parece capaz de pararse un segundo y escuchar al otro, nadie parece capaz de reflexionar por sí mismo, en silencio, tranquilamente, a solas. Mal vamos.
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