¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Esplendor del Palacio Real
Dos acontecimientos recientes dan mucho que pensar sobre el futuro de la UE: la aprobación del informe Matic, que equipara el aborto a un derecho humano, nada menos, y pretende imposibilitar la objeción de conciencia de los sanitarios, y la inaudita presión sobre el Gobierno húngaro para detener una ley antipederastia y de protección de la infancia que recoge medidas concretas contra el homoproselitismo. Lo que se adivina en esta actitud de Bruselas es la apertura hacia la admisión de la pedofilia, preconizada ya por colectivos progresistas, quizá el siguiente paso en ese camino de cada vez más difícil retorno hacia el desastre moral.
Muchos europeístas sinceros, cristianos desde luego, pero no sólo ellos, empiezan a cuestionarse si esta Europa merece la pena. Mientras, se multiplican las señales de decadencia que, sin embargo, no parecen merecer la atención de la Comisión Europea. La deplorable gestión de la pandemia ha rebajado mucho las ínfulas de Bruselas, pero muchos europeos aún se consuelan creyendo habitar el centro del único paraíso que les interesa, el económico. Sin embargo, algunos datos fundamentales desmienten también esa fe y dibujan un panorama que sólo puede calificarse de decadente: el peso de la UE en el PIB mundial ha bajado del 25 al 18% en una década, entre 2008 y 2019; en 2001 había catorce empresas europeas entre las cincuenta primeras, hoy sólo siete, y ya no hay ni un centro financiero europeo entre los diez mayores del mundo. Tampoco una sola empresa europea entre las veinte mayores, de las que nueve son norteamericanas y siete chinas. Podríamos seguir. Las consecuencias de este desfallecimiento no se harán esperar y las más evidentes son ya moneda común: sólo uno de cada cuatro europeos cree que las generaciones futuras vivirán mejor que la actual, y esta desconfianza se extiende a muchos otros aspectos de la vida. Ello explica hasta cierto punto el declive demográfico, causa de otros muchos problemas. Ni siquiera es ya la UE el espacio de libertad que muchos soñamos, ahora en virtud de la censura aplicada por la corrección política hasta el último recoveco social: un 45% de los alemanes, según encuesta reciente del muy influyente Frankfurter Allgemeine, temen expresar sus opiniones en público, con porcentajes aún mayores en lo que se refiere al islam o a sus sentimientos patrióticos. Urge un giro de 180 grados que devuelva a sus orígenes un ideal europeo secuestrado y totalmente desfigurado.
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