¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Maneras de vivir la Navidad
La irrupción de las redes sociales ha supuesto, entre muchas otras cosas, la reedición en su forma más descarnada de las dos Españas. Genera espanto y tristeza leer la cantidad y calidad de los insultos que se cruzan unos y otros en ese papel de villanos en que se han convertido las pantallas de los ordenadores. Lo de "Tarancón, al paredón" o "Carrero voló, voló' suenan hoy como desahogos ingenuos si lo comparamos con ciertos tuits y artículos publicados en algunos medios digitales que, comandados por periodistas disfrazados de justicieros, han hecho de la reedición del odio una manera de ganarse la vida. Sólo en una España enferma moralmente se puede prestar atención -incluso convertir en mártir de la libertad de expresión- a una persona como Cassandra Vera. Por cierto, que llamar humor negro a los 13 tuits sobre Carrero Blanco es un auténtico ejercicio de optimismo.
Con el paso del tiempo hemos comprendido una enseñanza que, de forma silenciosa, se nos inculcó en el colegio jesuita al que asistimos en la niñez. Los infantes de la Transición teníamos un imperativo moral: debíamos encarnar la reconciliación entre las dos Españas. No habíamos vivido la gran carnicería de la guerra y la posterior represión y, por lo tanto, no teníamos derecho al odio. Nuestra tarea generacional era la del encuentro real y generalizado. No teníamos que perdonar nada porque, sencillamente, no habíamos sufrido nada. Pese a lo que algunos han apuntado con torva insidia, no era una invitación a la amnesia histórica. Muy al contrario, se trataba de tener muy presente nuestro pasado para no volver a repetirlo. Sólo hay que repasar las novedades editoriales de la época o el contenido de revistas de gran tirada y popularidad por aquellos años, como la Historia y vida que dirigía el inolvidable Néstor Luján, para comprender que cierta amnesia no existió, que es un mito creado por unos intereses políticos muy concretos de la actualidad. Lo que sí se nos invitó a olvidar fueron los relatos familiares, que, con razón o sin ella, eran los nidos donde la serpiente de la discordia ponía sus huevos.
La degeneración de la memoria histórica en un simple instrumento de la izquierda radical para deslegitimar a la derecha -es decir, en un arma más para la conquista del poder- y una crisis económica que ha puesto a los pies de los caballos el régimen constitucional, han hecho que muchos olviden ese gran ideal del abrazo entre españoles. Ya es hora de que los niños de la Transición volvamos a levantar su estandarte. Aunque sólo sea por lealtad a los viejos tiempos.
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