Monticello
Víctor J. Vázquez
El auxilio de los fantasmas
La ideología de género es dañina para los niños. Es una mentira destructiva decirle a un niño que nació con el cuerpo equivocado". Estas afirmaciones no son mías sino de Miriam Ben-Shalom, veterana defensora de los derechos de los homosexuales y profundamente alarmada, no obstante su lesbianismo, por el creciente respaldo político a la agenda LGTB.
"Los hábitos sociales no cambian el sexo. Las drogas y las hormonas no cambian el sexo. La cirugía no cambia el sexo. Ser hombre o mujer es algo innato e inmutable". Lo dice Michelle Cretella, presidenta del Colegio Americano de Pediatras. La consecuencia es obvia. Según Paul W. Hruz, especialista en endocrinología pediátrica y miembro de la Academia Estadounidense de Pediatría, "el cambio de sexo es imposible. Uno no puede cambiar su sexo, lo que puede cambiar es la apariencia".
Son personas que han decidido denunciar los problemas médicos y sociales que plantea la mezcla de mitología sexista y rabia voluntarista que se esconde en la ideología de género y a sus destructivas consecuencias, y han sido ponentes del I Congreso Internacional sobre Sexo, Género y Educación, celebrado en Madrid el pasado fin de semana. Gran asistencia de público, sala abarrotada por cientos de personas, miles de seguidores por transmisión digital en todo el mundo, y total ausencia de medios de comunicación y de autoridades. ¿Puede sorprendernos? Otro de los ponentes, el politólogo argentino Agustín Laje, ofrecía la explicación a esta asimetría: "Hoy la ideología de género pone en jaque nuestras libertades individuales... No es una propuesta alegre, no es una oferta ni un modo de vivir, sino una imposición: un tema no sujeto a debate que ya ha sido decidido de antemano". Acallar por todos los medios al que disiente, esa es la consigna. Para la socióloga y escritora Gabriele Kuby, quienes "se oponen a la ideología de género se ven amenazados con el ostracismo social y con el acoso a través de las redes sociales. Además, son criminalizados por las nuevas leyes". Sin duda, esta nueva peste totalitaria pasará. Después tocará hacer el recuento de las víctimas. Muchas de ellas tendrán nombre y apellido, pero el daño infligido a las sociedades occidentales va más allá: se trata de herir en lo más hondo a la familia y de arrebatar a los padres sus derechos sobre la formación de sus propios hijos. Objetivo: los niños.
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