Cuarto de muestras
Carmen Oteo
La herida milagrosa
Hoy no me llamará para darme las gracias por este artículo. Puede que otros me llamen para recriminarme que lo haya escrito. Con su descanso eterno igual también descansan los que hace un tiempo emprendieron una tabarra contra José Utrera Molina para que retirasen todo símbolo que recordara su paso por la política, incluso por este mundo que llenó de hijos y, por lo visto, de muy buenos amigos. Entre los mejores, el decano de los articulistas, Manolo Alcántara, omnipresente en dedicatorias, poemas y objetos en la casa que Utrera Molina tenía en Nerja y donde fui a entrevistarlo en febrero de 2013. "Yo le sigo llamando José Utrera / a querer lo que siempre se ha querido", escribe Alcántara en un soneto con el que su destinatario cerraba el libro Sin cambiar de bandera que me regaló dedicado al final de aquel encuentro.
Conocí a Utrera Molina gracias a la memoria histórica. A partir de una pista que me facilitó el historiador Juan Ortiz Villalba para dar con Pepita Barbero, hija de Emilio Barbero, concejal del Ayuntamiento de Sevilla asesinado la misma noche del 10 al 11 de agosto de 1936 en el kilómetro 4 de la carretera de Carmona en la que fusilaron a Blas Infante. Di con Pepita Barbero en su casa de la calle Jamaica del barrio de Heliópolis y justo cuando se cumplían 75 años de la muerte de su padre me contaba en el periódico que no quería morirse sin tener la ocasión de darle las gracias a José Utrera Molina. Siendo ministro de Vivienda, puso todos los medios para que a la huérfana de Emilio Barbero no la echaran de la casa en la que nació y de la que un día de julio del 36 se llevaron a su padre para matarlo. Cuando leyó la historia, Utrera Molina me llamó por teléfono para que le pusiera en contacto con aquella mujer. Me encantó propiciar aquel abrazo entre las dos Españas.
He oído que el motivo para borrarlo del callejero fueron sus crímenes de guerra. Hijo de su tiempo, no me cabe duda de que como gobernador civil, igual que facilitó vivienda a muchas familias afectadas por la riada del Tamarguillo, fue implacable con sindicalistas y con la incipiente izquierda curtida en las fábricas y en las aulas. Pero Utrera tenía diez años recién cumplidos cuando Franco volteó la República. No estará en el callejero, pero sigue en el soneto de su amigo Manuel Alcántara.
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