Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Desde el¿Estáis puestos? de su pregón que lo abre hasta Las mortajas de Sevilla que lo cierra, La Semana Santa de Antonio Burgos se suma a la no tan larga nómina de obras imprescindibles para conocer, comprender, sentir, revivir, vivir con hondura pensada o enseñar qué es esta cosa tan sencilla y tan compleja, tan fácil de sentirse y tan difícil de expresarse, a la que llamamos mintiendo Semana Santa. Porque no dura siete días u ocho jornadas sino una vida entera en la que las Semanas Santas vividas se van fundiendo en esa única Semana Santa sentida que al final rebasará el límite del tiempo para desbordarse en esa Gloria que tantas veces sentimos -no presentimos: sentimos- en esos instantes eternidad de silencio macareno que nos van enseñando, año tras año, que "conforme la noche, la vida, va avanzando" vamos "haciendo camino hacia la certeza de la mañana del Arco".
Están en este libro los artículos que le han dado a Antonio Burgos esa fama que la mejor Sevilla le retribuye con admiración agradecida y la peor con envidia maledicente. Pero las dos son Sevilla y no hubo entre nosotros quien fuera grande y no pagara este precio. "Yo, en Sevilla, soy el padre de Quino", me dijo Juan Sierra una tarde de primavera en su chalecito del barrio León. Y los más viejos recordamos lo que se decía de Joaquín Romero Murube en sus últimos, amargos, años de cesante de la belleza.
Junto a esos artículos recordados cuyas frases citamos como si fueran versos del pregón de Rodríguez Buzón y han recibido el máximo honor de perdurar enmarcados en esos bares y tabernas que eran las casas de hermandad de la más auténtica Semana Santa, están también otros que olvidamos o no leímos en su día y ahora nos hacen entonar un "miserere" con voz quebrada de sochantre de la Quinta Angustia por no recordarlos o no haberlos leído. Afortunadamente la necesaria edición de este libro nos da la oportunidad de redimir esta culpa.
A la Semana Santa de Núñez Herrera, Chaves Nogales, Laffón, Sierra, Sánchez del Arco, Ortiz Muñoz, Romero Murube, Montesinos o Aquilino Duque-tan diversos entre sí, tan iguales en emociones- se suma la de Antonio Burgos. Creíamos conocerla, tras tantos años leyéndolo. Pero no es así. La belleza y la emoción de la gran literatura siempre sorprenden, siempre son nuevas, siempre se estrenan. Y aún recién publicado, este libro es ya un clásico. Y por ello un referente.
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