Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
Fragmentos
Es un hecho que el mejor arte flamenco de hoy en día está en los escenarios de España y del mundo. En festivales y bienales. En Sevilla, Jerez y Madrid. En Londres, Tokio y Nueva York. Y también en muchos pueblos andaluces. Sin olvidar tablaos muy dignos, peñas flamencas y casetas de feria que hacen un esfuerzo porque nuestros artistas no tengan que depender de las fiestas privadas y de las juergas pagadas en ventas y otros lugares.
Algunos amigos y conocidos me han comentado, cuando ha surgido la conversación, que es en un pequeño ámbito donde el flamenco se manifiesta de verdad en todo su esplendor. Lo que antes se llamaba el cuarto de los cabales. No lo discuto. Estar invitado en una fiesta familiar de artistas flamencos y verlos moverse en su ámbito más privado hace que aprecies y sientas cosas que no están en los escenarios. Pero cuando alguien saca a relucir la palabra cabales, es decir los justos, ni uno más, siempre pienso que deben considerar que ellos estan incluidos, claro. Cuando se afirma que el flamenco mejor está en ese ámbito reducido y de acceso restringido, ¿no será que algunos intentan mantener privilegios sociales que en los teatros, abiertos a la mayoría, han perdido?.
Es una reflexión que surge a raíz de los comentarios que retumban de una parte a otra de la ciudad, sobre que si la Feria está muy masificada, que son muchos días, que así se pierden las esencias, etcétera... Todavía recuerdo las protestas cuando se prohibió que se echaran las lonas por la noche y las casetas se cerraran para que la fiesta privada pudiera quedar vedada al feriante de acera. Y la Feria siguió. ¿Y cuando los hábitos tradicionales de la Feria de mañana fueron alterados radicalmente por los horarios laborales dominantes? ¿Pasó algo? Pues sí. Que nos adaptamos de nuevo. Y así pasará siempre. La Feria de unos pocos no es la dominante ya. Y así podíamos reflexionar también sobre la Semana Santa. Porque si lo que queríamos era recogimiento y dimensiones discretas, a lo mejor las propias hermandades deberían haber reflexionado hace tiempo hacia dónde caminaban nuestras procesiones. Por no hablar de Sevilla como ciudad turística en su conjunto. Llevamos algo más de siglo y medio, desde la llegada del tren a mediados del siglo XIX, intentando ser una ciudad atractiva. Y cuando lo conseguimos, y vienen de todas partes a visitarnos, hay quien echa de menos la ciudad provinciana de los años cincuenta. Pues yo la he vivido y no la añoro en absoluto. La perdimos y bien perdida está. Claro que respeto la opinión y sobre todo el sentimiento de añoranza de esa ciudad de escaseces. De los que añoran la Feria de las lonas cerradas y el paseo de caballos y carruajes de las doce de la mañana, al que solo acudían los que se lo podían permitir. Y aquella Madrugá de procesiones con pocas parejas de nazarenos alineados por calle y plazas casi solitarias. De casas patio con cancelas que permitían vislumbrar que otra vida existía más allá de tapias y ventanas con rejas y tapaluces. Todo eso lo hemos vivido. Y pasó. Las ciudades no tienen cabales. Menos mal.
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