Opinión
Eduardo Florido
El estancamiento retórico de García Pimienta
A tiza
El cuerdo que le escribía al Loco de la Colina. Un ventrílocuo televisivo de una extraña sensibilidad y difícil encaje, más raro que un Perro Verde -no tiene móvil, ni agenda, ni hace vida social ni literaria- y más sabio que los Ratones Coloraos. Muchos años de radio, de televisión, de poesía y de vida, algunos libros: poemas, aforismos, relatos, memorias. Ahora, Javier Salvago nos dice "No sueñes conmigo", provocando contradicciones y pesadillas. Es su último libro, editado por La Isla de Siltolá, y no es fácil de definir. Relatos y microrrelatos dan la idea de un hombre lleno de arrugas certeras. Pero sorprende que sus escritos son los únicos que las tienen. No hay rastro del tiempo en su piel, sí en su mirada. La mirada de un hombre capaz de entrar en profundidades peligrosas y de salir de ellas con la misma capacidad.
"Reconozco que tengo una naturaleza viciosa, adictiva. Me puedo enganchar a cualquier cosa medianamente placentera que toque. Durante años, estuve enganchado al alcohol, al tabaco, al juego… Pero, al mismo tiempo, tengo una especie de potente mecanismo interno que, cuando lo veo claro y digo hasta aquí, me permite desengancharme casi con la misma facilidad con la que me engancho, sin necesidad de terapias ni de coñas. Ahora hace tiempo que no estoy enganchado a nada, que yo sepa".
Un poeta que consiguió su sueño -ser un poeta casi maldito, casi pobre, casi ignorado- y que ahora se pregunta por qué no tuvo otros sueños más ambiciosos.
"Cuando empecé a escribir no soñaba con vender muchos libros ni con ganar el Nobel ni mucho menos con tener un sillón en la Academia. Yo quería ser un poeta maldito, vivir una vida difícil, oscura, a contracorriente, la vida de un antihéroe. Y hay que tener cuidado con los sueños porque a veces resulta que se cumplen".
Su pueblo sevillano, Paradas, le alimentó de historias y de personajes de posguerra, de películas -"de niño iba casi todas las noches al cine de la mano de alguna de mis hermanas mayores, entrábamos gratis por amistad con el dueño"-, de libros, de juegos infantiles, de batallas campales a pedradas, de cánones saltados a piola y de sueños premonitorios. Sueños que a veces se cumplen para que entendamos que los sueños. Como dice el mismo Salvago: "Soñar es gratis, dicen. Sin embargo, / quien ha soñado sabe que los sueños / se suelen pagar caro." Los sueños y la soledad, tan necesaria para escribir, para crear.
"Un solitario que vive con una mujer y un niño. Como digo en mi poema Retrato. Ahora tendría que decir, con una mujer y un gato. Sí, soy un solitario, me entiendo bien conmigo. No me siento solo cuando estoy solo. Me suelo sentir más solo rodeado de gente. Pero, a veces, la soledad se puebla de fantasmas, sobre todo de madrugada, que me asustan como a un niño, y necesito alguien a mi lado".
Hoy se permite escribir todo aquello que no pudo durante los muchos años dedicados a su absorbente trabajo de guionista de radio y televisión. -"Estuve más de catorce años sin publicar y casi sin escribir para mí, solo escribía guiones"-. Le agradece a Jesús Quintero -para él, el mejor, sin duda, en su género- que le diera la oportunidad de entrar en ese mundo de prisas y vanidades, que tan mal cuadran con su carácter. A pesar de tantos años de locura, en todos los sentidos, no conozco a nadie tan cuerdo ni tan realista. "Pesimista, dicen algunos", matiza.
Nuestra charla sale del Hotel Inglaterra y se pasea por las calles sevillanas. Se divisa la Torre Pelli. "Yo haría ocho o nueve más. A una ciudad como Sevilla le vienen bien esos contrastes.", comenta y nos gusta. Pasamos bajo Las Setas. "Toda ciudad turística que se precie necesita una buena escalinata para que los turistas se sienten a descansar y a ver pasar la vida, y aquí está la de Sevilla", nos gusta también.
Y después de pedir que no sueñe con él, ha conseguido que ya no cuente ovejitas.
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