La ventana
Luis Carlos Peris
Realidad tras unos sueños infundados
Opinión
En estos últimos días me he acordado de Manolo Summers, hombre conservador, creador andaluz genial, sevillano de nacimiento y lepero de vocación, y con quien, entre otras cosas, compartí un partido de fútbol -en el Estadio del San Roque de Lepe- de políticos contra cómicos y gente de otros vivires, y una larga noche de conversación bilateral en un vuelo transatlántico entre Río de Janeiro y Madrid. Esa noche nos juramos amistad eterna. Guardo, en recuerdo de él, algunos regalitos que me envió. Y nunca me pidió nada.
Manolo Summers dirigió algunas películas únicas e inolvidables. Aparte de La niña de luto, queda también para la historia del cine Juguetes rotos, obra en la que se refleja lo jodido que es el camino de vuelta desde la grandeza, la singularidad aceptada por los demás, la fama, el reconocimiento general y el oropel, hasta la dura realidad de la vida normalita, la necesidad de pelear por un sitio en el mundo en competencia con otros, y la evidencia de que lo que se alcanzó en el pasado no vale para garantizar el futuro.
Juguetes rotos. Así denominó Summers a los toreros, boxeadores, futbolistas o actores que, protagonistas de su obra, personificaban la pérdida de la gloria, del reconocimiento social y del éxito vital. Triste destino de muchas grandezas.
Cataluña, la Cataluña de los independentistas, ¿será un juguete roto, ella también? ¡Quién sabe! Pero, en mi opinión, están comprando todas las papeletas para ello: los que deberían ser líderes en la defensa de las reglas del juego democrático, los que tendrían que ser celadores de las instituciones públicas, los que han jurado o prometido respetar a los demás, están arrastrando por el arroyo y por el fango a la Generalitat, al Ayuntamiento de Barcelona y a todos los municipios en los que mandan. Para colmo, han perdido hasta la educación. El desaire al rey Felipe VI es como un escupitajo en la cara de España.
Puede que sí: que esto último sea la evidencia de que Cataluña es, ya, un juguete roto. El problema es que Cataluña ha emprendido ese camino no por su mala cabeza ni por ley de vida, sino por causa de algunos de sus hijos, que prefieren destrozarla antes de que sirva para que la disfruten, la vivan y la quieran otros que no sean ellos mismos. Es lo mismo que hacen muchos egoístas con los juguetes viejos, que los rompen antes que dejarlos en herencia a las nuevas generaciones; o en vez de distribuirlos, solidariamente, entre todos aquellos a los que les puedan interesar.
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