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Rocío márquez. Cantaora
Londres/Rocío Márquez (Huelva, 1985) tiene la virtud de ser múltiple y única al mismo tiempo. Audaz y respetuosa, está habituada a tensar la cuerda de sus posibilidades y a probarse en otras tesituras, pero también a recuperar con rigor el patrimonio artístico que ha heredado. Con su próximo disco, que publicará en abril, se ha adentrado de la mano de Proyecto Lorca en una nueva aventura, pero ese lanzamiento que prepara no ha frenado su agenda: este fin de semana ha conmovido al público del Flamenco Festival de Londres con dos citas, una gala colectiva que ha dirigido Manuel Liñán y un recital, sobrecogedor en su sobriedad, junto al guitarrista Miguel Ángel Cortés.
-Manuel Liñán dice de usted que ha sido un nexo fantástico para una gala con intérpretes diferentes, porque su voz es atemporal, puede ser antigua y vanguardista. ¿Usted lo suscribe?
-Qué ilusión me hace que Manuel diga eso. Es cierto que me interesan mucho las dos cosas, cuando consigo unir esos dos puntos me siento muy cómoda. Me parece que son completamente compatibles. Para mí el patrimonio es un punto de partida, y pasado y futuro tienen que ir de la mano. ¿Cómo vas a componer algo si no intentas conocer las bases de los cantes, de los estilos, y los interiorizas?
-Para su próximo álbum, vuelve a contar con Raül Fernández Refree como productor, lo que hace presuponer que no será (de nuevo) una propuesta de flamenco convencional.
-No, no [sonríe]. El disco ya está grabado, mezclado y masterizado y sale a la venta en abril. Este álbum surgió a partir de un espectáculo que nos encargaron para el Teatro Real, como una actividad paralela a las representaciones de El Público, la ópera de Mauricio Sotelo. Yo dividí en tres partes la gala que hacía, y una de ellas era con Proyecto Lorca, con Juan Jiménez, Antonio Moreno, Dani B. Marente... Estar en el escenario sin guitarra, junto a estos músicos, fue una sensación muy nueva para mí. Salí de allí tocada, pensé que quería hacer algo con ellos, que a nivel tímbrico me permitían otra búsqueda y me llevaban a otro lado. Si hay guitarra flamenca, inevitablemente, acabo usando códigos que ya conozco bastante. Yo le intento dar la misma importancia al proceso que al resultado final, y me enriquece mucho que me saquen de mi zona de confort.
-¿Lo que sonó en el Teatro Real forma parte del disco?
-Vamos a meterlo como bonus tracks, porque me parecía bonito incorporar lo que había sido el germen de esta historia. Pero los once temas del disco no serán los mismos que hicimos allí. La mitad, prácticamente, los he compuesto yo, la música y las letras. Y después tengo otras letras, todas de mujeres, para aportar algo de presencia femenina ya que todos los músicos y el productor eran hombres. De Christina Rosenvinge, Isabel Escudero, María Salgado... Las canciones tienen un tinte reivindicativo fuerte, quizás por el momento que estamos viviendo. Me apetece que las letras digan cosas, que sean mensajes contundentes. Las hay políticas, sociales, pero también algo surrealistas, porque a mí me encanta cuando el flamenco se decanta por cierto punto surrealista como el que tenía, por ejemplo, Marchena. Más allá de eso, quería que las temáticas fueran variadas: amor, desamor, penas, alegrías...
-Sobre Pepe Marchena, al que ha mencionado, giraba su disco El niño, pero también una tesis que preparaba. ¿Cómo va ese trabajo?
-Tengo hasta mayo para dejarla en el registro y me voy a volver loca [ríe]. Al final cambié el tema, lo empecé a ver más claro por otro lado. Ahora la estoy haciendo sobre la técnica vocal en el flamenco. Es muy interesante el momento en el que estamos con respecto a ella: empieza a estar en los conservatorios, en la universidad, pero realmente hay muy poco escrito sobre el tema. Nos solemos basar en otros géneros, vamos pillando de un lado y de otro, y ha llegado la hora de que los que nos dedicamos a esto ahondemos en eso. La tesis defiende que no hay una sola técnica vocal en el flamenco. Con todos los resonadores que tenemos, hay formas muy distintas de colocar la voz, de emitir sonidos... y eso te da una libertad increíble como intérprete. Hay gente que se siente más cómoda en una o dos, y otros a los que nos gusta ir combinando, jugando con una técnica más mixta. Es la explicación para que haya maneras tan dispares de cantar flamenco. Tú escuchas a Vallejo, a Chocolate o a Agujetas y te das cuenta de que usan resonadores y colocaciones diferentes.
-En el concierto que ha dado con Miguel Ángel Cortés ha hecho una seguiriya, un palo con el que, dijo, no se la asocia por su tipo de voz. ¿Hasta qué punto le influye la imagen que los demás tienen de usted?
-A todos nos afecta lo que dicen de uno, es inevitable. Depende de lo fuerte que esté en ese momento, de lo que esté haciendo, me influye más o menos. Pero yo creo que el primer paso en el arte es entender que no se puede gustar a todo el mundo. De hecho, si pretendes tener un posicionamiento y un discurso has de aceptar que no complacerás siempre. Si partes de ahí, te sientes con más libertad, te permites mucho más, haces un camino. Si no emprendes cierta búsqueda, todo está muy enfocado a la exposición, al reconocimiento, a tener que hacer una grabación. Pero hay que poner en valor a todo lo que está en medio, esas experiencias te enriquecen mucho como artista.
-En Francia, El niño llegó al número uno en la lista de los discos más vendidos de músicas del mundo, y por allí también hizo una gira de El amor brujo. ¿Tiene alguna cita pendiente ahora por allí?
-Estamos empezando a preparar la presentación del disco, allí la haremos después del verano. Es verdad que tengo muy presente Francia, que para mí es un mercado tan importante como España. Yo allí estoy comodísima, me siento como en casa. A mí me encanta que lo que hago guste allí, que la emoción trascienda el idioma, que puede ser una barrera si vas fuera de los países de habla hispana. Y en el extranjero ocurre algo maravilloso: los espectadores no van con ideas preconcebidas. Es verdad que hay mitos alrededor del flamenco, pero por el hecho de que no están tan familiarizados con este ámbito, siento al público más receptivo a cualquier propuesta. En España tendemos a poner etiquetas, en seguida tienen que saber lo que cantas, si lo conocen lo asocian con el mismo palo en que lo han escuchado antes y del modo en que lo cantaba alguien... Y eso tiene una parte muy bonita, porque se contextualiza lo que estás haciendo, pero también limita un poco, porque importa más ubicar algo que apreciarlo. Y a veces, cuando intentamos comprender el arte antes que sentirlo, le hacemos un flaco favor.
-Un detalle emotivo de la gala que protagoniza junto a Olga Pericet, Jesús Carmona y Patricia Guerrero era el respeto que le tenían a Juana Amaya o Herminia Borja, representantes de un flamenco muy distinto al vuestro.
-Hay muchísima admiración entre nosotros, sí. Que en esa gala haya relaciones intergeneracionales en un plus, porque se aprende mucho. A cada uno nos ha marcado lo que hemos vivido, por eso cantamos o bailamos como lo que hacemos. Entender desde dentro otras maneras es un regalazo.
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