Una historia desde el entusiasmo
El CAAC propone con sus fondos un viaje por los fértiles años de la Transición en '1975-1992', una muestra que repasa los cambios del arte a través de las revistas de aquel tiempo
Entre las aventuras estéticas en las que se embarcó Andalucía en la Transición, un proyecto del arquitecto José Miguel de Prada Poole simboliza los aires renovadores, el entusiasmo y desafío con que muchos creadores concibieron su trabajo en la Transición española. El Hielotrón, la pista de patinaje que se instaló en los terrenos de Montequinto, en la localidad sevillana de Dos Hermanas, maravilló a los visitantes con sus estructuras neumáticas y sus cubiertas inflables, y aquella construcción que se antojaba una fantasía futurista también convenció a los entendidos: fue objeto de estudio de numerosas publicaciones extranjeras, y se hizo con el Premio Nacional de Arquitectura en 1975. Un accidente que en su momento estaría rodeado de incógnitas -el viento derribó la carpa principal- acabaría tres años después con ese sueño promovido por el autor vallisoletano y compartido por una comunidad deseosa de abrirse a nuevas experiencias.
Las imágenes y los documentos que recrean la breve y luminosa vida de aquel Hielotrón están entre las primeras piezas de 1975-1992, una exposición con la que el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) continúa repasando la historia de este país a través de sus fondos. Tras la muestra 1957-1975, que tomaba dos episodios como los inicios del Equipo 57 y la muerte de Franco como extremos para recorrer la creación de un tiempo, ahora el espacio del Monasterio de la Cartuja atraviesa el tramo más esperanzado de la democracia hasta el clímax del 92, cuando la Expo y las Olimpiadas pusieron el broche a la larga fiesta de aquellos años. Un periodo que en la escena artística conoció el movimiento postconceptual de mediados de los 70, la corriente antiformalista de finales de los 80 y en el que destaca el resurgimiento que experimentó la figuración gracias a autores como Guillermo Pérez Villalta o Chema Cobo.
1975-1992utiliza como guías para articular su itinerario diferentes revistas que desempeñaron un papel destacado en aquella época y que tuvieron una fuerte vinculación con el sur. Es el caso, por ejemplo, de Nueva Lente, una propuesta determinante en la evolución que vivió la fotografía española de aquellos años, una publicación que contó con Jorge Rueda entre sus fundadores. Del almeriense, que llegaría a dirigir la propuesta, se exponen algunas obras suyas que sobreviven gracias a unas copias del Centro Andaluz de Fotografía, piezas de enorme valor ya que la obra de Rueda, poseedora de una imaginación y un lirismo afines a los presupuestos del surrealismo, fue destruida tras su muerte.
La cita del CAAC reivindica a otras voces que, como Rueda, formaron parte de la contracultura y aportaron una mirada revolucionaria en los agitados años de la Transición. Dos de ellos aún siguen en activo: Nazario, que aquí se recuerda por su cómic Purita Braga de Jierro y por sus colaboraciones para El Víbora, y el arquitecto y cineasta Juan Sebastián Bollaín, del que se proyecta su memorable película La Alameda (1978), con la que el director realizaba un entrañable estudio antropológico con el plan urbanístico que se había diseñado para transformar la Alameda de Hércules, un barrio más canalla y auténtico que el de ahora, como premisa.
Otra iniciativa que avivó el debate en aquellos años fue la revista Separata, cuya trayectoria se inició en 1979 con el poeta Jacobo Cortines como director. Sus páginas proponían un encuentro con el pensamiento, el arte y la literatura, y en ellas participaron referentes de la abstracción de la talla de Juan Suárez, José Ramón Sierra, Gerardo Delgado o Ignacio Tovar, una nómina que incluía también a Eva Lootz o Soledad Sevilla. Junto a las portadas de esta publicación cuelgan en las paredes del CAAC algunos cuadros de estos autores, tablas como la Pancarta (1978) de José Ramón Suárez o La suerte de matar VIII (1981) de Juan Suárez en las que sus artífices ya mostraban una poética clara, pertenecientes a una etapa en la que, recuerda Suárez, "pasamos de una geometría muy controlada a que se notara la mano del pintor, a apostar en los cuadros por un brochazo, una veladura".
La selección registra también otro momento crucial en el arte español de aquellos años: la vuelta a la figuración que protagonizan Chema Cobo, Guillermo Pérez Villalta o Alfonso Albacete. En el fértil panorama de principios de los 80 se pone en marcha otro de los capítulos notables que recuerda el CAAC: la revista Figura, que dirige Guillermo Paneque y en la que colaboran Rafael Agredano, Patricio Cabrera y Pepe Espaliú, un grupo que encontrará en Pepe Cobo y la galería La Máquina Española una plataforma para sacudirse viejas herencias y abrir nuevas ventanas al exterior en el estancado arte español del momento. "Hacer una revista, al menos en Sevilla, puede llegar a convertirse en un drama épico", decía el editorial del número cero de Figura, en el que se entrevistaba a Luis Gordillo, se publicaban dibujos de Curro González y Rafael Agredano firmaba su célebre manifiesto Titanlux y modernidad.
La última revista que analiza 1975-1992 es Arena Internacional del Arte, dirigida por Mar Villaespesa, Kevin Power y José Luis Brea. En ella irrumpe una nueva generación en la que sobresale la perspectiva audaz de Rogelio López Cuenca, Federico Guzmán o Pedro Mora. La mirada crítica de estos autores también impregna los discursos del colectivo Agustín Parejo School, que sacudió las calles malagueñas con sus intervenciones, o el conmovedor Carrying con el que se despidió, ya enfermo de sida, Pepe Espaliú, una de las obras que cierra este viaje intenso y revelador por casi dos décadas en las que el arte se sometió a una constante renovación.
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