Un fecundo ejercicio de ironía

arte

La sevillana Gloria Martín reflexiona en 'Bien de Interés Cultural', una muestra que puede verse en Birimbao, sobre el patrimonio artístico cultural y el aparato ideológico del museo

1. Reproducción parcial de 'Tesoro'. 2. 'Inmaculada y consejera', que  recrea una radiografía de la 'Inmaculada' de los Venerables (hoy en el Prado), con la mano de la consejera de Cultura durante un acto.
1. Reproducción parcial de 'Tesoro'. 2. 'Inmaculada y consejera', que recrea una radiografía de la 'Inmaculada' de los Venerables (hoy en el Prado), con la mano de la consejera de Cultura durante un acto.
Juan Bosco Díaz-Urmeneta

03 de abril 2017 - 02:33

Al entrar en la galería, justo enfrente de la puerta, usted encontrará el tesoro del Carambolo, en la misma urna de seguridad en la que suele exponerse. No, no son los oros de la legendaria Tartessos, sino una cuidada réplica en dos dimensiones: una pintura, un cuadro que su autora, Gloria Martín (Alcalá de Guadaíra, 1980), titula escuetamente Tesoro. La réplica es tan fiel que los ojos apenas advierten el ligero desplazamiento del punto de fuga hacia la derecha, subrayando en ese lado el peso de las placas talladas y dejando a la izquierda, en vibrante soledad, brazaletes y gargantilla.

A mediados de los años 60 del pasado siglo, diversos autores de distintos países se esforzaron en subrayar la dimensión intelectual del arte. En respuesta crítica a las imágenes publicitarias, la propaganda política o las generadas por los variados star systems, querían destacar en la obra de arte el pensamiento, la idea, y evitar también cuanto el propio arte pudiera tener de seducción y mala retórica. Así nació el arte conceptual, un arte de ideas. En esa preocupación se inscribe este Tesoro de Gloria Martín: la exactitud de la réplica y el cuidado trampantojo invitan a ir más allá de la destreza y a pensar en qué consiste el arte, qué busca, qué persigue.

En una vuelta de tuerca, la artista propone un arte conceptual en el que piensa 'pintando'

Hay algo más. Al replicar no sólo la pieza sino también el modo en que se expone, Gloria Martín abre la discusión sobre cuál es el alcance, la finalidad y las dimensiones ocultas del museo. Napoleón, con el Louvre, abrió a la ciudadanía cuanto ocultaban los palacios, iglesias y conventos, pero a la vez perseguía, con una colección rapiñada de media Europa, exaltar el nuevo Estado, nacido de la revolución. Nadie pone en duda que el museo potencie el saber, eduque la sensibilidad y fecunde la cultura de una sociedad, pero no es menos cierto que el museo para el Estado es un potencial de legitimación y un medio de control social y cultural.

Gloria Martín, pues, aborda dos temas de candente actualidad: la dimensión intelectual, conceptual, del arte y la reflexión sobre el museo, a través de las obras, su modo de exposición y sus emanaciones editoriales -catálogos, libros de arte, hojas de sala- de las que la autora deja constancia en la mesa colocada a la derecha de Tesoro.

La muestra queda así muy actual, muy al día, muy à la page, sólo que Gloria Martín, en una nueva vuelta de tuerca, hace esas reflexiones pintando. El cuadro, ese objeto artístico que debe evitarse porque al alegrar las pajarillas bloquea el pensamiento, ese objeto que llena las galerías del museo y lo sacraliza sin otro mérito que su destreza manual, ése es el medio elegido para poner en solfa la seducción culpable del arte y el aparato ideológico del museo.

Creo que en el fondo de esta estrategia de Gloria Martín hay un valor artístico al que se le hace poco caso: la ironía. Tan antigua como la inteligencia humana, en el arte adquiere dimensión teórica con los románticos. Antes había animado la práctica de muchos autores: filósofos-mendigos de Ribera, grabados de Hogarth o Goya, pero quienes la analizan y estudian son los románticos alemanes. La ironía consiste básicamente en relativizar aquello que se hace, burlarse con serenidad del propio quehacer, mostrar que la propia obra no es terminante y mucho menos absoluta. Los románticos no hacían esto por amargura o impotencia, sino por considerar que toda obra de arte, poema, cuadro o novela, era ante todo un fragmento: más que fijar una visión del mundo debía despertar inquietud, abrir nuevas formas de ver y pensar, suscitar posibles búsquedas.

Es esto lo que me parece ver en este largo proceso de trabajo de la artista sevillana. Porque esta muestra se inscribe en un ambicioso programa iniciado tiempo atrás con cuadros de marcos vacíos, siguió con obras que evocaban el museo en tiempos de guerra, continuó en la serie dedicada a los moldes de esculturas que guardan ciertos talleres y ahora, además de enseñar en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo lo que oculta el museo (los almacenes), en Birimbao reflexiona sobre el patrimonio cultural. Todos esos trabajos reviven la noción de fragmento porque, más que centrarse en sí mismos, apuntan a la virtud y a los riesgos del arte, y a la fecundidad y esclerosis del museo. La ironía radica sobre todo en el uso de la pintura: limpia, cuidada y correcta, no reposa sin embargo en estos valores porque persigue otros que los superan. Sugiere así que la pintura ni es tan prometedora como pensaron las academias ni tan alienante como temen ciertos puristas. La pintura, hoy por hoy, simplemente hace pensar, sobre todo cuando -como decían los animosos conceptuales Mosset, Parmentier y Toroni- no pretende ser más que pintura y es consciente de cuáles son sus limitaciones y cuáles sus virtualidades.

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