El crepúsculo sagrado

'FRAGMENTO DE HIPERIÓN'. Friedrich Hölderlin. Athenaica. Sevilla, 2016. 129 páginas. E-book: 9.99 euros / papel: 15.

Manuel Gregorio González

19 de junio 2016 - 05:00

Hay una imagen que se repite en Hölderlin, luego muy usada por el Romanticismo, cual es la soledad del hombre ante el crepúsculo. Se trata de una soledad misteriosa, dulce, promisoria, en la que el mundo parece a punto de revelarnos su misterio. Pero se trata, también, y en mayor modo, de la escenificación de un tránsito, de un interludio, donde se muestra la separación del hombre y lo sagrado. De esa brecha abierta en el conocimiento humano, en los amenes del XVIII, es muestra singular este Fragmento de Hiperión, publicado por Schiller en su revista Neue Thalia, y que el poeta ampliaría posteriormente, hasta adquirir la corpulencia de una novela.

En su excelente prólogo, el profesor Manuel Barrios señala ya la singularidad del pensamiento de Hölderlin, así como el alcance y el significado de su panteísmo. De igual modo, las numerosas notas que acompañan al texto, oportunamente dispuestas al final, no hacen sino precisar la trama ideológica en que se sustenta su obra. Aun así, es posible señalar una peculiaridad estética de aquella hora, que Rosario Assunto llamará "la Antigüedad como Naturaleza". Al cabo, en el Fragmento de Hiperión tratan de conciliarse una pureza originaria con aquella otra derivada de la cultura. Esta conciliación, imposible ya en Baudelaire, es sin embargo realizable, de algún modo, en Holdërlin. No en vano, las cartas de Hiperión están escritas desde Grecia. Y es esta Grecia de Homero, considerada como Edad de Oro, como Naturaleza del Hombre, la que sirve al poeta de vía secreta a un paraíso en ruinas. De esa conflictiva aproximación entre inocencia y cultura se derivaría un fuerte sentimiento melancólico. Un sentimiento que se resolverá plásticamente en un crepúsculo infinito donde naufraga y se enardece el entendimiento.

Para Hölderlin, pues, el hombre es hombre en cuanto que busca. Y esa búsqueda supone inmergirse necesariamente, infructuosamente, el misterio. Parece lógico que entrado el XX Hölderlin, el Hörderlin al que tanto amaron Cernuda y Cunqueiro, aún fuese reputado como "profesor de melancolías".

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