La andadura del español en América

Santiago Muñoz Machado presenta en el Instituto Cervantes 'Hablamos la misma lengua', su estudio enciclopédico de cómo el idioma unió al Nuevo Mundo

García de la Concha, Bonet, Muñoz Machado y Sánchez Ron durante el concurrido acto celebrado en la sede central del Cervantes.
García de la Concha, Bonet, Muñoz Machado y Sánchez Ron durante el concurrido acto celebrado en la sede central del Cervantes. / José Ramón Ladra
Charo Ramos

14 de diciembre 2017 - 08:34

Madrid/Al ingresar en la Real Academia de la Lengua en 2013, al jurista cordobés Santiago Muñoz Machado le sorprendió que, frente a tantos estudios sobre las diferencias fonéticas de las hablas americanas, "estaba poco desarrollado el milagro de cómo una nación tan alejada logró imponer la suya propia como lengua general frente a todas las lenguas indígenas", desde la Patagonia a Río Bravo. De esa curiosidad y de su pasión por el derecho, la lingüística, la política y la historia de la colonización de la América hispana ha surgido, tras cinco años de trabajo, el libro Hablamos la misma lengua (Crítica), "una aportación verdaderamente importante para el conocimiento del desarrollo del español en América", según el director honorario de la RAE, Víctor García de la Concha, que ayer presentó la obra junto a su autor en la sede central del Cervantes acompañados por el director del Instituto, Juan Manuel Bonet, y el vicedirector de la RAE, José Manuel Sánchez Ron.

Bonet calificó de "gesta enciclopédica" esta obra que a lo largo de 800 páginas relata la andadura de la lengua española "desde la llegada de Colón a la consolidación de las nuevas naciones americanas en el siglo XIX" y que se detiene en asuntos "como los libros en que se apoyó Colón para preparar su aventura y los americanismos que el navegante usaba en su diario (palabras como canoa, cacique, tiburón y poncho); los capítulos en los que se derrumba el mito que forjó Bartolomé de las Casas sobre la actuación española, y los centrados en las Cortes de Cádiz y los nacionalismos lingüísticos".

Los borbones, como hizo la Revolución Francesa, impusieron el idioma de la corte a todo el pueblo

Sánchez Ron destacó a su vez "la talla intelectual y humana de Muñoz Machado, que tantos servicios presta a España", antes de analizar este "muestrario de la diversidad histórica de la lengua española contra la imagen parcial y propagandística que de la empresa americana hemos hecho los propios españoles a partir del realismo morboso de Bartolomé de las Casas. Este libro desmonta la leyenda negra, la crueldad genética del español y su pasión depredadora, y consigue provocar en el lector aburrido de tanta mortificación y complejo de inferioridad una sincera admiración por la nobleza de las leyes para gobernar las Indias".

Muñoz Machado analiza estas cuestiones y pone el foco en las diferencias entre los gobiernos de los Austrias y los Borbones, en el papel de la Iglesia católica y la actuación de los evangelizadores hispanos a los que debemos la conservación de las lenguas indígenas y la expansión del español: franciscanos, dominicos, jesuitas… Pero los religiosos no sólo conservaron sino que, en su afán de romper los ídolos politeístas, destruyeron numerosos templos de ciudades sagradas como Michoacán. Las luces y sombras de la aventura americana, lo sensato y lo discutible, quedan registrados con nitidez en este libro que demuestra, según Sánchez Ron, que el poder civil fue más justo y compasivo con los nativos que el religioso aunque ambos cometieran injusticias.

El libro dedica su capítulo séptimo a la formación de las nuevas naciones americanas y narra con especial viveza la participación criolla en las Cortes de Cádiz y sus reclamaciones para igualar en derechos a los españoles de ambos hemisferios. En esos pasajes emerge la figura del diputado Dionisio Inca Yupanqui, representante peruano. "Las exigencias criollas no fueron asumidas pero vale la pena volver la vista al deseo de unidad de los diputados de Cádiz ahora que tanto se habla de constituciones de ámbito minúsculo que separan pero no integran", consideró Sánchez Ron.

García de la Concha, por su parte, situó la obra en una línea que Muñoz Machado inició al ingresar en la RAE con un trabajo sobre Juan Ginés de Sepúlveda, sacerdote, jurista y cronista del emperador Carlos V nacido, como él, en Pozoblanco: "Menéndez Pidal calificó como 'loco no pero paranoico sí' a De las Casas pero Ginés ya lo criticó varios siglos antes".

Las órdenes religiosas debían hacer su evangelización en la lengua de los indígenas, y por eso las primeras gramáticas las redactan los frailes. Muñoz Machado recordó que las políticas lingüísticas esenciales arrancan del propio Descubrimiento y de los Reyes Católicos, que logran las bulas que establecían que las nuevas tierras eran una donación papal y debían servir para evangelizar a los indígenas. La dicotomía "enseñar español/aprender lenguas indias" se mantuvo bajo los austrias pero cuando llegan los borbones retomarán las políticas lingüísticas al detectar demasiada relajación y mucha autonomía criolla. "Los borbones se propusieron recentralizar América. Al declarar obligatorio el español a finales del XVIII siguen el modelo de la Revolución Francesa, que lo primero que hizo fue imponer a todo el pueblo el francés culto de la corte. En ese momento, de los entre 14 y 15 millones de habitantes de América, apenas tres millones hablaban español", detalla el autor.

Muñoz Machado exaltó también la figura del humanista y legislador Andrés Bello, que con su redacción del Código Civil chileno de 1853 marcó un capítulo fundamental en esta historia. Nacido en Venezuela, exiliado en Londres y, a su regreso, figura decisiva en Chile, Bello fue maestro de Simón Bolívar y amigo del sevillano Blanco White. Llegó a ser académico correspondiente de la RAE y fue el gran artífice de que se frenara el conato de independentismo lingüístico que se dio en Argentina propugnado por la generación del 37 y, en menor medida, en Chile y México. Con una loa a su figura, decisiva para el pensamiento panhispánico, se cerró un acto muy aplaudido, desde las primeras filas, por académicos tan señeros como Álvaro Pombo y José Luis Gómez.

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