Ocaña, setenta años

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El artista, referente de la contracultura, dejó una obra marcada por la osadía, la provocación y una arrebatadora vitalidad. En junio el Ayuntamiento le dedica una exposición en el Espacio Turina

Ocaña, durante la preparación de la exposición 'La Primavera' en Barcelona (1982).
Ocaña, durante la preparación de la exposición 'La Primavera' en Barcelona (1982). / Colita
José María Rondón

24 de marzo 2017 - 09:37

Sevilla/Ocaña es todavía un artista matriculado en la extrañeza. Hay quien dice que fue una libertaria que limitaba al norte con la explosión colorista de Chagall y al sur con el vuelo de la bata de cola de Juanita Reina. Pero, si se mira más allá, también fue un creador de hondo sedimento vital, un barroco sensorial de los que buscan impulso en la vida. Y sabía, por barroco, que la única solución cierta es estar asomado al límite de todas las cosas. Es común recordarle desprejuiciada, incalculable, exótica vestida de mujer. Era hasta elegante en su permanente instinto de verbena.

Pero antes de descolgarnos por su atronadora biografía al cumplirse los setenta años de su nacimiento conviene asentar bien al personaje. Ocaña fue un pájaro de fuego. Todo en su existencia fue extremo. Desde el origen hasta el acta de defunción. En apenas 36 años de vida -nació tal día como hoy de 1947 en el municipio sevillano de Cantillana; allí murió en 1983- no es fácil meter tanta biografía. Ni tan convulsa. Ni tan febril. Ni tan malograda. Hubo una revolución permanente en Ocaña, quien encontró en la Barcelona del tardofranquismo un espacio ideal para su vocación de francotirador.

En la vida cultural aún interesa más su ánimo pintoresco que su idiosincrasia y su poética"Hay una punzada artística en su trabajo sobre la que giran la religión y la amoralidad

Para explicar lo suyo, quizás tengamos que acudir a una frase de Bukowski: "La belleza infalible no consiste en el orden o en la armonía. Radica en el carácter". Es cierto: su provocación bella, feroz y emblemática lo convirtió en el más representativo de los artistas de la contracultura. "En la pureza de Ocaña radica su carácter subversivo", aseguró muy certeramente Fernando Trueba en una crítica al documental de Ventura Pons Ocaña, retrato intermitente. Luego, con su inesperada muerte tras el incendio de su disfraz en un desfile infantil, subió a los cielos del underground.

Hay marginalidad, hay instinto en su trabajo, pero sobre todo una punzada artística sobre la que giran la tradición y el anarquismo, la religión y la amoralidad más descarada, la cultura popular y la vanguardia. En definitiva, hay que tener un pudor muy precario y un genio muy vivo para tratar de romper así las costuras de un tiempo viejo. Posiblemente, llegar a ser Ocaña fue su mejor conquista. "¡Neeeenas, para nosotras todo el año es carnaval!", era el grito de guerra en sus fabulosos derrapes con el dibujante Nazario y Camilo, otra de las pirañas divinas.

Por otro lado, Ocaña siempre aspiró a ser reconocido como pintor. Elaboró una obra muy personal, pero, por lo general, discreta para críticos e historiadores y alejada de las corrientes y de los artistas de su tiempo. José Naranjo Ferrari ha llegado a catalogar hasta 430 obras entre pinturas y dibujos en su tesis Ocaña, artista y mito contracultural (2013). Además, esta faceta centrará la exposición que el Ayuntamiento de Sevilla le dedicará en junio en el Espacio Turina, con las obras que custodia fielmente la familia.

Pintaba Ocaña unos cuadros que eran como su vida en exhibición y están entre lo más simbólico del underground español, que no tenía más reglamento que estrangular los reglamentos. No es extraño, por tanto, que abunden los autorretratos y los retratos de los amigos, de los familiares, de los conocidos, de los amantes, pero también los entierros, las viejas, las devociones marianas. Quizás el mayor logro de su trabajo reside en invertir el carácter tradicional de todo ese universo y convertirlo en punta de lanza de su peculiar activismo contracultural y político.

Es importante anotar que, en sus exposiciones, Ocaña daba más prioridad a la intervención en la galería que a los propios cuadros, con enormes piezas de papel maché que representaban devociones marianas, monaguillos, ángeles… En Un poco de Andalucía (1977) trasladó su casa a la galería; en La primavera, su gran éxito, sin duda, celebrada en 1982 en la capilla del Hospital de la Santa Cruz de Barcelona, recreaba las fiestas de Cantillana. En este municipio sevillano, precisamente, hoy se presenta la restauración del mural que pintó en el colegio público La Esperanza.

Sobre su forma de pintar, Nazario apunta algo verdaderamente revelador en La vida cotidiana del dibujante underground: "Muchos de sus cuadros no son otra cosa que rostros maquillados sobre lienzo. Lo primero que solía pintar en un cuadro eran los ojos del personaje con sus sombras de colores en los párpados, luego sus pómulos resaltados con colores estridentes, las bocas rojas… y lo demás iba emergiendo poco a poco a partir del rostro". Acaso ahí palpite su trabajo como actor, que desplegó en los trabajos de Jesús Garay (Manderley, 1979) y de Xavier Daniel (Silencis, 1982). También Gérard Courant lo grabó vestida de folclórica cantándole a una Marilyn Monroe de cartón en el Muro de Berlín (Ocaña, el ángel que canta en el suplicio, 1979).

Y, como en un continuo de toda su producción artística, Ocaña llevó el arte a la calle como un pionero de la performance, que definía como "chou, exhibicionismo y cachondeo". La primera de sus actuaciones documentada está fechada el 18 de septiembre de 1975 cuando disfrazado de ángel se puso a pintar en las Ramblas, frente al Liceo. Pero ninguna como el desparrame de las jornadas libertarias del Parque Güell (de 22 al 25 de julio de 1977), el festival de Canet Rock (1 de agosto de 1977), o el carnaval de la Alameda de Sevilla (marzo de 1979), en el que, acompañado de un importante escándalo, pronunció el pregón con un vestido "a la primavera Boticelli".

Pero, ¿qué queda hoy de Ocaña? Pedro G. Romero, responsable de la última gran exposición dedicada al artista, Ocaña. 1973-1983. Acciones, Actuaciones, Activismo (Palau de la Virreina, 2011), sostiene que "su figura es ya un lugar común en las exposiciones que repasan el arte de su tiempo", si bien "su aparición en la vida cultural sigue sin estar normalizada. Quiero decir que no se tienen en cuenta ni su idiosincrasia ni su poética, tan sólo su ánimo pintoresco". "Frente al discurso caduco que sigue estirando el modernismo abstracto como un chicle americano y el posmodernismo figurativo como una magdalena de Proust, se pide abrir el espectro de lo que fue nuestra modernidad singular. Y Ocaña es un ejemplo", concluye.

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