Desde mi córner
  • Franz Beckenbauer nos deja el recuerdo de una elegancia combinada con competitividad

Un espejo para varias generaciones

CUANDO entonces, los defensas parecía que iban cuesta arriba no más atravesar el ecuador de la cancha y en esto apareció Franz Beckenbauer. En el apartado doméstico vimos un precedente y era el de Fernando Guillamón. El lateral diestro del Sevilla tenía la ventaja de su procedencia, pues venía de ser interior. De hecho llegó una moda que fue retrasar posiciones a fin de que el extremo normalito fuese excelente defensa.

Y en ese tiempo, ya mediados de los sesenta, se nos hizo la luz con la aparición del bávaro Beckenbauer como medio volante del Bayern. Era una maravilla ver cómo atravesaba el campo conduciendo sin tropezar con nadie y así encandiló al mundo en el Mundial de 1966 en Inglaterra. Ya estaba el elegante muniqués en el Olimpo de los más grandes junto a Di Stéfano, Pelé o Bobby Charlton, que Johan Cruyff aún no estaba a ese nivel y Maradona estaba por llegar.

Pero a lo que íbamos, a cómo un futbolista se agrandaba mediante el retraso de su posición en el campo. Y es que cuando se ubicó definitivamente en el centro de la defensa, su estrella adquirió una luminosidad extraordinaria. En Alemania era el heredero natural de Fritz Walter, el renano que había conducido a Alemania a conquistar su primer Mundial, aquel de 1954 en Suiza en el que rompieron todos los pronósticos que daban a la Hungría de Puskas como favorita.

Se ha ido Beckenbauer pocos días después de otro personaje que logró lo mismo que él, ganar el Mundial como jugador y luego como seleccionador. Era Mario Lobo Zagallo, con dos Mundiales de futbolista y otros dos de entrenador. Beckenbauer también hizo doblete y ahora cuando se nos ha ido en plena nebulosa vital sólo cabe redundar en lo mucho que le dio al fútbol y a la memoria se nos viene un jugador erguido elegantemente conduciendo el balón sin mirarlo. Un grande.

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