Un lugar para ser libres

Un ensayo reivindica al grupo de pioneros que, desde el sur de Suiza, hizo del Monte Verità el campo de ensayo de la contracultura europea del siglo XX

Erich Mühsam (derecha) y Raphael Friedeberg.
Erich Mühsam (derecha) y Raphael Friedeberg.
M. Ángeles Robles

20 de junio 2017 - 06:00

La ficha

'Contra la vida establecida'. Ulrike Voswinckel. Trad. Fernando González Viñas. El Paseo Editorial. Sevilla, 2017. 272 páginas. 22 euros.

Mucho antes de que el movimiento hippie de los 70 reivindicara el pacifismo como estilo de vida, la cultura alternativa como única cultura verdadera posible y el amor libre como forma natural de relacionarse, existían ya un lugar propicio para desarrollar las múltiples utopías que dan forma a la vida sin ataduras y un grupo de personas dispuestas a arriesgar las comodidades de la sociedad burguesa para hacerlas posible.

A principios del siglo XX ese lugar en el que vivir prescindiendo de las normas dictadas por una sociedad que cambiaba rápidamente gracias al desarrollo industrial, y en la que las personas dejaban poco a poco de tener rostro propio para convertirse en masa, era Monte Verità (Monte de la Verdad), en el lago Maggiore en el Tesino Suizo, cerca de Locarno. Este paraje agreste y la cercana Ascona van a ejercer de verdadero foco de atracción de intelectuales, artistas y visionarios que buscaban un lugar en el que hacer posibles sus deseos de crear una comunidad en la que poner en práctica sus ideas anarquistas, naturistas y feministas. De la concreta atracción que este espacio idílico ejerció sobre los intelectuales y artistas que tenían como centro de reunión y residencia el barrio muniqués de Schwabing nos habla el ensayo Contra la vida establecida en el que Ulrike Voswinckel realiza un exhaustivo y apasionante recorrido por el más de medio siglo que duró la poderosa fascinación ejercida por este lugar que, en muchos sentidos, se puede considerar campo de ensayo de la contracultura europea del siglo XX.

El grupo de pioneros que tomó la determinación de abandonar la abrigada bohemia de Múnich para realizar un largo recorrido hacia el sur en busca de un espacio apropiado para poner en pie su utopía alternativa estaba integrado por el belga Henri Oedenkoven, los austriacos Karl y Gusto Gräser, dos hermanas que viajaron desde Montenegro, Ida y Jenny Hofmann, y una joven de Berlín, Lotte Hattemer. Como apunta Voswinckel en la introducción, su objetivo era crear una cooperativa para poner en pie un sanatorio "en un paisaje sureño, en el norte de Italia o en el sur de Suiza". Ellos fueron el germen del movimiento contracultural que, con muy diversas ramificaciones, se extendería en Monte Verità y sus alrededores hasta después de la Segunda Guerra Mundial.

Juntos emprendieron el camino sin retorno hacia una vida que entendían como verdadera. Descalzos, sin apenas ropa de abrigo, con el pelo suelto ellas, con largas barbas ellos, recorrieron el arduo camino que los llevó de las ideologías librescas a la puesta en práctica de la acariciada utopía. El sur de Suiza fue el lugar conveniente para un grupo que se dividió rápidamente. Como representantes de dos corrientes divergentes, la pareja formada por Henri Oedenkoven e Ida Hofmann pronto se vio en la "necesidad" de comercializar su sanatorio vegano, en el que se podía vivir en contacto permanente con la naturaleza y cultivar desnudos el huerto; mientras que, en el otro extremo, Gusto Gräser abandonaba el grupo para emprender su camino errante de "poeta descalzo" y visionario esencial, que no abandonó en toda su vida.

Por Monte Verità pasaron, a lo largo de los muchos años que duró su influencia como foco de atracción de artistas avant la lettre, un gran número de intelectuales entre los que podemos señalar a los escritores Rainer María Rilke o Hermann Hesse, que mantuvo una relación muy especial con Gusto Gräser; el poeta, escritor y periodista anarquista Erich Mühsam, el psiquiatra y psicoanalista también anarquista Otto Gross o la pareja formada por los dadaístas Hugo Ball y Emmy Hennings; también los bailarines Rudolf von Laban y Mary Wigman y los pintores Marianne von Werefkin o Ernst Frick. Sobre sus excéntricas vidas, sus acciones políticas, e incluso sobre sus enredos sentimentales amparados por la pedagogía del amor libre se extiende largamente la autora, que documenta su exposición con fragmentos de cartas, novelas, poemas, artículos periodísticos y más de cien fotografías.

Durante las dos guerras, Ascona se convirtió además en refugio de muchos exiliados que encontraron allí la tranquilidad necesaria para huir del horror y un ambiente propicio para desarrollar su actividad artística. Y en todo momento fue lugar de encuentro de diletantes y buscavidas. También de mujeres, artistas o no, que deseaban vivir sin someterse a las rígidas normas sociales que las relegaban al tedioso y alienante ámbito doméstico. Voswinckel les dedica un interesante capítulo a estas "mujeres fuertes" y valientes.

Como ocurre en todos los "lugares de atracción magnética", según la descripción de Harald Szeemann que cita la autora del ensayo, "primero llegan los locos y descubren un lugar, comienzan su irradiación y lo mitifican, después llegan los artistas, que cantan su belleza, y después los banqueros". Así fue también en el caso de Monte Verità y la cercana Ascona, convertida finalmente en emporio turístico. El viejo sanatorio de Henri Oedenkoven e Ida Hofmann y sus tierras en el monte fueron comprados por el banquero Eduard von der Heydt, que construyó allí un gran hotel estilo Bauhaus. En los años 70 del siglo XX hacía tiempo ya que Monte Verità había caído en el olvido; aunque, paradójicamente, su espíritu estaba más vigente que nunca.

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