Putin, los hilos y el tonto útil
De libros
Dos reportajes de periodistas de 'The Guardian' y 'Der Spiegel', complementarios y opuestos, coinciden en una visión de una Rusia que quiere volver a ser protagonista del tablero mundial
La ficha
'Conspiración. Cómo Rusia ayudó a Trump a ganar las elecciones'. Luke Harding. Debate. 2017. 146 págs. 14 euros.
'Putin. El poder visto desde dentro'. Hubert Seipel. Almuzara. 2017. 301 págs. 14 euros.
Cuando un periodista se enfrenta a una investigación juega con la mano que le toca, que no suele ser muy buena porque escasean triunfos. Los que alguna vez nos hemos dedicado a eso estamos acostumbrados a defendernos con cartas bajas, haciendo creer que sabemos más de lo que sabemos para que la partida no sea muy ruinosa. No todos los días te sale una mano como la que tuvieron Woodward y Bernstein en la investigación periodística más famosa de la historia, el caso Watergate. Allí la fuente era todo lo misteriosa que necesita un buen thriller. De modo que varias generaciones de periodistas crecimos esperando que nos cayera del cielo una garganta profunda, que sí que abundan, pero que no suelen dar ni para una pareja de sietes. Nunca está Mark Felt, el número dos del FBI en los años de Richard Nixon, en un garaje.
Luke Harding, periodista de investigación de The Guardian, empezó a tener una mano ganadora cuando compartió una cerveza en un pub de Londres con Christopher Steele, ex agente del M16 que había desarrollado buena parte de su carrera en Moscú. Hubert Steipel, uno de los periodistas alemanes más célebres que ha pasado buena parte en Der Spiegel, jugaba con comodín cuando nada menos que Vladimir Putin le escogió como el periodista occidental con el que compartiría confidencias. En las librerías coinciden estos días el resultado de estas dos investigaciones en las que la fuente, más que la investigación en sí, es la estrella.
Conspiración... y Putin... son dos libros que deben leerse de corrido para hacerse una idea de en qué momento nos encontramos en el tablero global. Harding se adentra en las relaciones de Rusia con Trump -"sigue la pista del dinero y las mujeres", le recomienda Steele- y culmina con el hackeo de los correos de la candidata demócrata que contribuyeron a que perdiera las presidenciales, aunque en el libro no se profundiza en la propia conspiración de Hillary Clinton contra su rival demócrata, Bernie Sanders, ni en que Clinton era una pésima candidata. Siendo muy esclarecedor, Harding promete más de lo que ofrece.
Por su parte, Steipel ha conseguido lo que se había propuesto: que los occidentales miremos el estado de las cosas desde el otro lado del telón. Es una forma de contar los hechos que todos conocemos -la corrupción de la era Yeltsin que parió a los corruptos oligarcas del petróleo, las guerras del Cáucaso y Siria, las alianzas de Putin, la intervención en Ucrania...- con la mirada del otro. El resultado da perspectiva y rellena huecos en el puzle que Harding deja a medio hacer en Conspiración.
Porque no parece que haya muchas dudas de que desde Rusia se ha puesto en marcha una maquinaria de desinformación que ha mostrado la debilidad de unas democracias occidentales en las que el pensamiento más rudimentario ha aflorado. El brexit, Trump, los partidos de ultraderecha y antieuropeos en Francia y Alemania o el independentismo catalán han encontrado un aliado en la política de intromisión de la administración Putin, pero lo cierto es que eran fenómenos que ya estaban ahí, fenómenos que no ha inventado el líder ruso.
En sus charlas con Seipel, Putin lamenta que se haya olvidado tan pronto las filtraciones del funcionario Edward Snowden que nos permitieron saber que la NSA (Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos) espiaba a todo lo que se movía y coleccionaba conversaciones privadas incluso de sus más cercanos aliados como Angela Merkel. Es decir, los espías espían. Y Putin, como bien se detalla en el libro de Seipel, fue espía, aunque menos relevante que el arquetipo que en Occidente nos hemos construido del presidente ruso, sin duda intrigante, sin duda zar, sin duda sibilino, pero que es capaz de argumentar sus movimientos desde una única justificación: los intereses de una Rusia que se siente acorralada por el empuje de la OTAN hacia sus fronteras una vez que ha saltado en pedazos el cordón de seguridad de la antigua Unión Soviética. "Claro que intervine en Ucrania, del mismo modo que lo hacían Estados Unidos y Alemania. En Ucrania viven 20 millones de rusos", le dice Putin a Steipel en este texto que es un auténtico quién es quién en lo que ha sido la corte del -no lo olvidemos- hombre más popular de Rusia. "Tengo que ser como mi pueblo quiere", dice Putin.
En ese contexto, la llegada a la Casa Blanca de un imbécil político como Trump, porque así es como se nos describe al presidente de la primera potencia mundial tanto en un libro como en otro, es, sin duda, una buena noticia para Putin, cuya talla como estadista crece aunque sólo sea por simple comparación. Y Luke Harding nos va a demostrar cómo el Trump candidato tiene algo de producto made in Rusia desde que en 1987 el magnate inmobiliario pisó por primera vez Moscú invitado por el gobierno soviético.
Conspiración deja pocas dudas de cómo Trump se dejó acunar por la mano de Moscú, aunque es posible que ni él mismo pensara que eso fuera a servir para convertirle en presidente. A partir de ahí, la parte más divertida es la narración de cómo el magnate se sabotea a sí mismo tomando una decisión equivocada tras otra para intentar deshacerse de la presión de la investigación sobre sus contactos. Paralelamente, vemos en el trabajo de Seipel cómo Putin, el sospechoso habitual, observa lo que ocurre en el libro de Harding con la socarrona maldad de un niño y aunque niega haber reclutado a Trump como tonto útil, éste parece ser tan tonto que se comporta como tal.
Tras la lectura de ambos trabajos te sonríes al ver cómo el mundo es manejado por personajes soberbios, infantiles o caprichosos, pero lo cierto es que el escenario de fondo en el que se mueven las intrigas que nos revelan Seipel y Harding está hecho de violencia, miseria y muerte. Y eso congela hasta la sonrisa del mayor de los cínicos.
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