Maravilla y fiebre de las Indias

De libros

La editorial Athenaica recupera los 'Mitos y utopías del Descubrimiento' de Juan Gil, una formidable obra que se editó en 1989 y que desde hace muchos años era inencontrable.

Juan Gil (Madrid, 1939), catedrático de Filología Latina de la Universidad de Sevilla desde 1971.
Juan Gil (Madrid, 1939), catedrático de Filología Latina de la Universidad de Sevilla desde 1971. / Belén Vargas
Manuel Gregorio González

28 de marzo 2017 - 06:00

La ficha

'Mitos y utopías del Descubrimiento. 1. Colón y su tiempo'. Juan Gil. Prólogo de Jaime García Bernal. Athenaica. Sevilla, 2017. 363 páginas. 15 euros (libro electrónico).

Con esta obra de Juan Gil, felizmente recuperada, nos encontramos ante un libro de relevancia impar, ante un empeño original, resuelto con brillantez y eficacia. Esta originalidad, sin embargo, no se debe únicamente al tratamiento de una materia histórica (el Descubrimiento de América) por obra de un filólogo; sino a la apropiación de un ámbito (el imaginario de una época) en el que la Historia sólo se ha adentrado recientemente, y ello con enormes cautelas, como nos recuerda en su prólogo Jaime García Bernal. Podríamos aducir, desde luego, el precedente de Michelet y la filosofía de la Historia que propone Herder. También la obra de Eliade, de Bachelard, de Bajtin, así como la arqueología del saber que practicó Foucault finalizando los años 60. Lo que se desprende, en todo caso, de este empeño de Juan Gil es su carácter híbrido, interdisciplinar, que cabría recoger bajo el membrete de Historia Cultural, y que debe relacionarse con el Ginzburg de Historia nocturna y El queso y los gusanos; pero también, y acaso principalmente, con el Delumeau de El miedo en Occidente y la Historia del Paraíso (ésta última posterior en varios años a la obra de Gil, aunque anterior a la Historia de las tierras y los lugares legendarios de Umberto Eco).

En definitiva, esta historificación de lo imaginario, esta indagación científica en el piélago del mito, nace de aquella distinción que hace Addison en el XVIII y que remite la capacidad creativa del hombre a su imaginación, y no a su facultad de emular cuanto tiene a la vista. El hombre es, pues, un animal imaginativo, y como tal debe abordarse su peripecia en el bajo mundo. Esto es, por otra parte, lo que hará Carpentier en El camino de Santiago (1958), cuando oponga la dura realidad de ultramar a la vasta mitología que se arracima en torno al descubrimiento del Nuevo Mundo. Asunto que también encontraremos, quizá en mayor grado, en la extraordinaria obra de Álvaro Cunqueiro, en cuyas páginas se recogen y actualizan los grandes mitos que han vivificado la ensoñación del hombre durante milenios. Con lo cual, y volviendo a este primer volumen de Mitos y utopías del Descubrimiento, debemos felicitarnos tanto por la meticulosa y formidable tarea llevada a cabo por Juan Gil, resiguiendo el mudadizo ideario del Almirante, como por la acertada premisa de la que parte, y que es uno de los paradójicos hallazgos de la modernidad: el hombre sólo está capacitado para ver aquello que yace inserto en su imaginario, en su mundo anímico, en su inadvertida visión del cosmos.

Es esta verdad elemental la que impide cualquier tipo de revisionismo, que busque analizar con las premisas actuales el mundo de nuestros antecesores. En ese sentido, debe recordarse la maravillosa obra de Huizinga, El otoño de la Edad Media, y el esfuerzo por comprender una época, "el Medievo enorme y delicado" de Verlaine, desde sus propios términos. Ése es también el empeño, largamente cumplido, que se recoge en estas páginas de Juan Gil; páginas escritas con una encomiable claridad, y que vienen tocadas por el infrecuente don del humorismo. El lector curioso de estos asuntos (el mito de Ofir, la isla Trapobana, las minas de Salomón, la inagotable iconografía donde el hombre ha reflejado sus sueños: sueños de riqueza, de juventud, sueños de lo maravilloso y lo terrible), el lector con afición a esta parte crucial de la realidad humana, digo, encontrará aquí un Colón incluso más enigmático del que suele suponerse. Pero no por su origen incierto, y que Gil atribuye con seguridad a Génova, sino por su ascendencia judía y la idea de la reconstrucción del Templo de Jerusalén que parece dirigir, en última instancia, sus actos.

Nos encontramos, pues, ante unos hechos más remotos e indescifrables que la mera historia de colonización y oprobio que hoy nos tienen dicha. En puridad, nos hallamos ante un abismo fascinante; abismo que habitaron con naturalidad los partícipes de esta aventura, desde Colón a sus católicas majestades, pero en cuya oscuridad sólo con dificultad penetramos. Esa vía de penetración es la que abre, la que nos ofrece, la que cincela perdurablemente, este Mitos y utopías del Descubrimiento.

stats