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'Kaspar Hauser. Ejemplo de un crimen contra la vida interior del hombre'. Paul J. Anselm von Feuerbach. Trad. Ariel Magnus. Epílogo de Julio Monteverde. Pepitas de Calabaza. Logroño, 2017. 192 páginas. 17,50 euros.
Sabemos que algo de lo íntimo humano queda aún pendiente en la famosa historia del expósito que por Pentecostés de 1828 apareció rígido, con un sobre en la mano y un par de frases aprendidas de memoria, en la plaza Unschlitt de Núremberg tras pasar su infancia y primera juventud aislado del contacto humano, en un forzado cautiverio a pan y agua. De ahí la guadianesca reaparición de la historia de Kaspar Hauser, la inspiración que ha excitado desde entonces entre intelectuales y artistas (Verlaine, Trakl, Wassermann, Herzog, Sehr, Handke...), que no se aquieta por el conflicto en torno a su identidad, si bien la subtrama detectivesca llegue prácticamente hasta nuestros días: en 1996, como recuerda Julio Monteverde en su excelente epílogo, el seminario Der Spiegel financió las pruebas de ADN a la sangre reseca del abrigo que supuestamente llevaba Hauser el día de su cobarde asesinato; nuevamente, en 2002, la Universidad de Munster hizo lo mismo con un presunto mechón de su cabello...; y si una descartaba cualquier parentesco con la casa de los príncipes de Baden, la otra corroboraba la concordancia genética, cargando de argumentos a partidarios y detractores de las dos versiones identitarias (príncipe destronado o impostor mentiroso) que han acaparado la lectura de una vida cuyo enigma mitificado pervive gracias a razones más hondas.
El más significativo y mejor documentado libro contemporáneo a la vida del expósito, el de su primer y principal benefactor, el jurista Paul Johann Anselm von Feuerbach, se edita aquí acompañado de textos complementarios: a pie de página, contextualizando los recuerdos de Feuerbach, se presentan los más reveladores extractos de los Apuntes sobre Kaspar Hauser, de Daumer, su primer tutor, así como algunas notas que el conde Stanhope, quien estaba destinado a continuar con su educación en Inglaterra, agregó a su versión inglesa del libro de Feuerbach; asimismo se añaden la crónica del día de su muerte, el informe médico de su autopsia y el primer ensayo autobiográfico de los varios que el propio Kaspar Hauser llevara a cabo en los escasos cinco años que vivió entre hombres. El autor, que fallecería tres años antes del asesinato de Hauser, subtituló su obra Ejemplo de un crimen contra la vida interior del hombre, y ahí queda resumido el fundamento de su visión humanística y jurídica del caso: el daño, irreparable, se cometió contra Kaspar antes de su verdadero nacimiento al mundo en Núremberg, al haberle sido hurtada la infancia, las bellezas naturales y el acceso al lenguaje y, por tanto, al conocimiento. Como cuenta Feuerbach en el más emocionante pasaje de su memoria, la visión del cielo estrellado constituyó la revelación que condujo al expósito a entender la dimensión de su pérdida, dejando así de añorar su vida cautiva e incluso a la persona que lo alimentó durante los años que pasó sujeto por una argolla, sentado en el suelo, prácticamente a oscuras. Las evoluciones sensoriales, intelectuales y vitales de Kaspar, "único ejemplar de su especie", son descritas con justeza y emoción por su benefactor, pero cuando a los primeros tiempos de desarrollo lingüístico, hambre de conocimiento y experiencias les sigan otros menos prometedores -el Kaspar embotado por la carne, perezoso y poco amigo de médicos y clérigos-, Feuerbach, hombre en definitiva de su tiempo, no es capaz de advertir las consecuencias de esa otra clase de encarcelamiento en la que cayó el adolescente al introducirse en la buena sociedad.
Ese íntimo humano del que hablábamos arriba, el punto ciego en las narraciones de la época (éstas, las de Feuerbach, Daumer o Stanhope son la muestra más valiosa de los innumerables documentos que provocó la sorprendente aparición de Hauser), sí encontró traducción, ya como leyenda moderna acicalada por el Romanticismo, en un siglo XX en estado de shock tras las guerras mundiales. No parece extraño entonces que el lenguaje agujereado, la consecuente parálisis de la representación y la angustiosa búsqueda de un gesto de tabula rasa no amnésico que proporcionara la reminiscencia del juego inocente entre palabras y cosas llevaran a escritores, cineastas o dramaturgos de vuelta a Kaspar Hauser. Se trató de revertir la inercia pedagógica que asfixió a Hauser en el pasado para entender que del expósito había, sobre todo, cosas que aprender. Junto a Peter Handke, en cuya obra Kaspar Hauser trató del ritual de imposición de una lengua -y por tanto de unas estructuras mentales- sobre el niño-hombre salido de la nada, quizás siga siendo Werner Herzog quien mejor prolongó y densificó el potencial perturbador del caso al conseguir que en El enigma de Kaspar Hauser fuera Bruno S. -el no-actor recogido de los márgenes de la sociedad capitalista- quien encarnara, en su particular desvalimiento físico y mental, al famoso expósito. Más allá de la idea lejana y justa, Herzog, siguiendo la enseñanza del experimental Klaus Wyborny y no muy separado del ideario de Fernand Deligny (el autista como "punto de visión" más que "de vista") supo a su vez convertir a Bruno/Kaspar en ese poderoso anclaje sensorial donde se manifiesta la extranjería de la que siempre pueden participar nuestro ser y nuestra lengua.
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