Crítica al "pollo de engorde"

En esta coda de su anterior libro 'La utilidad de lo inútil', Ordine vuelve a refutar con brío el fin utilitarista y monetario que las universidades han impuesto como pauta para la enseñanza

El profesor y escritor italiano Nuccio Ordine.
El profesor y escritor italiano Nuccio Ordine. / Fundación Telefónica
Javier González-Cotta

16 de enero 2018 - 06:00

La ficha

'Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal'. Nuccio Ordine. Traducción de Jordi Bayod. Acantilado. Barcelona, 2017. 192 páginas. 12 euros.

El profesor italiano Nuccio Ordine se ha convertido en un agitprop de las humanidades y de la vigencia estética y moral de los clásicos. Ciertamente corren tiempos roñosos para el buen saber, para el cultivo del jardín propio (recordemos el Cándido de Voltaire). Pero el anterior librito de Ordine, La utilidad de lo inútil, que reivindicaba la formación humanística frente a la enseñanza urgente y el salto laboral a la sociedad de mercado pura y dura, ha visto varias reediciones en más de treinta países.

Al hilo del citado manifiesto nos llega ahora esta especie de segunda parte o coda particular. Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal no es, en sentido estricto, un canon sobre obras clásicas universales, espigadas de entre la vasta biblioteca del mundo. No se trata de eso o no sólo de eso. El propio Ordine nos avisa que este otro libro se debe en origen a sus clases sobre clásicos impartidas en la Universidad de Calabria, pero fuera del rigorismo impuesto a los programas académicos. De forma insospechada en los aularios se colgó el cartel de "completo". Asimismo, como sueltos de prensa que en su día fueron, los textos aquí reunidos se publicaron en el semanario Sette del Corriere della Sera.

Ordine optó por escoger una cita breve, extraída de un clásico de todo tiempo (de Ariosto a García Márquez, de Gracián a Italo Calvino, de Homero a Maupassant, de Boccaccio a Thomas Mann, de Montesquieu a Cavafis, etcétera). Tras la cita añadió un comentario a modo de literatura comparada con respecto a la cruda realidad política, social y económica del momento (en especial la situación en Italia y en otros países meridionales, como Grecia o España, devaluados entonces -y aún hoy se diga lo que se diga- por el devastador mazazo de la crisis).

Decimos que esta obra obedece en el fondo -que no en lo formal- a una segunda parte o coda del anterior librito del autor porque, como aquél, Clásicos para la vida refuta con brío ese fin utilitarista y monetario que las escuelas y universidades han impuesto como pauta para la enseñanza. Ordine, sabedor del paño en el que se maneja, critica el mercantilismo en el que ha caído la docencia.

Muchas universidades del mundo expiden títulos y títulos guiados no ya por un afán de excelencia (entendida ésta como una idea de esfuerzo lento y compartido entre profesor y alumno). Si las universidades se preocupan de avivar el estrés en matriculaciones y resultados supuestamente óptimos, es sólo para poder seguir exigiendo su derecho a las subvenciones estatales (caso de la enseñanza pública) o bien para seguir acaparando fondos privados (las familias pudientes exigen prontos resultados en la inversión académica de sus hijos). De ahí la proliferación, de Yale a Calabria, del alumno criado como "pollo de engorde". Del gallinero pasará luego a la pelea de gallos. Esto es, la sociedad bursátil, especializada, tecnológica. Recuerda Ordine que Einstein pedía que toda escuela, incluidas las carreras técnicas, debían formar alumnos con conocimiento, dotados con personalidades armónicas, por mucho que se dedicaran después a profesiones especializadas. Aunque Ordine no lo cita, nos hemos acordado más de una vez del lamento de T. S. Eliot, cuando éste, en medio de la campiña inglesa, se preguntaba que dónde estaba la sabiduría que hemos perdido con el conocimiento, y que dónde estaba el conocimiento que se había perdido con la información. Hoy añadiríamos que dónde está la información que hemos perdido con la noticia en tiempo real, el tuit de Donald Trump, etcétera.

Cierto es que Ordine no resulta original ni particularmente brillante en los argumentos que expone. Tampoco es que se lo haya propuesto. A quien hay que escuchar es al clásico vivo y no al mediador. Ordine sólo pretende propagar la voz olvidada haciendo bocina con las manos. En muchas citas del libro subyace ya la vieja crítica al burdo afán de lucro que imperaba en sociedades del pretérito, incluso en la magna Grecia durante el siglo de Pericles (léase si no el pasaje de Goethe en Los años de aprendizaje de Wilhem Meister, el de Balzac en el El pobre Goriot o, como decimos acerca del tiempo antiguo, el de Hipócrates en Carta sobre la locura de Demócrito).

Frente al citado "pollo de engorde", Ordine defiende la persona formada para la herejía. No se trata de alentar la contestación por la contestación, ni de avivar la indocilidad de la que suele hacer bandera la juventud pasajera y -reconozcámoslo los entrecanos- entrañablemente ridícula. Se trata de incorporar a la vida de hoy la sapiencia de las grandes obras escritas por los inmortales.

Uno, por ejemplo, no se cansa de releer a Cavafis y su poema Ítaca. Siempre hay que volver a aprender que el viaje nunca es el destino, sino el largo periplo hacia uno mismo. Al cabo, al llegar a Ítaca, la meta nos podrá parecer pobre, una burla. Pero no hay burla en Ítaca, sino riqueza de experiencia, entre ellas la lentitud.

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