La Sevilla que lloró Al Mutamid
Ispavilia propone para mañana y el domingo una ruta que explora la herencia islámica de la ciudad
En el año 712, Tarik, el general al mando de la conquista de la Península Ibérica, la sometió al Califato Omeya de Damasco, que luego fue de Córdoba. En el siglo XI, el rey poeta Al Mutamid, que contribuyó al engrandecimiento de la entonces taifa y pertenece al imaginario latente de los sevillanos de hoy, la abandonó entristecido. El destierro al que le condenó Yusuf ibn Tašhfin, le despertó de su sueño de morir en Isbilya. Los almorávides hicieron en ella la Yihad y los almohades la proclamaron como una de las capitales del mundo mucho antes de que las tierras americanas aparecieran en los mapas, legándole uno de sus símbolos inmortales: la Giralda. Más de cinco siglos de historia hasta la toma de Fernando III El Santoen noviembre de 1248 que Ispavilia propone explorar a lo largo de dos horas de recorrido por varias localizaciones. Las citas son mañana y el domingo a las 12:00 en la escultura a Juan Martínez Montañés en la Plaza del Salvador.
Un lustro de centurias cuya vasta herencia se manifiesta en la gastronomía, el lenguaje o la arquitectura, pero de la que, como dicen que ocurre con los icebergs, la mayoría desconoce su magnitud. Resumir 536 años de historia, ése es el reto de Jesús Pozuelo, fundador y gestor de Ispavilia, cuando comienza sus explicaciones a los pies del Juan Martínez Montañés de bronce. Que Isbilya, la Sevilla islámica, nace en el 712 cuando Tarik la conquista para el Califato Omeya de Damasco, que cuatro décadas después será de Córdoba. Que en el 1023, éste se fragmenta y surgen las taifas: Al Mutamid, el rey poeta, fue responsable de que la taifa de Sevilla ganase relevancia con respecto a la de Córdoba a mediados del siglo XI. Y que después se anexionara la ciudad al imperio almorávide y después al almohade, período este en el que Abu Yaqub Yusuf la proclamó capital de Al-Andalus en 1171, son algunos de los datos de contexto que ofrece este intérprete del patrimonio a las puertas de la que fue la primera mezquita mayor. En ella, expone Pozuelo descripciones e ilustraciones acerca de cómo fue el templo y lo que de él queda, como la puerta del alminar, que si uno presta atención a su paso por la calle Córdoba -no hay señalética que avise- la verá tapiada.
El recorrido continúa por la calle Herbolarios, la plaza de Jesús de la Pasión -vulgo plaza del Pan- y hasta Hernando Colón, para comentar la tradición comercial de estas zonas, que fueron Alcaicería de la Loza y Alcaicería de la Seda, respectivamente. Y después, el grupo se dirige a la Puerta del Perdón de la Catedral, puerta principal de entrada a la que fue mezquita mayor en los tiempos de los almohades, cuando Isbilya alcanzó su cúspide como urbe islámica. Pide aquí atención el responsable de Ispavilia para que el grupo observe el arranque de los pilares de las 17 naves que ostentó aquel extenso templo. Antes de poner rumbo al Alcázar, junto a la Giralda, se recuerdan las bolas recubiertas de oro, símbolo del poder del islam y del imperio, que la coronaron en este tiempo.
En la calle Joaquín Moreno Murube, frente a la primera puerta -hoy cegada- que tuvo el Alcázar, cuya función primigenia fue más defensiva que palaciega, el guía avanza que podía irse a pie desde este fortín hasta la Torre del Oro gracias a la coracha que se construyó cuando las legiones cristianas se acercaban peligrosamente a Isbilya. Al respecto, los curiosos visitantes hacen tres paradas en tres puntos emblemáticos de aquella coracha: la Torre de Abd el Aziz, el postigo homónino y el entorno de la Torre de la Plata.
Con la visión del río como escenario y los estómagos mandando mensajes de gazuza, se va llegando al ocaso del itinerario. Momento para conocer curiosidades sobre la Triana islámica, como que hay constancia del arrabal y de su idosincrasia jaranera desde el siglo XI o que la situación del puente de Triana es la que es porque Abu Yaqub Yusuf construyó el primer puente de barcas en 1171. Culmina el relato del gestor cultural con la narración de la conquista de Fernando III El Santo, que finalizó en noviembre de 1248, y, dentro de esta campaña, de acontecimientos tan épicos como el que protagonizaron los navíos de Ramón de Bonifaz cuando destruyeron el puente de barcas, dejando a Isbilya sitiada y agónica.
"Ojalá pudiéramos trasladarnos a aquello y con una cámara grabar cómo fue esa Sevilla, y poder verlo", deseó Pozuelo al término de la ruta. Como consuelo, han de saber los sevillanos que, gracias a iniciativas como ésta, se puede viajar en el tiempo a través de las palabras de estos intérpretes del patrimonio. Eso sí, han de acudir a la cita colmados de imaginación.
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