Tras las pistas de la Sevilla hebrea

Se cumplen 623 años del pogromo que provocó la desaparición de la aljama de la ciudad, la segunda más importante del Reino de Castilla

La calle Verde, lugar en el que se cree que vivieron los últimos judíos sevillanos.
La calle Verde, lugar en el que se cree que vivieron los últimos judíos sevillanos.
Dulce Rivero

06 de junio 2014 - 01:00

Hace más de seis siglos que una turba virulenta, motivada por los discursos injuriosos del eclesiástico Ferrant Martínez, hirió de muerte la judería sevillana, la segunda más importante del Reino de Castilla tras la de Toledo y de la apenas quedan vestigios. El asalto del barrio semita en la madrugada del 6 de junio de 1391, del que hoy se cumplen 623 años, no sólo provocó su decadencia y desaparición como aljama, sino que las revueltas se extendieron por varias ciudades castellanas complicando la coexistencia pacífica entre cristianos viejos y judíos. Este acontecimiento histórico se sitúa como antecedente de la creación en Sevilla del Tribunal de la Santa Inquisición y la definitiva expulsión de la comunidad hebrea de los dominios de la recién creada nación española en 1492.

Sevilla presume de haber sido hogar de numerosas culturas y civilizaciones a lo largo de varios milenios. De hecho, el primer nombre que se le conoce es Spal -"la llana o lugar llano rodeado de agua"-, una denominación que recibe en la Edad Antigua. Sin embargo, este acontecimiento supone uno de los episodios más oscuros y desconocidos de la historia medieval de la ciudad, prueba de que la idealizada tradición de convivencia de las tres culturas simplemente fue una coexistencia pacífica, en algunos momentos, y conflictiva, en otros.

Aunque hay presencia judía en la ciudad durante la época romana, visigoda y musulmana, la invasión almorávide y, posteriormente, almohade provocaron la huida de los israelitas de la ciudad hacia el norte cristiano. Según las tesis contemporáneas de historiadores como Julio González, tras la conquista de Fernando III el Santo de Sevilla en 1248, comienza un proceso de repoblación. En plena Reconquista, los reyes cristianos tuvieron que incentivar la ocupación de las nuevas y, especialmente grandes, ciudades del sur. La comunidad judaica se estableció en el extremo sudeste de Sevilla lindando con la muralla de la ciudad, junto al alcázar regio buscando el amparo de los soberanos cristianos, tal como ocurrió en otras villas.

Aquellos seguidores de Yahvé ocuparon los actuales barrios de San Bartolomé y Santa Cruz. El rey santo murió apenas cuatro años después. Fue su hijo, Alfonso X el Sabio, quien cedió a los judíos tres mezquitas de la zona para que fuesen adaptadas al culto israelita. Una de aquellas sinagogas estuvo instalada en lo que fue parroquia de Santa Cruz y que, tras el derribo del templo que realizaron los franceses en 1810, hoy es la plaza de Santa Cruz. Otra se ubicó en la parroquia de San Bartolomé (la primigenia, ya que la actual fue construida de nueva planta en el siglo XVIII). La sinagoga más importante fue la que estaba en la iglesia de Santa María la Blanca. Recientemente, se han descubierto tres arquillos ciegos en el lateral derecho del altar, uno de los pocos restos que quedan de la judería. Fue, además, importante porque el templo estaba situado junto a una de las puertas de la ciudad, la de la Carne, en aquel tiempo de la Judería. Y, lindando con esta iglesia, se sitúa el Palacio de Altamira, donde residió el gobierno de la aljama. Las calles Santa María la Blanca y San José constituyeron el centro neurálgico de un barrio en el que predominaron los artesanos, comerciantes y profesionales liberales.

El siglo XIV fue una centuria de decadencia en la que el rechazo de los sevillanos cristianos hacia sus vecinos hebreos fue en aumento, como ocurrió en el resto de los dominios castellanos. El clima de descontento popular se forjó a lo largo de décadas de padecimiento de crisis económicas, provocadas sobre todo por sucesivas malas cosechas, y epidemias (la peste negra de 1348 asoló a la población), unidas a la guerra que aún se mantenía con el enemigo musulmán. Esta miseria que azotaba al pueblo llano y para la que se buscó un culpable, junto a la necesidad del poder regio de unificar los territorios ideológicamente a través de la religión -en un principio, la solución para el problema judío fue confiar en el convencimiento de estos últimos y su posterior conversión- fueron las causas de que se radicalizaran las posturas respecto a la cuestión judía. Los europeos que llegaron a Castilla para colaborar en la cruzada también influyeron, ya que comprobaron que, en estos territorios de la Península Ibérica, los estrictos dictámenes del IV Concilio de Letrán de 1215 sobre cómo debía convivirse con la población judía no se estaban cumpliendo.

La aljama fue rodeada con un muro interior que la separaba del resto de la ciudad y que conectaba con la muralla principal. Según las hipótesis del profesor titular de Historia Medieval de la Universidad de Sevilla, Antonio Collantes de Terán, es probable que fuese a lo largo de este siglo XIV cuando se realizó la construcción del muro, del que sólo se conserva un pequeño lienzo en la calle Fabiola. La judería quedó segregada y sus habitantes tuvieron que cumplir con restricciones como el toque de queda a partir de cierta hora del día y en festividades como el Viernes Santo y portar distintivos para reconocerlos, entre otras.

La comunidad judía se convirtió en el chivo expiatorio de la sociedad sevillana de finales del siglo XIV. El poder regio defendió siempre a esta minoría en pos del mantenimiento del orden público y como leales siervos y pagadores de tributos que fueron. Además, hubo un número importante de judíos que ocuparon altos cargos en la corte con una fama prestigiosa. Sin embargo, los cristianos recelaban cada vez más de un pueblo al que consideraban deicida, del que sentían envidia por su formación (no todos los hebreos fueron ricos pero sí aprendían a leer y escribir de cara al Bar/Bat Mitzvá) y del que se tenía mala imagen, pues los había que se dedicaban a la usura.

La situación se agravó con la muerte del arzobispo de Sevilla en junio de 1390 y la defunción del rey Juan II en octubre, que dejó a un rey niño, Enrique III, y un complicado consejo de regencia al frente del gobierno de Castilla. Ferrant Martínez, el eclesiástico que sustituyó al arzobispo, llevaba tiempo realizando homilías en las que denunciaba el comportamiento judío y les culpaba de los males que sufrían los cristianos. Sus palabras hicieron mella en un pueblo ya molesto con la situación. Tras un conato de asalto a la judería sevillana en la primavera de 1391, en la madrugada del 6 de junio de ese año, un numeroso grupo de personas asaltó el barrio amurallado. Un virulento ataque en el que, entre otras atrocidades, se cometieron asesinatos arbitrarios y se quemaron y expoliaron viviendas.

Mucho se ha escrito de aquella noche negra y de lo que significó este pogromo para Sevilla, que más tarde pagó en forma de tributos una multa a la corona por este comportamiento. Según los cálculos del profesor Collantes de Terán, alrededor de 2.000 personas vivían en la judería, de las que unas 400 dejaron de estar inscritas en el siguiente padrón del que se tiene constancia. Lo que sí se puede asegurar, según explica la profesora titular de Historia Medieval de la Universidad de Sevilla Isabel Montes, es que las bajas que se produjeron no sólo fueron por muerte, sino que hubo muchas personas que huyeron o que, tras la barbarie, se convirtieron al cristianismo.

Aquella revuelta se extendió a otras ciudades castellanas. Las sinagogas se adaptaron al culto cristiano y se abrieron las puertas del barrio, con lo que la judería se fue desmembrando. El boom de conversiones, que se produjo tras este suceso, motivó casi un siglo después la creación del Tribunal de la Santa Inquisición en Sevilla por parte de los Reyes Católicos en 1480 para luchar contra el problema converso. Tres años más tarde, en 1483, los judíos fueron expulsados de Sevilla, nueve años antes que en el resto del reino.

El rastro hebreo se difuminó en la ciudad hasta desaparecer. De hecho, hasta el año 1996 no se supo que bajo la calle Cano y Cueto, donde se ubica un aparcamiento, estuvo el cementerio judío a extramuros de la ciudad. Los barrios que acogieron la judería poco legado físico y material ofrecen al visitante. Aun así, algunas empresas de gestión cultural han puesto en marcha rutas culturales para dar a conocer el pasado hebreo a oriundos y foráneos. El Centro de Interpretación Judería de Sevilla organiza esta noche, a las 21:00, la actividad nocturna, 1391, el comienzo del fin. Y, durante el fin de semana, las empresas Naturanda (www.naturanda.com) e Ispavilia (www.ispavilia) celebrarán otros dos recorridos por la antigua judería. Además, hoy se inaugura en la sede de la Fundación Tres Culturas la exposición La historia judía de Andalucía.

Dice la tradición popular que los sefardíes, descendientes de aquellos judíos sevillanos, aún conservan las llaves de sus casas, pues siempre confiaron en poder volver. Hoy, existe una comunidad judía en la ciudad, aunque nada tiene que ver con aquella judería. David Pozo, presidente de la Comunidad Judía Progresista de Andalucía, Beit Rambam, resalta la actividad pública que este grupo viene realizando desde hace un par de años en la ciudad: "Cinco siglos nos ha costado exponernos sin miedo a la sociedad, aún reticente e ignorante de nuestras costumbres".

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