AMÉRICA TAURINA
Borja Jiménez confirma este domingo en la México
Sanfermines 2012
Ficha del festejo: Toros de Miura, grandes y con mucha cornamenta aunque más proporcionados de lo que suele ser habitual en esta ganadería. Corrida con movilidad pero de escaso fondo. Los tres primeros, en cierto modo se prestaron más, aunque el único toreable de verdad fue el tercero, y así y todo también éste tuvo sus exigencias.
Rafael Rubio "Rafaelillo": estocada (gran ovación tras petición escasa); y estocada casi entera (silencio).
Fernando Robleño: media y dos descabellos (ovación); pinchazo y estocada baja (silencio).
Javier Castaño: buena estocada (oreja); y estocada (ovación en la despedida).
En cuadrillas, dos buenos pares de José Mora al primero.
La plaza volvió a llenarse, con el "no hay billetes" en taquillas, en tarde agradable.
El diestro Javier Castaño fue el triunfador de la tarde de este domingo en Pamplona al cortar la única oreja de un festejo en el que los tres toreros estuvieron por encima de las escasas posibilidades que ofreció el ganado. Sigue imparable Javier Castaño, en la actualidad especialista como nadie en las llamadas corridas duras. Y no es que la de Miura tuviera especiales dificultades, sino que aportó poco, limitación al fin y al cabo que tuvieron que sufrir los toreros.
Castaño, como sus compañeros, buscó afanosamente faenas donde había poco o nada que hacer, y tuvo la suerte de encontrarse con el miura menos malo, algo muy frecuente cuando se está enrachado. Fue en el tercero. Toro que de salida se vino cruzado al capote del salmantino, poniéndose por delante. Peleó sin estilo en varas. Pero la apuesta de Castaño estuvo muy clara en todo momento.
Incuestionable inicio de faena, a la antigua, sentado en una silla. El hombre iba a por todas. Cuatro muletazos por alto, y, recuperada ya la vertical, el de pecho, echándose todo el toro por delante. Ahí quedó la gente prendada, por la novedad de la suerte y la firmeza y el encanto de cada pase. El toro iba, lo que en cierto modo fue una ventaja que los otros cinco no ofrecieron. Pero pasaba a medias, con el freno echado. Castaño le esperó, aguantándole los primeros viajes cortos, hasta darle confianza, tirando de él en dos tandas a derechas en las que poco a poco conseguiría llevarle más lejos.
Por fin una serie al natural de mucho aplomo y serenidad. Y el toreo, limpio. No había mucho donde entretenerse, con el toro yendo a menos, otra circunstancia que vio pronto Castaño, por lo que intercaló el adorno, un rodillazo a modo de pase invertido, antes de la última serie por el izquierdo. Todavía se permitió un apéndice a base de muletazos, sin espada, cambiándose de mano por detrás en postura estática y mayestática.
La estocada fue buena. Muy buena, convendría precisar. De las que por si solas valen la oreja, atacando en corto y por derecho, dejándose ver mientras enterraba el estoque en todo lo alto. Salió el toro rodado. La petición que respaldaba la concesión del trofeo, algo muy serio por la forma de aclamarle el tendido en la vuelta al ruedo mostrando los despojos. Triunfo grande el de Castaño.
Pero no pudo redondear en el siguiente. No estaban los miuras por la labor. Así y todo, Castaño se permitió en este sexto toro un recibo a la verónica de suma elegancia. Torero preparado, e inspirado, para cuando "se equivoca" un toro metiendo la cara abajo y desplazándose con buen son.
Lástima que todo lo bueno que hizo el astado en el primer tercio ya no se repitió. En la muleta, pegando tornillazos al final del viaje. Un calamocheo más que molesto, peligroso. Castaño dio la cara hasta agotar todas las posibilidades de faena.
Rafaelillo puso también coraje y pundonor frente a un primer toro de medias arrancadas, en un trasteo habilidoso y resolutivo, pero sin el eco que resta siempre la frialdad de ir abriendo plaza. El cuarto, sencillamente no se dejó, y esta vez él estuvo lo justo.
Robleño, otro tanto, en una primera faena de cierta enjundia y buen ritmo por el lado derecho antes de ensayar un tímido arrimón en las cercanías. Muy seguro y capaz, sin embargo, le faltó contundencia con la espada. El quinto fue toro de desconcertantes embestidas, amagando en el centro de las suertes. Y aunque volvió a querer mucho Robleño, ya no fue posible estructurar faena.
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