Oliva Soto, única vuelta al ruedo en un espectáculo desangelado
El diestro camero concreta una faena con varios pasajes en los que evidenció clase · Diego Silveti contó con el toro más completo, el tercero · Antonio Nazaré se enfrentó al peor lote
GANADERÍA: Corrida de Montealto, bien presentada y de juego desigual. El toro más completo, el tercero; y el que abrió plaza también dio buen juego en la muleta TOREROS: Alfonso Oliva Soto, de azul y oro. Entera desprendida (vuelta al ruedo). En el cuarto, pinchazo hondo y tres descabellos (silencio). Antonio Nazaré, de blanco y oro. Dos pinchazos y entera (silencio tras aviso). En el quinto, un pinchazo y una estocada (silencio). Diego Silveti, de nazareno y oro. Pinchazo, estocada y tres descabellos (saludos tras ovación y aviso). En el sexto, estocada (silencio). Incidencias: Plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla. Sábado 14 de abril de 2011. Media entrada en tarde nubosa, con viento que molestó constantemente para la lidia durante todo el festejo, que nuevamente se excedió en metraje -dos horas y media-.
El precioso y brillante cielo azul de Sevilla se cubrió de negras nubes amenazadoras. No llovió. Pero el viento, el gran enemigo del torero, saltó al ruedo desde el inicio del paseíllo y allí hizo de las suyas hasta que arrastraron al último toro. El espectáculo, sin duda, quedó marcado por el dios Eolo, en un festejo en el que únicamente Oliva Soto dio una vuelta al ruedo.
Salió el primero, un astado de generosas defensas, que huyó de los piqueros y que, sin embargo, acometió con brío en la muleta de Oliva Soto, que dio ventajas al animal en los medios, con un horrible vendaval en marcha. El camero dio señales de su clase en una apertura genuflexa con bellos muletazos a media altura. Con la diestra desgranó una primera tanda con la plantas asentadas. Siempre en las afueras y dando distancia larga, apostó nuevamente para otra tanda entonada. Con la izquierda, el camero dibujó algunos naturales con sabor, que remató con una preciosa trincherilla. La faena perdió fuerza, a medida que el toro también se quedaba sin gas. Y Oliva Soto decidió entrar a matar. Entera desprendida y perpendicular. El toro tardó en caer y el premio quedó en una vuelta al ruedo.
Con el complicado y difícil cuarto, Oliva apenas si selló una buena serie en las rayas, con alguna bella pincelada, como un cambio de mano.
Antonio Nazaré contó con el peor lote, con el que se empleó para agradar al público. Con el mansísimo segundo se mostró voluntarioso. Cuando azotaba muy fuerte el viento sufrió un desarme en el inicio de una faena que estuvo salpicada de muletazos largos y enganchones y que acabó de manera encimista. Con el incómodo quinto, el nazareno tampoco tuvo una oportunidad clara en una labor tesonera que terminó con unas manoletinas.
Diego Silveti lidió como primer oponente al toro más completo del encierro. Un ejemplar de Montealto bien hecho, que cumplió en varas y que embistió con ahínco tras la muleta del diestro mexicano. Silveti, en las afueras, con la derecha, tras una tanda cortita, se superó en una serie rotunda compuesta por cuatro muletazos y el de pecho. Con la izquierda dibujó un par de naturales de bella factura. Con esa mano, conjugó una serie de preciosos ayudados. El cierre con bernadinas supuso un epílogo emocionante que no fue bien sellado con los aceros. Pinchazo, estocada y tres descabellos dejó el veredicto del respetable en una ovación.
El sexto, de aparatosa encornadura, no se entregó. Silveti, en las afueras, en el comienzo de faena perdió pie y cayó a la arena. Se libró de una cornada, prácticamente cantada, arrojando la muleta, a la que corneó el animal. El joven Diego hizo honor a sus genes y a los reflejos y sangre de aquel legendario Tigre de Guanajuato y se zafó del peligro con la agilidad de un felino. En la labor, con el viento molestando, faltó mando y asentar más las zapatillas.
Corrida desangelada, nuevamente con exceso de metraje -dos horas y media-, en la que el público vivió todo con la frialdad marcada también en lo climatológico. Lo más desagradable, sin duda, fueron los momentos en los que el viento, sin piedad, azotó en el ruedo de la Maestranza y los toreros no podían manejar con seguridad sus avíos.
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