Vietto, el mosaico de Ben Yedder

El argentino es la esencia que está debajo del lucimiento. Como en Leganés, no marcó pero participó en el gol aclarando su zona para Nasri.

Luciano Vietto se lleva las manos a la cara lamentándose de una gran ocasión perdida.
Luciano Vietto se lleva las manos a la cara lamentándose de una gran ocasión perdida.
Jesús Alba

19 de octubre 2016 - 05:02

Ahmed Ben Yessef nació en la Tetuán que no es paralela a Sierpes. El genio de los pinceles siempre se declaró ni español ni marroquí, andaluz. Y en realidad es una muestra viva del legado andalusí. Wissan Ben Yedder es hijo de otro modelo de globalidad, parido sesenta años después y mojado por el agua fría y salada y el sudor del sufrimiento. De origen tunecino, nació ya entre los algodones -más o menos mullidos según el caso- de una vida mejor en Francia.

Su cruce de caminos es la demostración de lo cíclico que puede llegar a ser una sociedad y el sevillismo como una parte, aunque mínima, de ella. Ben Yedder llega a Nervión cuando Ben Yessef lo abandona. El artista, que tiene una hija que jugaba al balonmano con Pepe Robayo en Sanlúcar la Mayor y que acabó como periodista de televisión, no es la primera vez que se las tiene tiesas con el Sevilla a cuentas del mosaico que una vez le encargó su amigo José María del Nido para el centenario de 2005. En este Sevilla moderno, para no valer, ya no vale ni el centenario. Pasaban meses y meses y el club no mostraba ni el mínimo interés por reponer unos azulejos que unos vándalos habían destrozado. Se ofreció a restaurar de su cuenta su propia obra. Al final, su nombre, como el de Ben Yedder cuando se va de un partido sin marcar, queda al desnudo.

Vietto es en el Sevilla como el mosaico de Ben Yessef. Tapado por otro con más brillo, su esencia está debajo. No marca, pero trabaja para que otros lo hagan trazando movimientos invisibles, como los pinceles del artista marroquí. Si en Leganés llegó a participar en los tres goles del equipo de Sampaoli, ayer en un encuentro con tan pocos espacios como ritmo, se salió de su zona inteligentemente para que Nasri sorprendiera ocupando sus terrenos. Es, sencillamente, una de las maneras más eficaces de desordenar a un rival acomodado a defender a un equipo que se empeña en jugar al pie. Vietto es un delantero de andar de puntillas por el escenario como actor secundario, papel en el que se encuentra hasta más cómodo. Si tiene que decir una frase trascendente puede llegar a trastabillarse con la lengua como lo hace con el balón en los pies si tiene al meta rival enfrente. Su pausa fue esta vez más efectiva fuera del área, como la apertura a Mariano en el gol que decidió el duelo en Zagreb.

El Sevilla de Sampaoli es un equipo que necesita de mosaicos ocultos para lucir la hermosura de los resultados. Un equipo al que le cuesta provocar cosas, que llega a los contraataques ganadores casi por casualidad, como el tanto de Nasri en ese movimiento genial de Vietto para aclararle el área. Entre tanto sobeo de balón, el 0-1 llegó en una contra-transición, es decir, en la salida del Dinamo en una pérdida del Sevilla arriba que acabó sorprendiendo al equipo que se desajustaba por salir a la contra.

Y eso que en el desangelado estadio croata Sampaoli aclaró algo el habitualmente saturado tráfico en campo contrario, pues alineando a tres centrales privó al Sevilla de tener a un jugador más por delante del balón y, por ende, a su par vestido de azul.

Ya habrá días en los que el mosaico de Vietto brille con los goles de este Sevilla. Mientras el equipo gane, los cinco dedos de la afición están hacia arriba, como los de la mano de Fátima, por supuesto, el nombre que Ben Yessef eligió para su hija, quien marcaba goles, no con los pies, sino acariciando el balón con sus dedos.

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