El Guadalquivir en la almoneda

El autor pide al próximo gobierno local un Plan de Gestión para el río que evite los "desatinos" planteados hasta ahora y recupere su papel protagonista en la historia.

Julián Sobrino (Profesor De La Escuela De Arquitectura De Sevilla)

29 de abril 2015 - 01:00

EL último proyecto de noria panorámica en el Muelle de las Delicias viene a culminar, por lo menos en esta etapa de gobierno municipal, el imparable proceso de trocear el río Guadalquivir a su paso por Sevilla, convirtiendo su cauce histórico en desagüe de cualquier ocurrencia temática. La noria como metáfora de la recuperación económica, en el Prado, en Las Delicias, en Sevilla Park, en la Feria, como carrusel al que subirse para olvidar el desempleo, el cierre de comercios históricos, la fuga de la industria. La tentación permanente en tiempos de crisis, y también en tiempos de bonanza económica, ha sido la de convertir el río en un espacio privatizado-concesionado, estrategia que viene desde el inicio de nuestra contemporaneidad. Para ser más precisos, desde la Real Orden de 12 de diciembre de 1814, la fecha de constitución de la Compañía del Guadalquivir coincidente con el inicio del proceso de privatización de Isla Menor, pasando por los loteos de la ribera junto al puente de Triana para la instalación de industrias como la Fábrica de Gas o la Fundición Portilla y las reservas de espacio para la compañía ferroviaria MZA, hasta llegar a las sedes sociales de los clubes deportivos de Labradores, Mercantil y Náutico. En un proceso imparable de privatización del Guadalquivir a su paso por Sevilla, bajo diferentes excusas, que contempla siempre el río como un bien rex nullius susceptible de ser enajenado mediante pretextos que consideran el lucro particular o el ocio privado como el paradigma del progreso económico de la ciudad.

El papel jugado por el Ayuntamiento desde la Gerencia de Urbanismo y desde la Autoridad Portuaria durante el último tercio del siglo XX se inscribe perfectamente en la concepción económica liberal más ortodoxa de este pensamiento, al no considerar separación alguna entre el interés común, público, y el de los particulares, privado. De modo que cualquier iniciativa que proporcione un beneficio económico, derivada del uso del río, es aceptada como social y políticamente correcta, todo ello, en la actualidad, con la connivencia de otras instancias como son la Comisión Provincial de Patrimonio o las consejerías competencialmente responsables de la ordenación del territorio, la conservación del patrimonio o la protección del medio ambiente.

Sin embargo, el río Guadalquivir, desde el origen de la ciudad de Sevilla hasta la actualidad, debe ser comprendido de una manera integral, partiendo de los cuatro núcleos estructurantes de su realidad y de su paisaje. Como territorio, al ser un espacio natural de relación social con la ciudad. Como artefacto, debido a las obras públicas y las máquinas en él instaladas para su aprovechamiento como puerto. Como economía, por la generación de actividades de cada modo histórico de producción. Y como historia, por la conformación de un paisaje cultural de extraordinario valor a lo largo del tiempo.

De esta relación secular y conflictiva entre el río, la ciudad y sus habitantes, se derivaron diversos modos de apropiación del Guadalquivir. Siendo codificado por la iconografía de los grabados de los siglos XVI al XVIII; poetizado por los versos de los escritores desde la Edad de Oro a la Edad de Plata; paisajizado por los pintores del pintoresquismo romántico; artistizado por los ceramistas, pintores y orfebres que lo convirtieron en tema principal de su obra; cosificado por los ingenieros, los industriales y los gobernantes; idealizado por los niños que en él sueñan aventuras y por los ancianos que en el río encuentran la alegoría de sus vidas; observado por los viajeros y turistas; banalizado por los comerciantes del souvenir; desfluvializado por una deficiente arquitectura del espacio público que ha contribuido a la pérdida de valores de este paisaje cultural y natural; domesticado por el miedo a su furia; interiorizado por los que lo viven cotidianamente en y entre sus orillas; mirado por el simple deseo de mirar; interpretado por los gestores culturales y educativos. Y así podríamos seguir enumerando matices que han transformado esta corriente de agua en un objeto territorial manipulado, en contra de lo que es, indisolublemente, Paisaje-Río-Ciudad, y que constituye, junto a los alcores cercanos y el escarpe del Aljarafe, el marco escenográfico de esta bella y maltratada ciudad.

Los proyectos municipales como el redundante rótulo cerámico en la zapata de Triana ya desechado, el Paseo de las Artes como concurso recalcitrante de malas ideas, el amenazante convenio con Altadis, la crisis del interesante proyecto Container-Art que acaba de cerrar sus puertas, el insostenible proyecto de dragado de las márgenes, la iniciativa de Sevilla Park y, por último, la noria panorámica de Las Delicias, colman el vaso de cualquier tipo de paciencia fluvial.

El Guadalquivir no debe ser objeto de almoneda donde se subasta el río a trozos durante cada nuevo gobierno municipal, sino un paisaje urbano, natural y cultural, que debe ser comprendido y gestionado unitariamente, partiendo del concepto de continuidad: natural, histórica, portuaria, urbana y simbólica. Este es uno de los retos para los partidos que se presenten a las próximas elecciones municipales de mayo. Hay que conseguir un compromiso entre todos para que el río deje de ser malvendido y convertido en un parque de desastres temáticos consentidos desde las administraciones. Como todo sistema patrimonial, en su amplio sentido, debe contar con un Plan de Gestión que evite los desatinos que hasta ahora se han venido cometiendo con el río Guadalquivir, para que pueda recuperar su papel protagonista, como escenario histórico y cauce de vida, como espejo donde se refleja la ciudad de manera honesta. El Guadalquivir que une las ciudades de Sevilla y Triana (permítaseme esta licencia). El río como lugar natural, lugar de sueño y realidad, y no como un desmembrado accidente geográfico que se subasta al mejor postor.

stats