"Cuando las cosas iban bien en España ya había altos índices de pobreza"

Eduardo Ibáñez Ruiz del Portal. Profesor de la Universidad Loyola Andalucía

Conocedor del problema de la pobreza en el plano teórico y en el de la acción social, enseña actualmente ética profesional y empresarial a futuros ejecutivos, ingenieros y abogados

Luis Sánchez-Moliní

04 de enero 2015 - 05:03

La cita es en el Centro Arrupe de los jesuitas, junto al colegio Portaceli, terreno de la infancia del plumilla. Eduardo Ibáñez Ruiz del Portal aparece por la puerta y pronto se impone la rotundidad de su presencia. Es un hombre grande y serio, con aplomo, padre de cuatro hijos pero estrechamente vinculado a la Compañía de Jesús, en cuya recién estrenada Universidad Loyola enseña ahora ética profesional y empresarial a futuros ejecutivos, abogados e ingenieros que formarán parte en un futuro de esa cosa difusa que se llama élite político, económica y social. Eduardo Ibáñez es un profundo conocedor de la pobreza en Andalucía, no sólo en el plano teórico (que también), sino, sobre todo, en el real. Desde sus años universitarios ha trabajado en distintos proyectos sociales y sus primeros dos años de casado transcurrieron en un barrio marginal de Asunción (según asegura, su suegra se lo ha perdonado). Sin embargo, nunca se observa en su discurso un sesgo radical, sino la intención de ir construyendo poco a poco una economía donde el dinero no sea la única razón y en la que se traduzcan algunos de los principios evangélicos que, sin referirse a ellos en ningún momento, están presentes en toda la conversación.

-Vamos a meternos en un charco. ¿El empresario español es ético?

-Hoy en día, en general, nuestra sociedad está falta de una base ética más fuerte. Hay muchas prácticas profesionales que están degenerando en muchos sectores, pero yo no diría de ningún grupo profesional que no es ético. Quizás uno de los problemas es que hemos colocado al dinero en la cúspide de nuestra sociedad, lo que hace que el propio empresario encuentre grandes dificultades a la hora de llevar a cabo sus propios objetivos no directamente relacionados con el beneficio monetario. Sin embargo, algo está empezando a cambiar.

-Como es lógico y legítimo, el principal objetivo de una empresa es ganar dinero. Sin embargo, también hay empresarios que buscan algo más: la construcción de un proyecto, el tener un estilo de vida emprendedor...

-La afirmación de que el fin de una empresa es ganar dinero es una verdad relativa. El fin profundo de cualquier empresa es satisfacer las necesidades de una sociedad, que al fin y al cabo es la que la sustenta. Siempre digo que una empresa es como una bombilla: su fin es alumbrar y el dinero es sólo la corriente eléctrica que lo permite. El beneficio es evidentemente legítimo, pero toda empresa debe tener una función social. Si olvidamos esto al final vale todo y llegamos a la mentalidad de los años del pelotazo, en los que lo importante no era crear empresa, crear sociedad, crear empleo, crear país, sino embolsarme cuanto antes el máximo dinero posible.

-Es ya un lugar común mencionar a Weber y la vinculación entre el capitalismo y la ética protestante. Usted es una persona vinculada a la Compañía de Jesús, ¿cree que es posible una ética católica del capitalismo?

-Es verdad que todos identificamos la ética protestante como algo que ha sido muy positivo para el desarrollo del capitalismo, sobre todo por su valoración del trabajo y del capital orientados hacia un fin. En lo que respecta a la Iglesia Católica, podemos destacar que está teniendo un gran peso en la construcción de la llamada economía social y tanto Benedicto XVI como el actual papa Francisco ya han dicho claro que en la economía de mercado también caben espacios para la economía de la gratuidad. Actualmente, están surgiendo muchas iniciativas económicas que no se mueven por la lógica de la competitividad, sino por lo que se está llamando la lógica del don, es decir, promover empresas que, por supuesto, sean sostenibles, pero cuyos beneficios no sean sólo económicos, sino también sociales, como dar empleo para discapacitados, parados de larga duración, etcétera. Es una nueva forma económica de inspiración fuertemente católica que creo que tiene mucho futuro.

-¿Quizás el viejo recelo de la Iglesia Católica hacia el liberalismo?

-La Iglesia siempre ha condenado el capitalismo y el comunismo en sus formas más extremas. Según el catedrático italiano Stefano Zamagni, este movimiento del que estamos hablando, al que denomina economía civil, tiene una larga tradición en Europa que fue siendo arrinconada por la economía competitiva que predomina hoy.

-Pero esta forma de economía no está dentro del capitalismo.

-Lo más interesante es que esta economía social de mercado no se sitúa fuera del paradigma. No defiende que se cierren las otras empresas, no es excluyente.

-Usted enseña en la Loyola a futuros ejecutivos, abogados e ingenieros ética profesional y empresarial. Sea sincero, ¿su asignatura es una maría?

-Sinceramente, no lo es. Hemos huido de que sea una asignatura amable, aunque tampoco queremos que genere rechazo. Da mucho juego, con casos prácticos para que los alumnos reflexionen, auténticos dilemas morales y sociales… Eso sí, al final hay que sentarse y estudiar.

-También trabaja sobre la llamada Responsabilidad Social Empresarial (RSE). ¿Para qué sirve eso además de para ir al cielo?

-La RSE debe servir para que las empresas aporten cosas a las sociedades de las que se benefician. Hay que tener en cuenta que la RSE no es una opción, sino una obligación. La Unión Europea ya ha dejado claro que lo optativo es que las empresas vayan estudiando cómo se van a hacer cada vez más responsables.

-¿Y cómo podemos identificar si una empresa es responsable socialmente?

-Hay un gran debate sobre si la RSE es ética o cosmética. Uno de los retos de la RSE es precisamente ése, que la información que aportan las empresas sea veraz, verificable y comparable para que el ciudadano pueda tomar decisiones como qué comprar o dónde invertir.

-¿Y en Andalucía está calando la RSE?

-Mi impresión es que sí. Queda mucho por hacer, pero lo más positivo es que la RSE está calando, que es un proceso irreversible. Hace poco leía un artículo de un ejecutivo de Coca-Cola en el que defendía que la ciudadanía debería conceder una especie de licencia para que las empresas pudiesen operar. Es un ejemplo claro de esa irreversibilidad.

-Usted hizo su tesis sobre Amartya Sen, un economista un tanto atípico. ¿Por qué eligió esta figura?

-Amartya Sen es un economista indio al que le dieron el Premio Nobel de Economía en 1988 por sus estudios sobre la pobreza. Ahora se dedica fundamentalmente a la Filosofía Política, pero sus primeros trabajos fueron sobre las hambrunas, llegando a la conclusión de que eran la consecuencia de una deficitaria distribución de los alimentos más que de la escasez. De hecho, muchas veces se da la paradoja de gente muriéndose de hambre mientras que a pocos kilómetros hay un almacén lleno de alimentos. También insiste en que la democracia es un protector contra las hambrunas. Los países en los que hay una prensa libre y una oposición política no sufren estos problemas.

-¿Y a qué achaca Amartya Sen la existencia de la pobreza?

--Fundamentalmente a la falta de oportunidades de las personas. Amartya Sen está detrás del concepto IDH, el Índice de Desarrollo Humano, algo que supuso una revolución en los estudios económicos. Hasta los años 90 la lista de los países más desarrollados se realizaba sólo en función de su renta per capita. Sin embargo, gracias al IDH se introdujeron otras cuestiones como la esperanza de vida, la tasa de alfabetización, la salud, el acceso al agua potable.

-¿Y al aplicar el IDH cambia mucho el ranking de los países desarrollados?

-Hay países a los que no les afecta, pero a otros sí. Por ejemplo, pierden muchos los estados que son muy ricos pero en los que las mujeres están excluidas de la educación.

-Hablemos claro, algunos emiratos árabes...

-Por ejemplo, pero lo positivo es que muchos países han cambiado algunas políticas para mejorar sus puestos en el ranking de desarrollo.

-¿Qué más cosas propone Amartya Sen?

-Lo que conocemos como enfoque de las capacidades. Él cree que todo Estado debe garantizar que la gente pueda desplegar unas mínimas capacidades que les permita alimentarse, vestirse, tener salud...

-¿Una renta mínima como proponen IU o Podemos?

-Sen no habla de renta mínima, pero sí de la importancia de la renta. Yo no creo que el Estado tenga que pagar un sueldo universal, pero sí que la sociedad tiene que tener la capacidad suficiente para garantizar una vida digna para todas las personas.

-Y dentro del enfoque de las capacidades, me imagino que tendrá un especial peso la educación.

-La educación es uno de los elementos básicos del IDH, porque permite ampliar el abanico para que cada ser humano pueda elegir una vida acorde con sus valores y creencias, lo cual es un derecho según Amartya Sen.

-Muchos economistas se han empeñado en hacer de la Economía una ciencia exacta cuando, en realidad, es una ciencia social y, por lo tanto, sometida a las emociones humanas. ¿Comparte usted esta opinión?

-Sí, el propio Amartya Sen dice que la economía neoclásica se basa exclusivamente en el principio del máximo interés, del egoísmo positivo, algo que no es verdad, porque muchas de nuestras decisiones económicas no las tomamos buscando un beneficio monetario, sino otras cosas en las que tienen mucho que ver la ética o las emociones.

-Usted fue coordinador social del Sector Social de la Compañía de Jesús en la Provincia Bética y presidente de la Red Andaluza de Lucha contra la Pobreza. Los informes de Cáritas son desoladores sobre el crecimiento de la exclusión social a raíz de la crisis.

-Sobre este tema me gustaría recordar que cuando las cosas iban bien en España ya había altos índices de pobreza. Ahora, según los estudios de Cáritas, vamos a una sociedad donde hay una mayor vulnerabilidad social. El empleo y las redes sociales que sostienen a las personas cada vez son más precarios, por lo que cada vez es más fácil caer en la exclusión.

-Antes de iniciar una carrera académica que le ha llevado a la Universidad Loyola para enseñar cuestiones relacionadas con la ética empresarial y profesional, usted trabajó de cooperante en algunos escenarios especialmente duros.

-Siempre sentí una especial inclinación hacia el trabajo social y me marcó mucho mi experiencia como voluntario en Torreblanca durante mis años de estudiante de Derecho en Sevilla. Cuando acabé la carrera me fui con mi mujer, Teresa, a un voluntariado de los jesuitas que duró dos años en Asunción de Paraguay, concretamente a Bañado Sur, un barrio inundable que surgió en torno al vertedero municipal de la ciudad. La gente vivía allí reciclando la basura…

-Es curioso como muchas comunidades marginales viven del reciclaje, de aprovechar lo que otros tiran, y por tanto, según los parámetros actuales, ejercen un papel beneficioso para el medio ambiente. No sé si lo que digo es una barbaridad.

-Es impresionante la de cosas que tiramos. Recuerdo la cantidad de ropa nueva y comida sin caducar que se tiraba en Asunción… Usted no ha dicho una barbaridad, la barbaridad es nuestro modo de vida. Aquella experiencia de Bañado Sur fue impresionante .

-Después estuvo en Namibia. ¿Sigue siendo África ese agujero negro que algunos denuncian?

-África es la gran desconocida, un continente inmenso y diverso. Fui allí con Oxfam-Intermón tras realizar un máster sobre Cooperación y gestión de ONGD y los cursos de doctorado de Derechos Humanos y Desarrollo. Namibia es un país que apenas se conoce porque hasta finales de los 80 fue un protectorado de Sudáfrica y, por lo tanto, sufrió el mismo apartheid. Cuando fuimos, pese a que habían pasado 12 años desde la independencia y a que el país estaba gobernado por negros, existían todavía supermercados y barrios para negros o blancos y el racismo era muy patente. Eso sí, no es un país con la miseria que estamos acostumbrados a ver en otras zonas de África.

-Es un continente al que todo el mundo acude con el saco a ver qué se puede llevar…

-España estaba allí por sus intereses pesqueros y toda la ayuda al desarrollo se instrumentalizaba en este sentido.

-¿Y nos portábamos muy mal?

-No especialmente. Tampoco éramos un país con especial incidencia en la zona.

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