"Se pierde mucho el tiempo en dar en las redes una falsa imagen de felicidad"

José Ignacio Díaz Carvajal. Médico psicoterapeuta

Psicoanalista en el sentido menos clásico de la palabra que incorpora a sus terapias técnicas de meditación, cree que uno de los principales problemas del hombre actual es la falta de amistad.

José Ignacio Díaz Carvajal, en su consulta, durante un momento de la entrevista.
José Ignacio Díaz Carvajal, en su consulta, durante un momento de la entrevista.
Luis Sánchez-Moliní

12 de octubre 2014 - 05:03

La consulta de José Ignacio Díaz Carvajal es una habitación amplia y con pocos muebles. Al plumilla le llama la atención la ausencia de un diván, el mueble totémico de los psicoanalistas clásicos. Está claro, y la conversación lo confirmará, que no está pisando territorio freudiano clásico. Respiración, meditación, introspección, fomento de la amistad... Las recetas de este médico que se dedicó al psicoanálisis por pura vocación están muy lejos de los tópicos y lugares comunes que acompañan a los hijos de Freud. A los pocos minutos de la charla, el plumilla empieza a sentir con envidia que Díaz Carvajal tiene el don de la tranquilidad, ese atributo que no habita en las redacciones de los periódicos ni en la mayoría de las oficinas de la ciudad. Como si fuese un maestro sufí o un monje cartujo, el psicoanalista desprende una especie de paz, un dominio de sus neuronas, una armonía que no tiene nada que ver con subproductos 'new age' y sí con el conocimiento de técnicas que evidencian que el alma, como si fuese un músculo, se puede ejercitar (ya lo dijo hace siglos, aunque con otros objetivos, el de Loyola). Médico que reivindica el antiguo carácter humanista de su profesión, hoy excesivamente especializada, presume de haber sido un habilidoso pianista aficionado, y muestra con orgullo su colección de arte contemporáneo y de miniaturas de los siglos XVIII y XIX.

-Precisamente anoche tuve una pesadilla un tanto siniestra. ¿Por qué generamos esos monstruos nocturnos? ¿Con qué materiales? Recuerdo que, en uno de sus últimos poemas, Fernando Ortiz hablaba de "fantasmas mal barajados"?

-El sueño es un tipo de pensamiento diferente al diurno, pero es un pensamiento. Lo creamos dormidos con elementos oníricos, imágenes y sensaciones que forman una situación parecida a una película en la que uno observa y, al mismo tiempo, participa. Su lógica es totalmente diferente a la diurna, de ahí esos sueños en los que aparece nuestro padre, pero con la cara de nuestro primo, pero que en el fondo somos nosotros mismos... Soñamos para poder elaborar las preocupaciones diurnas y a los psicoanalistas esto nos sirve para elaborar una radiografía mental. Los sueños nos dan muchas pistas sobre las preocupaciones y conflictos de la persona a la que tratamos. También dan ideas para posibles soluciones.

-Los sueños son como esas esculturas asirias con cuerpo de toro, alas de águila, cabeza de hombre...

-Exacto, ese fenómeno se llama condensación. Es decir, condensamos en una determinada imagen diferentes elementos de la realidad para, entre otras cosas, disfrazarla y poder elaborar nuestras preocupaciones. Las pesadillas nos permiten descargar angustias, porque el soñante siempre sabe que está soñando. Realmente, lo que importa no es tanto el sueño que se ha tenido sino lo que uno piensa sobre el mismo.

-Durante mucho tiempo, incluso hoy en día, al sueño se le ha atribuido una cualidad profética... Me temo que esta idea es tan hermosamente literaria como falsa.

-Sí, es falsa. Tampoco son muy creíbles esos diccionarios de sueños que explican su simbolismo. Los sueños son específicos de cada persona y su simbología no puede ser nunca estándar ni universal.

-Hablando de psicoanálisis y de la interpretación de los sueños es inevitable que salga la figura de Sigmund Freud, uno de los grandes forjadores de la cultura contemporánea, pero también una figura muy puesta en cuestión. ¿Qué queda de Freud?

-Queda mucho. Él puso las bases fundamentales para el trabajo con el inconsciente, las emociones y la psicología en general. Muchos de los elementos aportados por Freud ya son absolutamente normales en la cultura, en la sociedad y en el trabajo clínico. Lo que pasó en España es que, después de la Guerra Civil, desaparecieron los psicoanalistas pioneros y se produjo un páramo hasta recientemente. Incluso en las facultades de Psicología, el psicoanálisis ha estado denostado y siempre hemos cargado con el rechazo del establishment psiquiátrico y psicológico.

-En psicología hay muchas escuelas y tendencias. ¿Son decisivas a la hora de garantizar el éxito de una terapia?

-Más allá de la corriente psicológica que cada uno siga, lo importante en la eficacia de una terapia es el vínculo que se establece entre el paciente y el terapeuta, así como otros elementos humanos y sociales que se establecen alrededor de la psicoterapia.

-Es un dicho muy común el que, más eficaz que ir al psiquiatra, es tomarse una copa con un amigo. ¿Cuál es la diferencia que marca el psicoterapeuta?

-Bueno, hay personas que tienen patologías verdaderamente graves que hay que conocer, saber tratarlas y reconducirlas.

-Dígame alguna tendencia a la última.

-Ahora mismo está de moda una técnica que se llama atención plena, que hunde sus raíces en la meditación oriental. Gracias a estas técnicas se consiguen eliminar pensamientos obsesivos, mejorar las situaciones de ansiedad, disminuir la depresión. Me gusta ser muy ecléctico en mis terapias, no quedarme en el psicoanálisis clásico, tomar ideas de otras corrientes y otras disciplinas. Para mí hay temas fundamentales, como la amistad. Las personas hoy en día están muy solas y, a pesar de la hipercomunicación, la sociedad está favoreciendo un aislamiento tremendo. Es muy importante enseñar a las personas a buscar amistades verdaderas, porque el amigo permanecerá, pero el psicoterapeuta no.

-Vivimos en una sociedad en la que se han alcanzado razonables cuotas de bienestar y libertad. Sin embargo, paradójicamente, el hombre contemporáneo vive sumido en un mar de angustias. ¿Qué es lo que pasa?

-Antiguamente, el sentido de la vida lo marcaba una religión, una tradición, unos valores... Sin embargo, ahora vivimos en una época de absoluta incertidumbre. Por ejemplo, antes estudiabas Arquitectura o Medicina y sabías que ibas a ganar mucho dinero, pero ahora puedes terminar trabajando de camarero: ¿qué certidumbre hay? Buscamos muchas seguridades externas (la familia, la iglesia, la política...) que ya nunca volverán. Por eso es muy importante encontrarse con uno mismo, buscar en el interior, tomar contacto con nuestras propias emociones e ideas y luego construir relaciones verdaderas con los demás. El problema de internet y las redes sociales es que hay muchas comunicaciones que no son auténticas, sino banales, superficiales, narcisistas... Estamos en una sociedad en la que parece que lo más importante es hacer marketing de uno mismo, salir en el Facebook, Instagram, etcétera. En estos lugares de la red, las personas tienen que perder una gran cantidad de tiempo para dar una imagen permanente y falsa de felicidad y bienestar.

-En el pensamiento contemporáneo hay unas corrientes que llegan a negar el sujeto y afirman que las personas somos como constelaciones de yoes. ¿Qué opina usted de esto, somos uno o somos varios?

-Hay muchas teorías. Pienso que existe un centro, por así llamarlo, pero también diferentes aspectos de la personalidad que pueden estar más o menos integrados con ese centro. ¿Somos múltiples? Se puede decir así. Desde luego, somos polifacéticos, seres con muchas caras. Usted no es el mismo como profesional que como padre. Pero no creo que seamos varios, pues estaríamos divididos en muchos yoes. Podemos decir que somos como un sistema planetario.

-Los traumas... ¿Hasta qué punto nos determina la infancia?

-Absolutamente. El cerebro se va modificando desde que nacemos. La inmadurez del bebé es absoluta y a través del apego y del vínculo con los padres se va construyendo su cerebro y sus capacidades, de tal forma que se llega a decir que los hijos adoptivos son biológicos porque su cerebro se ha conformado en la relación con los padres de adopción. Los traumas son las situaciones dolorosas para los que uno no está preparado, y en la infancia dejan una huella profunda que se puede traducir en el futuro en trastornos como el alcoholismo o la drogadicción.

-¿Y se pueden superar?

-Sí. Últimamente se trabaja mucho un concepto que se llama la resiliencia, que es la capacidad que tiene el ser humano para, a pesar de los traumas, poder reconstruirse y tener una vida buena, bonita y de éxito. Es un tema fascinante, porque da esperanza. En general, en las últimas dos décadas se ha puesto de moda la psicología de la felicidad, aquella que se preocupa porque la gente potencie sus capacidades más que por curar enfermedades. Es verdad que, en el último siglo, todos los aspectos psicológicos se han medicalizado mucho y se han dejado en manos de los psicólogos y los psiquiatras, pero la realidad mental es siempre más compleja que una enfermedad de hígado y tiene que ver con la cultura, la sociedad, con las relaciones, con lo humano... Muchas veces la gente pide una pastilla que acabe con unos problemas que tienen ramificaciones que jamás desaparecerán con un fármaco. No hay pastillas que curen las enfermedades mentales.

-Ahora se habla mucho del abuso de los psicofármacos, pero ¿por qué no usar muletas si estamos cojos?

-Es verdad que la gente demanda pastillas para poder dormir, poder calmar la ansiedad... Hay que tener en cuenta que son fármacos paliativos, no curativos, que se pueden tomar mientras dura una terapia, pero que por sí solos no van a solucionar nada. Además, hay que avisar de que tienen problemas de adicción, efectos secundarios, contraindicaciones... Volvemos a lo de antes: hay otras técnicas, como la relajación, la conversación... Uno de nuestros problemas es que no sabemos escuchar. Hoy en día, todo el mundo emite mensajes en internet, pero nadie escucha.

-¿Qué más problemas tiene esta sociedad?

-Vivimos en una sociedad que no duerme. Nosotros ya estamos perdidos, pero los niños y los adolescentes no duermen las nueve o diez horas al día que deberían. Lo de los móviles y las tablets ha agravado el problema. Esto les condicionará toda la vida futura y hay patologías, como la hipertensión, que están relacionados con la falta de sueño.

-Ya ha salido la palabra felicidad, un territorio un tanto resbaladizo. Lo normal es que se diga que no existe, que se pueden alcanzar momentos felices pero no la Felicidad en mayúscula. ¿Qué opina usted?

-Se puede ser muy feliz. Eso sí, es importante que la vida tenga un sentido en el día a día, aunque nuestra actividad de la jornada sea fregar. Hay que vivir con intensidad la realidad presente. No somos felices porque siempre pasamos de una cosa a la siguiente sin pararnos en la que realmente estamos. Si yo estoy hablando ahora con usted y ya estoy pensando en la reunión que tengo después, he perdido la posibilidad de disfrutar del momento, aunque lo que compartamos sea triste... Esa experiencia de saber que uno está conectado con otro y que está compartiendo la vida produce felicidad.

-Esa falta de vivir el momento, esa negación del carpe diem, está muy relacionada con la ansiedad en la que vive instalado el hombre contemporáneo.

-Efectivamente, por eso hay que pararse, respirar hondo, centrarse en uno mismo... La ansiedad es no saber pararse.

-Sigamos con otra gran palabra: el mal. En los tiempos actuales, cuando surge algún crimen escabroso, se tiende a atribuir el mismo a alguna patología mental del criminal, como si ya no existiese el mal, sino sólo locos.

-El mal existe en la medida en que existe la responsabilidad y la libertad humana. Si yo soy responsable de mis actos y si yo elijo perjudicar a alguien conscientemente estoy ejerciendo el mal. Es verdad que hay algunos locos, muy pocos, que cometen crímenes, pero la gran mayoría de esos asesinatos los perpetran personas muy cuerdas. Ahí están, por ejemplo, las decapitaciones de Iraq.

-En Grecia, los locos eran considerados como personas tocadas por los dioses. ¿Hay algo de verdad en eso?

-Sí, algunos locos tienen algo especial, una capacidad de captar las intenciones y el inconsciente de los demás. Quizás por su descomposición mental tienen una sensibilidad que no tenemos los que simplemente estamos un poco neuróticos.

-¿Todos estamos neuróticos?

-Sí, todos tenemos represiones y contenciones, porque sería imposible vivir dando vía libre a toda nuestra impulsividad... Nos llevaría a matarnos los unos a los otros.

-No querría concluir esta entrevista sin sacar el tema de la adopción, uno de los temas en los que usted está especializado. ¿Es un camino que, a veces, se emprende con frivolidad?

-Hay de todo. La paternidad o la maternidad, en general, se vive según la cultura del momento y ahora se idealiza mucho lo que es tener un hijo, es algo sobrevalorado. Lo que un padre se encuentra cuando adopta suele ser más duro de lo que se esperaba, porque el niño ya llega con una serie de traumas producidos por el abandono, los abusos, etcétera. Y hay que formar una familia terapéutica. Hay que asesorar muy bien a la persona que va a adoptar, no sólo para proteger al niño, sino también al adulto de una elección equivocada, porque hay padres que son tan narcisistas que quieren un niño como un simple atributo más. Es el ejemplo de esos famosos que tienen hijos adoptivos para que luego se los críe una niñera.

-¿Hay mucho fracaso en las familias adoptivas?

-Aproximadamente un ocho por ciento. Es mucho, porque para estos niños supone un segundo rechazo, una retraumatización.

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