Un sevillano da clases de Francés
calle rioja
Testimonio. Concha Ramírez tiene 90 años y recuerda en La Motilla aquel curso 35-36 en el instituto Calderón de la Barca de Madrid con el poeta Antonio Machado de profesor.
TODAVÍA es posible ponerle cara a aquellos versos: "Una tarde parda y fría / de invierno. Los colegiales / estudian. Monotonía / de lluvia tras los cristales". En 1931, al proclamarse la República, el coronel Ángel Ramírez es destinado a Madrid para hacerse cargo del distrito del congreso. La familia se instala en la calle Isaac Peral, la misma casa donde Ramón y Cajal tenía su laboratorio. Un año después, en 1932, Antonio Machado llega a Madrid para dar clases en el instituto Calderón de la Barca. Las dos hijas mayores del coronel, Julia y Concha, estudian en ese centro. A la segunda, en el curso 35-36, le da clases de Francés, idioma que desgraciadamente le sería muy necesario después a la última alumna con vida del poeta.
"Más que un profesor, lo recuerdo como un amigo de los alumnos. Humilde, sencillo. A todos nos entusiasmaba". Concha Ramírez Naranjo nace el antepenúltimo día de 1923 en Melilla porque su padre era militar. En el norte de África se encendería la mecha que obligaría al profesor de Francés y a la familia de su alumna al destierro. Antonio Machado salió por la frontera en enero de 1939 y murió el 22 de febrero de ese año. "Él se fue a Collioure y a nosotros nos montaron en un tren que nos dejó al norte de Francia, a cinco kilómetros de la frontera con Suiza".
Su padre acompañó a la familia hasta Valencia, donde vuelven a coincidir con el poeta. "Después lo veríamos otra vez en La Junquera, antes de despedirnos definitivamente", cuenta Concha. Se fueron la mujer del coronel y cinco de sus seis hijos. "Julia, la mayor, se quedó en Sevilla porque le cogió de vacaciones", dice Concha, que hizo aquel viaje a ninguna parte con sus hermanos Rosario, Ángel, Maruja -falleció hace una semana- y José Luis. Todos ellos rehicieron su vida en el país de adopción, donde se casaron. Concha también, pero fue la única que volvió a España en 1979, tras cuarenta años de exilio y una vida llena de avatares y episodios que contó en un diario que empezó a escribir el mismo 1936 y tituló Diario de una niña exiliada, que ha publicado en francés y en español, con prólogo de Eduardo Haro Tecglen, compañero en aquel curso del Calderón de la Barca.
La guerra puso fin a una utopía. "Poca gente sabe que la República fue la que aprobó la ley de las vacaciones pagadas. Desde mi casa veíamos los camiones llenos de gente camino de la Casa de Campo, tan contentos. Vacaciones pagadas, menos horas de trabajo, aumento de salarios".
El coronel Ramírez aparece retratado de alférez por su hija en la casa de La Motilla, Dos Hermanas. "Se formó en África y los conocía muy bien a todos. El general Varela le pidió que se pusiera del lado de Franco; mi padre, que era militar, no político, le respondió que le juró fidelidad a la República y no podía traicionarla como no lo hizo con el Rey".
La niña de 12 años que oía en clase palabras como voiture o promenade vio derrumbarse un mundo. "Salimos de un Madrid con las calles a oscuras y las casas apagadas por los bombardeos. Valencia era todo lo contrario, una ciudad de luz y esplendor". No imaginaba que uno de los cuatro hijos de aquella señora francesa de la que fueron inquilinos se iba a convertir en el padre de sus hijos. "Gabriel era de padre español. Tenía novia en España, país al que vino para defender a la República en la guerra. Cuando volvió a Francia, se lo llevaron esposado a Toulouse por no delatar a comunistas y políticos españoles. Después, con su padre y sus tres hermanos, los llevaron a un campo de concentración y como castigo por la fuga de 18 presos lo mandaron a Auschwitz, donde estuvo de 1942 a 1945. Su novia española se cansó de esperar y se casó. Yo esperé porque no quería a otro y había sido un flechazo".
La alumna de don Antonio Machado es una chiquilla de 90 años que coge el coche para ir a Chipiona, que va al gimnasio todos los días y hace sus pinitos con la pintura. Eligió esta tierra para poner fin a cuatro décadas de destierro porque sus padres eran sevillanos. "Mi padre era muy devoto del Gran Poder. Era muy amigo de Muñoz Grandes, el que mandaba en la División Azul. Le ayudó a poner las bombillas cuando nos mudamos a Madrid. Cuando se exilió, le escribió y Muñoz Grandes le preguntó si tenía las manos manchadas de sangre. ¿Quién no se las mancha si estuvo en la trinchera?, le respondió mi padre. Cuando Muñoz Grandes ya estaba enfermo, le mandó un salvoconducto para que pudiera venir".
Concha no tiene nostalgia de Francia. "Son malos recuerdos. La lluvia, la mentalidad, no hablo sólo de Francia, el norte de España es igual, poca confianza, la puerta abierta un poquito". A la hora de regresar, le sugirió a Gabriel, su marido, que para no padecer los efectos del calor pasaran seis meses en España y seis en Francia. "A él le gustaba más esto que a mí, los diez años que pasó aquí, murió en 1989, fueron los diez años más felices de su vida".
Pertenece a la Asociación Guerra-Exilio y Memoria Histórica de Andalucía y acude a diferentes foros para hablar de su destierro, de las clases de Machado y del patriotismo sin tacha de su padre. "Era amigo de Calvo Sotelo, el político al que asesinaron. A Franco lo conoció en Melilla, decía que no era un buen militar".
En la casa de al lado hay un limonero, como el que Machado evoca del palacio de las Dueñas. "Nunca he ido, la duquesa de Alba me parece muy simpática". Dos mujeres de la misma generación -Cayetana cumple en marzo 88 años-, una unida al nacimiento del poeta, otra al inicio del destierro y su muerte. Esta mujer que aprendió idiomas por amor y necesidad recuerda una visita postrera de su padre. "Se quitó el sombrero mientras pasaba la Macarena y dijo: 'La he visto y ya puedo morir tranquilo'. Nos pusimos a llorar todos alrededor de él porque ya estaba bastante malo. Mi padre ha sufrido mucho, mi madre también, pero ella se quedaba en la casa, no tenía que vérselas con franceses y alemanes".
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