Los kalashnikov sabían italiano
batirse el cobre
Un cura extremeño que dice misa en el Gran Poder lleva quince veranos yendo a una localidad albanesa fronteriza con Kosovo. Hasta 2008 no había Embajada en Tirana, las relaciones eran con diplomáticos franceses.
ESTE sacerdote se siente muy a gusto en el cliché de cura rural. No sólo porque Bernanos es uno de sus escritores favoritos, sino por su trayectoria de extremeño de pueblo (Madroñera, Cáceres, 1943), y de cura párroco en Villanueva del Río y Minas, Pilas, El Castillo de las Guardas, El Real de la Jara, Albaida del Aljarafe y Morón de la Frontera. Este perfil de cura rural lo completa con una insólita faceta internacional.
Las tres primeras semanas de agosto no le oirán decir misa en el Gran Poder; también lo echarán de menos los feligreses de la misa dominical en San Benito. El 1 de agosto, como hace desde hace quince veranos, se marcha al rincón más perdido de Albania, a veintitantos kilómetros de la frontera con Kosovo.
"En 1998 leí en las revistas Ecclessia y Vida Nueva que un franciscano español, Vicente Mateos, pedía sacerdotes que fueran de vacaciones a Albania. Acababan de salir de la dictadura y no tenían sacerdotes para la Eucaristía". La voz del franciscano le llegó muy adentro. Durante nueve años fue monje de esa orden en el monasterio de Guadalupe.
El primer viaje, en compañía del propio Vicente Mateos, fue una auténtica aventura. En avión a Tirana con escala en Zurich. Su primer destino era Scutari, en la frontera con Montenegro. Después de repostar en un convento franciscano, se topó con una sucursal del paraíso, una presa del río Drin, el más caudaloso de Albania. Un barquero los llevó río arriba hasta Dushaj. Allí el heroico apostolado lo ejercían unas religiosas, en su mayoría italianas, con algún refuerzo hindú y filipino. Los caminos del Señor son inescrutables. "Nunca vamos por el mismo camino. Elegimos el más económico para dejar allí el poco dinero que llevemos. Hemos ido con Alitalia, por Hungría, en coche, en barco. El todoterreno que llevamos se lo dejamos para que se muevan por esos parajes inhóspitos. Uno de los coches nos lo regalaron Ortega Cano y Rocío Jurado".
Había un doble hándicap: España no tenía embajada en Albania, "la relación era con diplomáticos franceses", y existía la guerra con Kosovo. "Yo decía la misa en italiano y en la plaza vendían los kalasnikov en el mercadillo". Además de su tarea pastoral, Andrés Rodríguez es una especie de cónsul honorario que ayuda a jóvenes albaneses a completar en España una formación que le negaban en su país. "Allí la Universidad era para los muy ricos o para una reducida selección de muy inteligentes". Una doble élite que este cura procuraba democratizar. Así se trajo a España a Erion, que estudió Fisioterapia, la aprobó con la mejor nota y, lector de Lorca y Cervantes, aprendió tan rápido el español que en las pruebas de acceso para intérpretes de las tropas españolas en Kosovo, que finalmente superó, no creían que fuera albanés. "Y encima le dio tiempo a escribir una novela en Sevilla que leyeron en Planeta", dice el cura, su introductor.
En 2006 conoció en Albania a Zef Halili, nacido en 1981, el año que se ordenó. El cura extremeño viajó a su pueblo natal, Blinsht, para conocer a la familia del joven, que hoy trabaja en Sevilla para la cadena Robles. El 1 de agosto se va el padre Andrés en coche a Barcelona. Allí prosigue en barco hasta Roma. En Roma vuelve a la carretera hasta Bari, donde embarca de nuevo rumbo al puerto albanés de Dürres. El coche se quedará allí y el cura regresará a final de mes.
Pronto estará en la cuna de Teresa de Calcuta. Allí ve a Dios con versos de San Juan de la Cruz: "Mil gracias derramando...".
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