Noche de saetas para el saetero
Calle Rioja
Bajo el balcón. El Ateneo de Sevilla rindió un homenaje póstumo a Peregil con su familia en pleno y emotivos cantes de sus compañeros El Sacri y Pili del Castillo.
Ados pasos de la parroquia de Santa Marta donde está enterrado Valdés Leal no hubo anoche postrimerías para Peregil. Hubo saetas para el saetero de dos ilustres compañeros de esos andamios de la inspiración. De Pili del Castillo y de El Sacri.
No eran dos actos, era un solo Peregil. El Ateneo se quedó sin sillas para acoger a tanta gente. Lleno en el patio de butacas, entre los retratos de quienes presidieron la institución; lleno en el patio abutacado, donde el excedente de público presenció el acto en una pantalla. Hubo que esperar. "Han pisado un cable", decía alberto Máximo Pérez Calero, presidente del Ateneo. "Las carga el diablo", apuntó un miembro de la junta directiva.
El acto arrancó con la voz de José Pérez Blanco, nombre de pila del cantaor y tabernero Peregil. "Esa letra es mía". Juan Arias Aragón, 87 años, se atribuía la paternidad de la saeta. "La cantó Peregil en un balcón de la calle Pureza y formó una...". Este espontáneo letrista nació en Triana y vive "más allá de la muerte" (en San Jerónimo) y en su vida laboral se las vio con otra Saeta, el avión de Construcciones Aeronáuticas donde trabajó como jefe de taller.
A esta sesión extraordinaria del Ateneo acudió la familia de Peregil: su viuda, María Teresa Medina Gutiérrez, sus hijos Juan José, Ana María de las Aguas y Álvaro, que cogió el testigo de la taberna. José Magdaleno Báez y María Teresa López Barranco se encargaron de la puesta en escena. Con el compás del cable, recuperó momentos de emoción y brillantez.
El Ateneo se ha sumado a la cuaresma con dos llenos consecutivos: la exposición de la Canina (Santo Entierro) y este homenaje a Perejil que condujo desde el atril el actor Federico C. Rivelott del Castillo, que recitó dos poemas del sacerdote mexicano Ramón Cué dedicados a las hermanas de la Cruz contemplando la Amargura y a la calle Placentines y otro de Florencio Quintero, fundador de la tertulia Noches del Baratillo a la que pertenecen Rivelott y el mantenedor de los aviones de Triana.
Noche mágica con música de marchas procesionales y saetas en carne viva. Pilar Vázquez Martínez (Pili del Castillo) le dedicó una a Peregil. José Pérez Leal (El Sacri) convirtió el solemne patio de butacas en cualquier balcón de cualquier noche de la primavera sevillana. Son los saeteros pacíficos francotiradores del pellizco y el instante. Arqueros finos, en la descripción que de Sevilla hace García Lorca en su Poema del cante jondo que recitó Rivelott.
El Ateneo se convirtió en balcón y también en abigarrado mostrador de Quitapesares, remedio cotidiano contra sinsabores donde ejercía su plática y su profesionalidad Peregil. Vino gente de Manzanilla, el pueblo de procedencia del artista y de tantos taberneros. Las saetas sonaban en este cruce de caminos de los Panaderos con el Valle, de Santa Marta con el Cristo de Burgos. Trochas urbanas tantas veces recorridas por Peregil para llegar a tiempo de cantarle a sus Cristos, a sus Vírgenes, singular pluralidad del misterio según Sevilla.
El presidente del Ateneo recordó la participación de Peregil en la Cabalgata de Reyes Magos como beduino del rey Baltasar. Se lo llevó el invierno porque la primavera era su aliada. Fernando Salazar compartía la emoción de tanta gente junta. "En la sede de Tetuán, los tres llenos más espectaculares fueron los de Pitita Ridruejo, Alfonso Guerra y Curro Romero. Doy fe porque llevó treinta años en el Ateneo", dice quien fue Gran Visir y parroquiano de Quitapesares.
En el dolor de la ausencia, su familia recibió este abrazo del cariño y del recuerdo. El mantenedor del homenaje habló de costaleros y de capataces, de calles estrechas y corazones anchos. En primera fila, Miguel Cruz Giráldez, presidente de la sección de Literatura del Ateneo. Una disciplina en la que Peregil entró por pleno derecho cuando se convirtió en el autor más vendido de la Feria del Libro de Sevilla.
Saetas en Orfila que se esparcían por Cuna y por la plaza de San Andrés. Gritos del silencio de quien convirtió la interjección en lírica pura. Entre el público, Juan Manuel Castillo, que en su época de consejero de Turismo y Comercio de la Junta que presidía Rafael Escuredo lo contrató la Feria del 83 para que cantara sevillanas junto a Los del Río en una caseta de Pascual Márquez.
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