El Betis carece de pulso (0-4)
Betis-Eibar
El equipo verdiblanco, inmerso en una espiral de ansiedad, un pelele a manos de un Eibar que lo golea sin piedad. La laxitud defensiva noquea a los de Mel en un cuarto de hora.

El Betis está sin pulso. Su único hilo de vida es la clasificación, que aún le da aire tras unos inicios de competición esperanzadores y gracias a que la competencia en Primera División ha ido decreciendo conforme los organismos y las televisiones han ido engordando aún más la saca de los ricos.
El partido de ayer frente al Eibar suena a punto de inflexión. No va a mover a medidas extremas con urgencia -el derbi copero lo desaconseja, además-, pero va a tener excesiva trascendencia en cuanto ocurra en el Betis a partir de ahora. Y no sólo en el equipo. El club debe hacerse un chequeo en profundidad con tanto detenimiento y seriedad como urgencia.
La goleada encajada ante el cuadro dirigido por José Luis Mendilibar mueve a dos análisis. El primero sería el frívolo, el de echarse las manos a la cabeza y bramar que el Eibar, aun azulgrana, no es el Barcelona y que le ha endosado otros cuatro al Betis. Zamarrear los arcanos con esa hagiografía futbolística tan a mano en los tiempos de Google y la informática y escupir a los cuatro vientos los cuatro meses sin ganar en casa, el desfase goleador del equipo (13 a favor por 27 en contra), alguna que otra salida de tono en las declaraciones de su entrenador... Y hasta, por qué no, hacerse eco de esos primeros cánticos que, sin atronar en Villamarín, sí se entendieron perfectamente: "¡Pepe, vete ya!".
El segundo análisis posible lleva, inconfundiblemente, a averiguar el porqué del estado de ansiedad que vive la plantilla, es decir, el entrenador y sus futbolistas, que a veces ofrecen la impresión de constituir un satélite excesivamente aislado en un club muy pendiente, empero, de todo lo que no significa fútbol puro y duro.
El Eibar le dio un repaso al Betis. Es el corolario. No necesita demostración más allá del sonrojante 0-4 que se apoderó de Heliópolis y dañó los húmedos corazones de sus aficionados. Un equipo construido a base de retales y futbolistas cedidos humilló a otro que, por presupuesto, historia y masa social, lo supera ampliamente. ¿Por qué?
La respuesta no es sencilla, pero hay indicios que señalan a muchas más personas que al tibio planteamiento que pudiera hacer su entrenador, quien seguro que antes de asomar sus futbolistas por la bocana de los vestuarios les exigió buena actitud, firmeza y concentración desde el tañido inicial.
¿Por qué entonces se ha generado en el vestuario el estado de ansiedad que viven el equipo y su entrenador en rodeo propio? ¿Por qué el equipo salta con miedo al césped donde lo arropan, llueva o ventee, más de treinta mil almas?
Basta con ver el gesto torcido de Adán, las continuas pelillerías de un desencajado Dani Ceballos ante la incapacidad de hallar a un compañero a quien darle el balón en ventaja, los escarceos individuales de N'Diaye, esos arrebatos que rara vez lo conducen a nada bueno, los continuos fallos de un Rubén Castro que lleva un mes fuera de sí... Y hablamos de los mejores futbolistas del Betis, por lo que quizá por ahí se puedan encontrar algunas soluciones al problema. Un niño adolescente, un veterano de 34, un medio centro que tácticamente no sostiene al equipo y un portero que, por mucho que pare, poco puede hacer sobre un terreno para cambiar la dinámica del equipo. ¿Dónde están esos futbolistas en plena madurez que sostengan el equipo? Supuestamente deberían haber aterrizado este verano como pertrechos indispensables para los de los 25 puntos... Pero no fue así.
Sergi Enrich, Borja Bastón, Pantic, Escalante, Adrián... sí lo han sido en el cuadro armero. O quizá sea cosa de Mendilibar, ayer condenado en el Levante y hogaño una especie de mesías en Ipurúa.
No se sabe. Lo cierto es que el Eibar se maneja con tranquilidad y confianza, mientras que el Betis está inmiscuido en la espiral de ansiedad que se ha creado. Las constantes vitales del equipo quizá emanen de un club distraído en mil bagatelas y asaz obsesionado por su vida accionarial y judicial. Nadie coge el toro por los cuernos, entre otras cosas porque da la impresión de estar en manos de algún babieca. Mel, encima, da la impresión por sus palabras hace unos días, nuevamente, de estar sin fuerzas. No cree en el club porque el club no cree en él y no da un golpe en la mesa. La afición, que en su día lo notó valiente y lo jaleó, hoy lo mira de reojo y lo cuestiona: sus verbos y sus silencios. Y sus actos: harto de buscar soluciones imposibles, no pone a los once mejores, sino a los once que no están peor. Los futbolistas notan que no juegan por méritos propios, que no hay competencia, que aunque fallen volverán a las alineaciones.
Al equipo le faltan músculo y cerebro, lo mismo que a la entidad. El adversario lo sometió con una presión asfixiante y no se rebeló, con una defensa de chiste y cuya laxitud mueve a compasión. A partir de ahí entra en su círculo vicioso de ansiedad y, claro, el Eibar se parece el Barcelona. ¿De verdad la culpa es del entrenador?
También te puede interesar
Lo último