¡Qué barbaridad, Betis! (4-0)
betis - valladolid · la crónica
El Betis, con el sostén y brío de Reyes, la intensidad de Dani Pacheco y los goles de los dos de siempre, se almuerza al Valladolid. Nueva lección ante un directo rival de un Mel clarividente.

De la sima a la cima. Del bochornoso ridículo de hace una semana a orillas del Ebro donde rescató un punto que ni mereció a almorzarse al que, posiblemente, sea tras él mismo el mejor equipo de este submundo que urge abandonar porque grima da ver a casi cuarenta mil personas gozando y entregadas a su equipo al sol de la mañana perfecta que se diseñó en la ciudad del sol, en Heliópolis.
Pero el Betis, ayer, tan elegante como las miles de mujeres que acudieron a su rebufo en su día, se empeñó en jugar el partido perfecto. Se hizo un traje de percal y lo adornó con seda, jugó al toque y en largo, hilvanó fútbol del bueno y lo llevó a la red adversaria, gustó y se gustó... ¡Qué barbaridad! ¡Qué partido despachó en la primaveral mañana el equipo del gran Pepe Mel!
Porque el equipo que ninguneó al Valladolid es el equipo de un entrenador que lleva unos meses esquivando andanadas pese a que aún no ha perdido, el hombre que no hace mucho construyó un equipo para orgullo de su gente que otros aniquilaron y el hombre, claro está también, que aún no ha logrado que el genio verdiblanco asome también en los campos de polvareda. Pero todo se andará...

Ayer, sencillamente, le dio un repaso a su colega Rubi con un par de ajustes a ese Betis mojigato de Anduva. Por descontado que Jorge Molina iba a ensamblar al equipo en una tarea para la que Rennella no está capacitado, le inyectó el veneno de un genial Lolo Reyes y le dio a Dani Ceballos el banquillazo que el adolescente llevaba semanas pidiendo para situar en la banda izquierda a un Dani Pacheco que fue todo entrega e hilazón y que en el minuto 90 incluso vio una tarjeta amarilla por no saber medir el ansia de fútbol que estaba derramando por sus botas.
La apuesta del técnico barcelonés, que repitió en el mediocampo el triplete de centrocampistas exitoso frente al Sporting, era la de quitarle el balón y el protagonismo al Betis, pero la ambición que Mel inculcó en su gente desde su durísima rueda de prensa en Miranda y la fe -que no ojana- que emanó de la boca del técnico en cada frase desde aquel día hicieron del Betis un cíclope con la portería contraria como único objetivo ya antes incluso de que un trencilla nefasto, uno más de esta categoría, estuviese a punto de amargar una mañana de miel con una prontísima e inmerecida tarjeta a N'Diaye que, lógicamente, acabaría compensando.
Pero, anécdota arbitral al margen, el Betis de ayer fue superior a su rival de cabo a rabo, en todas las facetas del juego y desde el tañido inicial. Sin discusión. Seguramente, su actuación no sólo sea la más completa de este equipo, sino de cualquiera de la categoría en toda la temporada. ¿O alguno ha borrado del campo a un rival directo con fútbol y goles?
Mel también tuvo claro desde el inicio que al Valladolid, al contrario que al Girona, sí había que irlo a buscar arriba porque aquél no iba a pegar pelotazos, y menos con tres centrocampistas en liza para jugar el balón y tres delanteros menudos ý dinámicos pero incapaces de pelear voleón alguno. Y por ahí, con una zaga adelantada y las líneas siempre juntas y cohesionadas, comenzó el Betis a masticar el partido. Siempre con el balón, poquito a poco, con tiento y dejando que el calor hiciese más mella en quien corría detrás de la pelota -¡qué bien está físicamente el Betis, David Gómez!-. Jordi no se aculó, Reyes apretó más que nunca y ofreció una dignísima lección de cómo robar balones por fuerza y por intuición y Dani Pacheco, desde la izquierda, ayudó a reventar la línea media contraria con su trabajo infatigable y su labor de ensamblar líneas junto a Jorge Molina.
En semejante grado de empatía y coordinación, no era el día, claro que no, para que los goles se negasen. Y éstos fueron cayendo. El primero se hizo el remolón pero mereció la pena: una genial semivaselina de Jorge Molina imposible para Javi Varas con el Valladolid saliendo y el Betis apretando, siempre apretando.
Los otros tres fueron obra del matador del Betis, de un grandísimo delantero al que un delicado momento personal lo venía frenando. Pero Rubén Castro, paradójicamente, regaló, a presencia mayoritaria de la mujer bética, tres goles de una tacada para solaz de éstas y de una grada por fin alborozada con el canario y con el fútbol de los suyos.
Los cambios, como suele quien se sienta en el banquillo local de Heliópolis, mejoraron el equipo. Le otorgaron brío, ganas, coherencia y, en el caso del de Dani Ceballos, incluso logró el efecto cauterizador pretendido con su acertadísima suplencia.
Pocos peros que ponerle al partidazo de los verdiblancos, ni siquiera esas pérdidas de balón tempranas que le impidieron algo más de fluidez a un fútbol de dominio pero que por ellas no llegaba a ser de asedio.
Y es que enfrente estaba el Valladolid, el que para muchos es el mejor equipo de Segunda por mucho que el Betis le demostrase este domingo que no es así. Y seguro estará Mel de que en Las Palmas, resultado al margen, el equipo volverá a competir. Si así fuese, sólo falta que no sólo Dani Ceballos aprenda la lección de ayer: que a esto se juega corriendo, pero siempre. Y al que no atienda el escantillón, que el Lolo Reyes lo espabile.
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