El Betis deja atrás la adolescencia (0-0)
betis - lyon · la crónica
Mel revoluciona el once pero halla un equipo maduro que sufrió el mal estado del césped y a un Lyon con más empaque físico. La errónea toma de decisiones en los contraataques y luego la fatiga evitaron su victoria.
Tras un inicio de temporada en el que se tambaleó la identidad del equipo, principalmente tras su mal partido en Jablonec, su apocada segunda parte frente al Celta y su cobarde planteamiento en Montjuïc, el encuentro de este jueves ante un conjunto con trapío sirvió, principalmente, para caer en la cuenta de que el Betis continúa siendo un equipo cuajado y que éste, tan remozado en todos los aspectos, no es ni más ni menos que sus hermanos anteriores: el Betis de Pepe Mel.
Es la principal conclusión que puede colegirse de un partido áspero que a los verdiblancos les vino a contra estilo pero al que jamás le perdieron la cara y que supieron afrontar con una entereza digna de encomio. El Lyon es un señor equipo, quizá el rival más potente al que los béticos se han medido esta temporada si se obvian las individualidades -léase las del Real Madrid-, aunque también las presentó en gente como Grenier, Lacazette, Briand u otros con tanta mili como Gonalons, Dabo o Bedimo. Físicamente, la superioridad de los franceses era innegable y el primer cuarto de hora fue un suplicio incluso para el chileno Reyes, el único futbolista heliopolitano capaz de sostenerse entre tanto brío como los rivales le metían al partido.
El Betis no halló su compás de juego, quizá en todo el partido, y, junto a la entereza del Lyon, habría que hallar la otra clave en el lamentable estado del terreno de juego, con más arena que césped y que, por fortuna, sólo se llevó lesionado a Umtiti.
Pero a un equipo de la casta del francés hay que moverlo mucho para sacarle el oxígeno y que el balón circule con fluidez y celeridad se antoja vital en esa empresa. Y con semejante pasto, por llamar cortésmente a algo más parecido a los matojos de una playa desierta, la misión es poco menos que imposible. Verdú no es que esté muy allá, pero le cogió asco al partido con prontitud. Volvió a equivocar los terrenos, aunque tampoco halló excesivas opciones para la combinación.
En ésas, el Betis se fue metiendo en el partido como sin quererlo. Nunca perdió la intensidad en su juego y conforme el reloj fue avanzando igualó en la presión a un equipo que la ejerció con fe desde el tañido inicial. Los centrales y Reyes, que apenas habían sufrido la puesta en escena del Lyon, dieron un paso adelante y la velocidad de Cedrick lo agradeció.
Las pérdidas de balón no cesaban en ningún caso, pero eran moneda común en ambos bandos y fue el verdiblanco el que supo combinarlas con rapidez y verticalidad para buscar la portería contraria. El congoleño ya avisó en un contraataque en el que no vio a Verdú y ya casi en los estertores de la primera mitad fue Chuli quien no llegó por poco a un balón entre los dos centrales del Lyon.
Pero le faltó al Betis la pizca de precisión que distingue a los equipos buenos de los menos buenos. Incluso, justo antes de irse al descanso, desperdició una tercera ocasión de cobrar ventaja. Fue de nuevo Cedrick quien disparó mansamente a la manos de Lopes cuando tenía mejores opciones para el pase.
Era un equipo con diez caras nuevas respecto al que reventó al Valencia, pero en su idea era casi el mismo Betis. Más distancia se observó, por ejemplo, entre un equipo hecho y agresivo como el francés que apenas deja jugar y el de Djukic, feble y contemplativo hasta el aburrimiento. Eso sí, cuando se analizan individualidades sí era posible echar futbolistas de menos.
Uno de ellos es Salva Sevilla, a quien Mel puso en escena cuando temía que el Betis pudiera irse del partido. Apenas pasaba apuros a balón parado, como en la única ocasión clara del Lyon en la cabeza de Umtiti tras la enésima falta sacada por Grenier minutos antes de que asomara el virgitano. Pero, aun sin sufrir, tanta savia nueva, con más de uno además sin ritmo y disfrutando de sus primeros minutos del curso, aconsejaba más posesión de balón para seguir sujetando el partido. Fue sabia la reacción de Mel. A Reyes le vino bien y al ataque también. Fue en ese tramo cuando el Betis pareció hallar de nuevo su compás, su ritmo, el que le ofrecen la inteligencia y el posicionamiento de Salva Sevilla, el que tanto le está costando hallar a Verdú. Pero la fatiga era demasiada, casi tanta como la impresentable arena de Heliópolis.
La suerte estaba echada casi antes de que protestaran de nuevo los isquiotibiales de Perquis. Si alguien había capacitado para cambiar el signo de la pelea, si a alguien se anhelaba en verdiblanco para noquear al rival en un combate que iba para nulo, ése era Rubén Castro, quien se comía las muñecas en el banquillo. Por eso, cuando la musculatura del defensa francés dijo basta y el tercer cambio fue el obligado de Amaya, el 0-0 se convirtió en inevitable.
Con todo, un empate de mérito para sonsacar las mejores conclusiones. La primera es que el Betis está de nuevo hecho, con barba y sin barrillos. Y juegue quien juegue. La Liga Europa no lo asusta, le ha cogido el pulso de inmediato. Y ésa es una buena noticia para un novato.
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