Detrás del decorado

MONTAJES LÍRICOS

En una producción de ópera, decenas de personas trabajan tras el telón para que los artistas reciban el aplauso del público. Nadie los ve, pero sin ellos no sería posible gozar de este espectáculo total. Cuatro teatros andaluces cuentan con una programación lírica estable y algunos incluso producen sus propias obras

María José Sánchez-Apellaniz

28 de febrero 2008 - 00:00

Hace frío en el patio de butacas del Gran Teatro de Córdoba. Lindsay Kemp entra en calor con un té mientras da instrucciones en el ensayo de escena de Los cuentos de Hoffmann. Con gorro de lana y enormes pantalones a cuadros no parece un famoso director de escena. Su asistente, David, y un coreógrafo con maneras de bailarín corrigen, en una mezcla de inglés y español, las posturas de los cincuenta miembros del coro, que se amontonan en una escalinata en el escenario. Algunos llevan máscaras para la escena del baile. Antonio López, estudiante de arte dramático, 21 años, se quita un momento la suya, de toro, y se alisa el pelo. Es uno de los figurantes y considera una gran oportunidad trabajar con Kemp “en una ciudad donde no hay ni una sala de teatro independiente”, se queja.

En el otro extremo del decorado está José Luis González, que trabaja en un centro de educación especial en Córdoba. Casi todos tienen otro empleo y les cuesta compatibilizarlo con las actuaciones. “Llegas a las dos de la mañana a casa y al día siguiente, a las siete, a trabajar”. Hay pocos profesionales como Carmen Blanco, profesora del conservatorio, que lleva en el coro 21 años y ahora se abanica en la parte derecha del escenario, un poco fuera de lugar, todo sea dicho, con su impecable aspecto de señora bien en esta escena báquica. La imponente figura del tenor Aquiles Machado, que interpreta a Hoffmann, aparece por una puerta lateral con un abrigo de cuero negro. “Directoorrr”, atruena su voz mientras abraza al diminuto Kemp.

Un puzzle bien ajustado

Hasta este ensayo, han pasado meses de trabajo para más de cien personas. Artistas, técnicos, carpinteros o sastres. Ana Linares, la jefa de producción del teatro cordobés, coordina el trabajo de todos y pone de acuerdo las agendas y las exigencias de artistas que viven en Londres o en Roma. Hay que ajustar como un puzzle los horarios de ensayo y montaje de los espectáculos, teatro y música, además de ópera, que ocupan todas las horas de la semana.

En Andalucía, hay cuatro teatros con programación lírica estable. Los de Jerez, Sevilla y Córdoba producen sus propias obras, en solitario o colaborando con otros teatros para compartir gastos. Una o dos óperas al año, dado sus elevados costes que no recuperan en un par de funciones. “De los ciento cincuenta mil euros que cuesta una obra como ésta –dice Ana Linares– no se recupera ni un tercio en taquilla. El resto lo financiamos con patrocinios o vendiendo la producción a otros teatros”.

Nervios tras el telón

El público aplaudirá a los solistas y al coro que se llevará parte de la gloria, si la hay. Pero no verá a las personas que hacen posible el espectáculo. Como Luis Andrés Tiercin, el jefe de maquinaria que viene de Asturias. Tiene dos días y seis personas para organizar dos tráilers de material llegados del Palacio de Festivales de Cantabria, que coproduce con el teatro cordobés este Hoffmann. “Durante la representación estamos hasta once personas detrás del escenario, en silencio, manejando los decorados, las luces y, en mi caso, tomando decisiones en segundos si algo no va bien. Y con horarios de locos. En el festival de Perelada estuvimos cuarenta horas seguidas en el escenario. Es mi vocación, pero esta vida me costó el divorcio”, concluye este argentino que se pasa la vida de gira. En un cestillo, colgado sobre el escenario, Félix Garma revisa las luces. “La iluminación tiene que transmitir sensaciones. Cada personaje tiene una luz asociada a su carácter”, asegura. A Lindorf, el malvado, le han asignado una luz dura que le da aspecto de vampiro.

“Lo peor de este trabajo es el estrés”, afirma Anuschka Braun, encargada de vestuario que tiene que ocuparse de 135 trajes, pelucas venidas de Italia y accesorios, amontonados en cajas de cartón en la sastrería. Botas, sombreros, máscaras que llevan el nombre de los artistas. Cuando la obra no es una producción propia, el vestuario viene con la escenografía original o se alquila, pero siempre hay que hacer ajustes. Lola Chavarría, la jefa de sastras del Maestranza, muestra orgullosa la cuidada terminación de las prendas que cosieron para Don Carlo. “Cien horas de trabajo tenía cada una” dice Salud Claro, patronista, que recuerda como una pesadilla los cuatro cambios del coro de Manón, con vestuario del siglo XVIII. Además de preparar el próximo Werther, están cortando el vestuario de La Sonámbula que enviarán a Turín como producción propia del teatro sevillano.

Su colega del Teatro Cervantes, Inmaculada Pardo, lamenta que se haya caído del cartel la primera producción propia del teatro malagueño, Otelo. Desde que empezó con catorce años ayudando a su madre, también sastra, a ajustar prendas, esta era la primera oportunidad de hacer todo el vestuario de una ópera. Experiencia no le falta. “En un Hernani, con 70 en el coro, seis sastras teníamos que hacer los cambios en un minuto, detrás del escenario, con linternas en la frente como las de los mineros, para que no nos vieran desde el patio de butacas. Parecíamos los de la Fórmula 1 en boxes. Por un lado del escenario salía uno vestido de bailarín y aparecía por el otro vestido de soldado”.

En el Cervantes son habituales las sagas familiares. El padre de Inmaculada era tramoyista, cuando el teatro era aún privado. El jefe de sala es hijo del que fue acomodador, y su hermana Cristina está en la recepción. Estudiando todavía en el instituto, entró a trabajar Julián García, el utilero, un hombre para todo, que arregla decorados o busca elementos escenográficos: “Me han pedido de todo, desde un conejo vivo a un pollo asado. Tenemos que lidiar con algunos directores de escena que son muy mijitas. Una vez, tuve que cambiar el techo de un carrito de helado diez minutos antes de la representación. Y ya me habían hecho pintarlo dos veces porque no le gustaba al director”. “Es un monstruo, elogia su compañero Pepe Aranda, tramoyista, que está montando los decorados del próximo espectáculo. “Antes teníamos que subirlos a peso, porque no teníamos motores ni nada, telones de 9 metros de altura y casi cien kilos de peso”.

Quienes no tienen ya problemas de maquinaria ni de espacio son los técnicos del Maestranza. La ampliación del teatro les permite almacenar más decorados y moverlos con plataformas motorizadas. Bajo el escenario, impresiona la sala de máquinas que permite cambios en segundos. Su mantenimiento es responsabilidad del director técnico, Antonio Moreno, que planifica el montaje, en tanto que el regidor coordina el trabajo de todos en escena. Maribel Macías, la regidora jefe del Maestranza, reconoce que hay que tener carácter para que cien personas funcionen como un reloj. Vamos, como el cronómetro que lleva en la mano. Por circuito cerrado, sus órdenes llegan a todo el personal y no se mueve una hoja cuando se levanta el telón si ella no lo ha dicho.

Hoy, en el ensayo de Werther, tiene en el escenario un caballo, dos perros, seis niños, tres solistas y una decena de maquinistas. El día de la representación, se añaden sastras y peluqueros, iluminación y sonido. “Me gustaría que el público viera lo que ocurre tras el telón, dice, con cambios de escenario o grandes coros, el movimiento es impresionante. Yo tengo que evitar el caos. Que todo el mundo esté tranquilo y cada eslabón de la cadena esté en el sitio y momento preciso. Tienes que transmitir serenidad y disciplina”. Así será, porque el caballo está tan quieto que parece de cartón. No así los niños de la Escolanía de Los Palacios, que enredan tras el ensayo. “Trabajar con niños es difícil –dice Enrique Cabello, su director–. Uno con cinco años, se enfadó minutos antes de la representación y dijo que no salía. No sé cómo lo convencimos. Más niños, más problemas”, afirma, aunque nadie lo diría viendo a Caterina, que con nueve años dice muy seria que hace “lo que tenga que hacer”.

Maribel intercambia unas palabras en italiano con el director artístico mientras cita a un maquinista para el próximo cambio de escena. Además de tener ese carácter, el regidor debe saber música pues controla sobre la partitura los movimientos de su equipo. A pesar del estrés “necesito el olor y el sonido del teatro”, dice, y como sus compañeros, aunque nunca reciban el aplausos del público, lo sienten como propio.

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