La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Sevilla fina en la caja de Sánchez-Dalp
La ventana
SOÑAR, lo que se dice soñar el toreo es lo que muchos sentíamos cuando Curro cogía el capote, o la muleta, que sólo pensar en lo que duraban los muletazos del camero provoca repeluco. No he conocido un torero con más misterio que desvelar como él ni otro que hiciese charlar de toros en el lugar más insospechado. Tampoco torero que tenga más presencia fotográfica en los bares de Sevilla y de media España para contribuir a que su leyenda se agigante según pasa el tiempo y se nos aleja aquel mediodía de octubre de 2000 en que dijo adiós en una plaza de carros. ¿Y a qué viene esto, amigo? Pues porque anda que se le cae la baba con un nieto de su hermana María que ha querido tirar por los caminos de su tío abuelo. Le ha visto maneras y está llevándolo al campo para que esas maneras que le llegaron por vía genética vaya puliéndolas y se haga torero, ojalá que sea torero que también nos haga soñar el toreo.
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