Carlos Colón

Cuando Zapatero empezó a irse

la ciudad y los días

04 de abril 2011 - 01:00

CUANDO un político se tiene que ir para que su partido tenga más posibilidades en las futuras elecciones es que ha fracasado. Las causas son interpretables. Que se trata de un fracaso es un hecho. En el caso de Zapatero habría que hablar del divorcio entre deseo y realidad, de la derrota de las intenciones frente a los hechos. Todo se podría resumir, en su segundo mandato, en la negación, primero, y minimización, después, de la crisis que al final se afrontó mal con el resultado de las desoladoras cifras de paro que todos conocemos; y las perspectivas de una de las más lentas recuperaciones del entorno europeo. También en el "proceso de paz". En el primer caso creyó que su palabra hundiría la crisis en el mar, como la de Moisés a las tropas del faraón; en el segundo, que sería capaz de derribar los muros de ETA, como las trompetas de Jericó.

No están traídas por los pelos estas comparaciones. Tiene este hombre un sentido mesiánico de su liderazgo que entronca con una de las más antiguas tradiciones de su partido: la que convirtió la causa socialista en una religión laica; y la que imprimió un Catecismo socialista calcado en su estructura del Astete-Vilariño y el Ripalda (Miret Magdalena y Sádaba los editaron juntos en El catecismo de nuestros padres).

El problema es que los tiempos son otros; las estructuras económicas se han emancipado del control redistribuidor de las políticas socialdemócratas; las ideologías se han hecho tan irrelevantes como las creencias frente al todopoderoso nihilismo consumista; y el PSOE ha creído poder aliarse con este nuevo poder (mercado, globalización, hiperconsumo, etc.) que lo ha convertido en la cáscara vacía; renunciando a los valores (educación, cultura, sobriedad, honestidad) que vertebraron al socialismo histórico; cargando, en vez de liberarse de ellas, con las indeseables herencias de la pos-izquierda gamberra del 68 y la beautiful people de los 80.

Pero el problema más grave es que Zapatero carecía de las cualidades capaces de transformar las palabras en hechos y las intenciones en acciones. Tan poca capacidad en tan difíciles momentos le han llevado al naufragio consumado anteayer. Los suyos dirán que fue un atraque, después de haberle empujado a tomar esta decisión forzada por las encuestas y la proximidad de las municipales; pero todo el mundo sabe que ha sido un choque con los arrecifes de la realidad que emergieron, definitivamente, cuando en septiembre de 2010 le obligaron, tras su visita a Nueva York, a admitir lo que había negado y hacer lo contrario de lo que había anunciado. Fue entonces cuando Zapatero empezó a irse.

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