La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Los calentitos son economía productiva en Sevilla
BREVIARIO
DE todos los espectros que ha liberado el terremoto de Japón me produce un espanto especial el nuclear, quizá porque frente a la evidencia cinematográfica de los otros terrores (el tsunami, la tierra destrozada, los incendios, los volcanes en erupción) el nuclear es invisible y sólo se puede anticipar por mediciones complementarias. El Gobierno japonés declaró ayer la alarma nuclear y procedió a la evacuación de las 45.000 personas junto a la central de Fukushima. Mientras escribo, las crónicas llegan empapadas de ese terror translúcido y frío que siempre ha acompañado las descripciones del apocalipsis nuclear. En una de las plantas de la central cuatro de sus reactores han perdido el control sobre su capacidad de refrigeración y tienen problemas para controlar la presión. Como siempre ocurre ante la sombra de la catástrofe, los apóstoles de la energía nuclear, los que están detrás del resurgimiento limpio de la fusión, los neopredicadores de la infabilidad de las centrales, cambian bruscamente el discurso y admiten deficiencias, debilidades, huecos. Y lo hacen sin conciencia de engaño, con una naturalidad espantosa. "En Japón las nucleares están construidas para resistir terremotos de una intensidad de 7,5", decía uno. Pero callaba que en 2007, en Kashiwazaki-Kariwa, en un terremoto más débil que éste, se vertieron al mar un millar de litros de agua contaminada.
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