¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El placer de lo público
Crónica económica
CUANDO hace unas semanas escribíamos sobre la subida del precio de las materias primas y de los alimentos, no exagerábamos al decir que es uno de los mayores problemas con que nos encontramos, ya que sus consecuencias no sólo son para los índices de precios, sino para, en muchos países, las capas de población más pobres.
En estos días hemos visto los disturbios en Argentina a propósito de las exportaciones. La subida de los precios supuestamente debería ir en beneficio de los países productores y exportadores, pero esos beneficios no se distribuyen entre todos; al contrario, cuando el precio del trigo, el arroz o la soja sufren los fortísimos incrementos que estamos viendo, los exportadores se benefician, pero los consumidores de esos países ven cómo los alimentos que ellos mismos producen se les venden a los elevados precios internacionales. Así pues, dentro de un país unos ven los beneficios y otros soportan los precios.
Además, no siempre el incremento de los precios va a los productores. Los mercados financieros de futuros de alimentos y materias primas, sirven para estabilizar los precios, permitiendo a compradores y vendedores asegurarse un precio a futuro, pero se han convertido en centros de especulación por la elevada liquidez que reciben. Los fondos de inversión globales han invertido decenas de millones de dólares en productos alimenticios, moviéndose de unos a otros según se comporten los diferentes mercados.
En Argentina se ha intentado frenar la exportación mediante impuestos, que cumplirían la doble función de desanimar la venta al exterior y redistribuir los beneficios, pero estas medidas han provocado un fuerte rechazo. De más alcance aún es el alza del arroz, que ha llegado a subir un 30% en sólo un día; en enero la tonelada estaba en 380 dólares y ahora, en 760. Unos 2.500 millones de personas dependen en Asia del arroz como alimento básico, de aquí que algunos países productores hayan puesto también restricciones a exportar alimentos para garantizar el suministro de su población. Rusia y otros países hicieron recientemente algo similar con el trigo.
Hay un desequilibrio entre la producción y la demanda, que surge en países de gran población que han incrementado la renta por habitante, y donde cada vez más gente con capacidad adquisitiva quiere mejorar su alimentación. La oferta de algunos productos como el arroz o el trigo se ha visto afectada por malas cosechas. En otros casos, políticas agrarias erróneas están en la base de los problemas. La orientación y las decisiones sobre qué cultivar, dónde, cómo y cuánto no pueden improvisarse, pero no se reflejan en el debate social en relación a su importancia y gravedad. La aplicación de la biotecnología a la agricultura y la modificación genética, por ejemplo, es un tema que habrá que abordar. La crisis financiera recibe una atención absoluta, más tarde o temprano se resolverá y las economías recobrarán sus caminos de crecimiento, pero la alimentación ha entrado en una dinámica tremendamente preocupante, a la que no se le ve salida. Por sus implicaciones y por ser una cuestión esencial requiere estar permanentemente en las prioridades de cualquier agenda política.
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