¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
El placer de lo público
El análisis
Alo largo de la Historia, expertos en distintas materias anunciaron la llegada de una época en la que se agotaría algún recurso natural esencial para la supervivencia del género humano. El transcurso del tiempo demostró que esos expertos, en su papel de agoreros, estaban equivocados. El más famoso e influyente posiblemente sea el reverendo Thomas Malthus, que en su Ensayo sobre la Población, publicado en 1798, vaticinaba que el crecimiento de la población sería superior al de la producción de alimentos, de manera que aquélla se encontraría constreñida por los rendimientos decrecientes que se obtenían en la producción y por la propia limitación física del planeta.
Más recientemente, el Club de Roma auguró en 1972 que las restricciones de recursos naturales impondrían unos límites al crecimiento económico y someterían al planeta a una situación medioambiental insostenible.
Unos y otros agoreros han sido siempre criticados, argumentándose que la humanidad ha sido siempre capaz de superar, a través de los avances tecnológicos, las restricciones que el agotamiento de los recursos naturales -especialmente combustibles- imponían a las actividades productivas. En la Inglaterra del siglo XVIII, la tala de bosques provocó una alarmante escasez de madera; esta escasez estimuló el uso del carbón como combustible, primero y, más tarde, la invención del motor de combustión.
Pero, con independencia de los efectos que sobre el clima depare el uso de distintos combustibles, lo que no se puede ampliar a gran escala es la cantidad de tierra cultivable y de agua disponible. Estas restricciones se están acelerando, paradójicamente, como consecuencia de la búsqueda de energías alternativas al petróleo. La superficie arable para la obtención de alimentos está retrocediendo a ritmos muy elevados, como consecuencia de cambios en los cultivos que permitan obtener biocombustibles que, además, requieren elevadas cantidades de agua para su obtención. El principal asesor científico del Gobierno británico ha declarado recientemente que, si continúa el incremento de superficie dedicada a biocombustibles, no quedará tierra arable suficiente para alimentar al planeta.
Respecto de la alimentación, las espectaculares subidas en el precio de los alimentos sin elaborar -algunos han alcanzado los niveles más elevados de la Historia durante este mes- se están produciendo en paralelo con la reducción -también a niveles históricos- de los stocks de esas mercancías.
Durante el último año han acaecido circunstancias transitorias que han agravado los problemas. Particularmente, las malas cosechas en Australia, debido a la sequía, han empujado al alza el precio del trigo y otros cereales. También en el sureste asiático, por razones diversas, la cosecha de arroz ha sido particularmente escasa. Pero es la incorporación de China e India como grandes compradores en los mercados internacionales lo que está provocando, con carácter permanente, una elevación del precio de muchos productos para la alimentación humana y animal, así como de materias minerales y petróleo. Recientemente, uno de los principales líderes chinos afirmaba que uno de sus sueños era que todos los habitantes del país bebieran leche diariamente. No existe cabaña instalada en el planeta capaz de satisfacer ese sueño.
La presión sobre los recursos se está dejando sentir en todos los países. No es sólo en España y el resto de la OCDE, en donde observamos el elevado precio de la gasolina y de los alimentos, sino que en algunos países están provocando tumultos sociales, o simple y abiertamente, hambruna.
Esta semana, la FAO ha lanzado un mensaje de alarma internacional, reclamando el envío urgente de alimentos por valor de 500 millones de dólares para realizar donaciones de emergencia a varios países subsaharianos, porque debido a las elevaciones de precios, carece de recursos para comprarlos en los mercados internacionales. También esta semana, el Gobierno argentino ha sufrido las primeras protestas a gran escala después de la debacle económica y social de principios de la década, porque ha elevado extraordinariamente el arancel a la exportación de productos agrícolas y animales: China está absorbiendo gran parte de la producción agropecuaria argentina; el Gobierno, para evitar el desabastecimiento interior, impone elevados aranceles para que se venda en el mercado doméstico, provocando las protestas de los agricultores. Semanas antes, se produjeron protestas similares en Indonesia por la escasez y carestía del arroz.
No estamos todavía próximos a una catástrofe malthusiana. Pero las restricciones que imponen los recursos naturales, y sobre los que nos advirtió el Club de Roma hace tres décadas, están hoy más presentes que nunca. La evidencia nos indica que se ha producido un desplazamiento permanente en la demanda de muchos recursos naturales, para los que la oferta todavía no tiene respuesta, y que la incorporación de China e India a las pautas de gran consumo posiblemente nos vayan a obligar a cambiar nuestros comportamientos como consumidores en mayor medida que en ningún momento antes en la Historia. Estemos atentos a los litros de leche que beben los chinos.
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