NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Incienso para recibir a un Pedro Sánchez contra las cuerdas
La ciudad y los días
EN el vacío de la tarde del domingo pasado, domingo triste de duelo por la Navidad recién enterrada, fui a la plaza de San Lorenzo, que es donde siempre va uno cuando no sabe o no tiene a donde ir: recogedero de tristezas y soledades, único camino abierto cuando todos parecen haberse cerrado, fuente de recio consuelo y muro de las lamentaciones de Sevilla. Tan triste debo estar, me dije, que en vez de pajarillos me parece oír el graznido de cuervos o de buitres, como si estuviera en los jardines de la Torre de Londres o en un entierro tibetano. Pero no era el efecto de la luz declinante retirándose de la plaza vacía lo que ahondaba mi tristeza, hasta el punto de hacerme confundir el alegre piar de los gorriones con lúgubres graznidos de carroñeros.
Es que en las copas de los árboles y en las palmas de las palmeras revoloteaban unos bichejos verdes -loros, periquitos, cotorras o qué sé yo- que espantaban a los gorriones haciéndose dueños de los cielos que allí mismo perdió Joaquín Romero Murube una tarde en que salía de la parroquia después de visitar a su Soledad de San Lorenzo. Por si no bastaba con que en el franquismo nos robaran sus cielos y ahora sus relieves y sus suelos, esta colonia de loros o de periquitos okupas viene y nos quita el canto de sus pájaros. Y los pájaros de la plaza de San Lorenzo son los más importantes de Sevilla.
Este es el barrio becqueriano al que cada año vuelven las oscuras golondrinas en los balcones de Santa Coloma sus nidos a colgar. Esta es la única plaza sevillana que late como un corazón. Y esta es la casa del Señor, su claustro, su atrio, su patio de los gentiles, el término de calles bendecidas -Conde de Barajas, Cardenal Spínola, Juan Rabadán, Martínez Montañés, Santa Clara, Eslava- sólo por confluir donde confluyen y llevar a donde llevan. Perdidos los cielos y los suelos, sólo nos quedaba perder también el canto de sus pájaros.
Ahora que los vencejos deben estar haciendo las maletas para venirse a Sevilla, enterados de que cada día cae sobre la ciudad la gota intensamente azul de un minuto más de luz, algo deberá hacerse con estos odiosos okupas verdes que se han apropiado de la plaza, expulsando a sus simpáticos moradores. Porque si esto no se remedia no habrá golondrinas que con el ala a tus cristales jugando llamarán, ni alegres piares en las mañanas claras de invierno, ni vencejos de saetas antiguas que le arranquen las espinas al Señor, ni gorriones monaguillos que le canten cuando se vuelva cara al pueblo imponiendo ese denso silencio que sólo la inocencia franciscana de los pájaros se atreve a romper.
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